Brasil – Uruguay

  • Año: 1993
  • Recorrido: Brasil – Uruguay
  • Distancia recorrida: 4.100 Km.
  • Vehículo: Kombi Volswagen

A comienzos del mes de enero de 1993, iniciamos otro viaje a Brasil, pero esta vez con la idea de conocer también la República Oriental del Uruguay. Con el mismo vehículo y la misma configuración para hacer camping, y después de recibir el nuevo año con la familia en Ascochinga, partimos decididos a llegar ese día hasta la ciudad de Concordia, un verdadero desafío, recorriendo alrededor de 715 kilómetros. Fuimos avanzando tratando de hacer el mejor promedio posible, aunque el calor y la humedad eran insoportables, y cuando ya anochecía, a unos 90 kilómetros de Concordia, nos sorprendió un tremendo aguacero que impedía la visibilidad casi por completo. Finalmente y muy cansados llegamos al objetivo y buscamos un lugar para pernoctar. Encontramos un simpático Hostal y tomamos tres habitaciones para descansar cómodos. Al día siguiente, a pocos kilómetros, llegamos hasta la Central Hidroeléctrica binacional de Salto Grande; después del picnic de rigor, cruzamos el puente de esta enorme represa para entrar a territorio uruguayo. La idea era atravesar el país por caminos internos, conociendo paisajes diferentes; nos dirigimos hacia Artigas y entramos a Brasil por la localidad de Quaraí, aunque los trámites de migraciones y aduana tuvimos que completarlos en la ciudad de Santana Do Livramento. Un poco demorados, continuamos a la tardecita hasta empalmar la ruta principal, Br 290; precisamente en esa ruta, cerca de Rosario Do Sul, sufrimos un incidente con una piedra que se desprendió del camino y rompió el ventilete derecho de la kombi. Llegamos ya de noche a Sao Gabriel y alquilamos tres dormitorios en una casa de familia, donde servían también un rico desayuno. Recuperamos energía para poder llegar al día siguiente hasta el balneario de Torres, recorriendo 500 kilómetros. Nos alojamos esa noche en unos sencillos departamentos y compartimos la cena con unos amigos cordobeses que estaban paseando por allí (Raúl y Rosa Peredo, con su hija Paula de 4 años).

A la mañana fuimos con ellos un rato al mar, sacamos unas fotos y luego del almuerzo seguimos al destino final, que era el mismo camping que habíamos visitado cuatro años antes, en la zona de Punta Das Canas, en la isla de Santa Catarina (Trilha do Sol). Ingresamos por la tarde a la isla por el único puente que existía en ese entonces, el famoso Hercilio Luz, y llegamos para merendar en el camping. Teníamos lo esencial como para disfrutar del lugar; baños limpios, un salón donde los chicos podían jugar a las cartas y hacer otras actividades y una prooveduría. La novedad fue que se había instalado también un restaurante de “espeto corrido”, es decir de “tenedor libre”.


En esa época yo había grabado un cassette de música folclórica y llevaba algunos ejemplares; enseguida se le ocurrió a Marta “negociar” con el dueño del restaurante, cassette mediante, para que yo cantara y pudiéramos ir con los niños a comer gratis una noche; resultó todo un éxito y los chicos comieron hasta el hartazgo.
En ese viaje terminamos de conocer hasta el último rincón de la isla, desde Playa Brava al norte hasta Armazao y Campeche al sur. Incluso visitamos la laguna interior de “Concepción”, que curiosamente es de agua dulce. Marta cocinaba casi siempre en una olla Essen grande y teníamos una mesa con bancos para comer. Lógicamente que nos dimos el gusto de comer siempre los famosos “garotos” y los exquisitos dulces de plátanos y cayote. Solíamos abastecernos en el súper Beiramar o en el Shopping Center “Itaguazú” de la ciudad de Florianópolis.


El día 13 de enero afrontamos el nuevo desafío de recorrer 700 kilómetros, hasta la ciudad de Pelotas, bien al sur del estado de Río Grande. Llegamos muy cansados, cerca de las once de la noche y comimos en una estación de servicios; después fuimos a la ciudad y tuvimos suerte al conseguir un departamento céntrico para alojarnos.

Al día siguiente el chiste era que habíamos pasado la noche “en pelotas”. Luego de algunas fotografías seguimos y llegamos a la frontera del Chuy; comimos algo y recorrimos un poco lo que se supone es una “Zona franca”, aunque se parece más a un mercado persa. Entramos a Uruguay por la carretera litoraleña 9 y seguimos con la idea de encontrar algún camping sobre el mar. Después de una cantidad de kilómetros (casi 150), llegamos al reconocido balneario de “La Paloma”. Buscamos cualquier tipo de alojamiento hasta que encontramos un camping que nos pareció adecuado, por el entorno y por el precio.

Desplegamos nuestro campamento y rápidamente hicimos “sociales” con los vecinos más cercanos, Milton y Gloria, un matrimonio uruguayo de Montevideo, que estaban con su hijo Gerardo. Ellos iban periódicamente a este lugar y nos sirvieron de guía para saber cuáles eran los lugares más lindos para conocer. Lo gracioso es que, cuando entramos en confianza, nos confesaron que al vernos llegar e identificarnos por la patente argentina, pensaron que íbamos a ser unos “plomos” porque ya habían tenido una mala experiencia con argentinos al lado. Lo cierto es que entablamos una hermosa amistad y compartimos unas cuantas guitarreadas nocturnas, “regadas” con el “clarete” (vino rosado) que le gustaba a Milton. Con ellos volvimos a vernos en un camping de Traslasierra, en Córdoba, e incluso estuvieron presentes en el casamiento de uno de nuestros hijos, Esteban, en octubre del año 2007, alojándose una semana en casa.


Volviendo a La Paloma, en los cinco días que acampamos pudimos conocer los lugares emblemáticos de la zona, como el icónico faro y la playa Solari, donde jugábamos unos intensos y parejos partidos de “futbol playa”; yo con los más chicos (Santiago y José), contra Esteban y los mellizos Juan y Pedro. Conocimos también la playa de La Pedrera y el hoy famoso Cabo Polonio; en este último realizamos una excursión fuera de lo común, ya que para poder llegar hay que alquilar unos vehículos especiales que transitan por las dunas, como si fuera un desierto, hasta llegar a un pueblito al lado del mar, con playas kilométricas y en absoluto contacto con la naturaleza.


Llegó el día de la emocionante despedida de los amigos uruguayos y continuamos el periplo con la idea de reingresar a Argentina por el paso de Paysandú-Colón, para dormir en el camping del Parque Nacional El Palmar; calculaba un recorrido de unos 580 kms., pero después del cruce a Colón descubrí que teníamos que recorrer 80 kms. más, por la ruta 14, para llegar al Parque. Ya de noche y extenuados por el esfuerzo, entramos al Palmar y nos llamaba la atención una cantidad de puntos que brillaban en el costado del camino; Después nos enteramos que eran los ojos de la enorme cantidad de vizcachas que habitan el lugar. El aire se sentía muy pesado, por el calor y la humedad. Nos asignaron un lugar y después de comer unos sandwhiches armamos las carpas con la curiosa compañía de vizcachas, que se arrimaban a pedir comida; la intención era quedarnos un par de días antes de seguir a Paraná. Pero la tremenda baja presión atmosférica desencadenó una lluvia torrencial que nos obligó a cambiar los planes; como a las cuatro de la mañana comenzó con una fuerza inusitada, inundando todo el sector; tuvimos que desarmar las carpas, totalmente mojadas, y refugiarnos en la kombi hasta que amainara. Muy cansados y desanimados por el temporal, resolvimos desayunar y seguir viaje a Paraná; antes del mediodía estábamos en la casa de Toti y Cristina, en donde hicimos la última escala. El día 22 de enero recorrimos los 450 kilómetros finales hasta Unquillo, concluyendo esta nueva aventura sobre ruedas, con la satisfacción del objetivo cumplido.

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