Una reflexión sobre la vida
Ya he dejado testimonio acerca de la mayoría de los viajes sobre ruedas que realicé, comenzando por la maravillosa aventura americana con mi eterna compañera, Marta, en nuestra luna de miel hasta Canadá. Luego relaté los periplos realizados en familia, con distintos vehículos, a diversos lugares y en diferentes épocas; y me referí especialmente a los nostalgiosos recuerdos de nuestra estadía y los recorridos por los caminos indómitos de la inmensa Patagonia.
Hoy voy a empezar a relatar los pormenores de un viaje muy personal, pero que puede hacerse extensivo a cualquier individuo que esté dispuesto a utilizar sus atributos básicos de libre albedrío y voluntad, para tratar de descubrir la realidad, sutilmente oculta, sobre los misterios de la vida. Me refiero al derrotero por este mundo, a este viaje terrenal que es una gran oportunidad para ampliar nuestra conciencia y facilitar la potencial revelación y retorno al camino del conocimiento y el amor; basado en dudas e inquietudes que se presentan permanentemente en nuestra calidad de “pasajeros en tránsito”, conectados al medio natural y social que nos rodea y que determina nuestra circunstancia.
Para poder hacerlo, creo necesario y conveniente lograr un estado de conciencia especial, que me permita escribir sin condicionamientos mentales que pudieran afectar el resultado final; me refiero a preconceptos que fluyen por el permanente “bombardeo” de información, de la más diversa índole, que nos aqueja diariamente.
Apuntando a la unificación conceptual, escribir se puede transformar en una oportunidad para transmitir lo justo y preciso a aquellas personas dispuestas a investigar, a vibrar en otra frecuencia, volviendo a las fuentes y, por ende, al deber ser de la dimensión universal. Un camino siempre útil para facilitar ese retorno, ha sido la meditación para la catarsis del cuerpo energético, intentando elevar nuestro campo perceptivo y facilitando el reconocimiento del propio individuo, acercando nuevamente al ser humano con su propósito.
En mi caso particular, además, recurrí siempre a la música como herramienta fundamental, ya que es, esencialmente, la vibración de frecuencias de sonidos armónicamente organizados; cuando esa frecuencia llega a nuestros oídos y penetra en las fibras íntimas, nos hace vibrar consecuentemente, y llegamos a lograr un estado de paz interior y una enorme sensación de libertad, que nos predispone a recibir mensajes libres de interferencias. En el espacio universal (macrocosmos), siempre existió el sonido como expresión de los innumerables fenómenos que se producen en su permanente expansión y evolución. Hasta puede afirmarse, con múltiples fundamentos, que los cuerpos celestes en su constante derrotero emiten una maravillosa melodía, a la cual denominaron la “música de las esferas”, percibida en un determinado rango de frecuencia sonora y sólo por aquellos seres que oyen con el alma. El justo equilibrio entre las vibraciones de la melodía cósmica y la frecuencia de nuestro propio microcosmos, nos conduciría a un estado de armonía insuperable.
Lo primero que me he planteado, es el propósito de mis escritos, el para qué me voy a poner a discurrir teóricamente sobre conceptos que han sido vapuleados y subvertidos a través de la historia del hombre, hasta convertirlos en expresiones que satisfacen sólo el capricho de quien los expresa, sirviendo únicamente para agrandar el “ego” personal y el abismo entre lo que es y lo que debe ser, confundiendo un poco más a las personas desprevenidas. Por eso, yo me quiero referir a mi propia experiencia de vida en este mundo, con el fin de testimoniar mis percepciones físicas y energéticas, que pudieran servir a alguien más para encontrar el sentido de nuestro efímero tránsito terrenal.
Otro enorme desafío es utilizar el poder de síntesis, aprovechando la fuerza implícita de la palabra “perdida”, como medio para darle el nombre correcto a las cosas. Ahora bien, ¿cómo saber el sentido real de cada palabra, que pueda usarse como referencial de lo correcto?; ¿cómo puedo determinarlo con exactitud?. Para ello es imprescindible apelar a precisiones geométricas y simbólicas irrevocables e inalterables a través de los tiempos, como por ejemplo: “Por un punto pasan infinitas rectas”, en cambio, “Por dos puntos pasa una sola recta”. Es decir, una cosa sola, sin su para qué, resulta generalmente ambigua; pero una cosa con su para qué (segundo punto) se transforma en una potencial realidad y determina lo co-rrecto, es decir el camino insuperable.
Como este concepto se puede transpolar a cualquier individuo que habite este planeta, debemos partir entonces de la premisa que, originalmente, se definieron las cosas por su nombre (su para qué), a través del sentido de la Palabra y que esta se fue perdiendo en la “noche de los tiempos”. Es, por ende, sobre la unificación conceptual que deberíamos enfocar nuestro trabajo de investigación, volviendo a la definición original de cada cosa, por el sentido que le imprimió la Palabra primigenia, con el objetivo de re-encontrar el segundo punto y volver a re-unirnos en el camino del propósito común. Podríamos decir que la idea original de la creación universal es una imagen isomórfica y fractal de realidad; la verdad entonces, es el camino de la coincidencia de ideas que nos lleva a vivir dentro de la realidad.
En síntesis:
“EL FIN ES EL PRINCIPIO DE TODAS LAS COSAS”
Mi aventura en este mundo
Para relatar mis propias experiencias de vida, voy a disponer de herramientas racionales e intuitivas y respetaré un cierto orden cronológico, comenzando por el “mágico” evento de la concepción que, según mis propias conclusiones vitales, fue la primera gran elección que realicé en el tránsito por este mundo; un formidable encuentro energético que posibilitó el “moldeado” de un cuerpo, para poder manifestarme. Nací el día 12 de agosto de 1954, en el Hospital Militar de la ciudad de Buenos Aires, en el seno de una familia de clase media; fui el menor de seis hermanos y pasé mi primera infancia en la localidad de La Calera, en la provincia de Córdoba.
Siendo niño, cuatro o cinco años, sentí una enorme atracción por la música y especialmente por la guitarra clásica; seguramente incentivado porque escuchaba a mis hermanos mayores casi todos los días, cantando y acompañándose con ese armonioso instrumento. Como todos ellos, disfrutaba mi infancia rodeado de cariño y educado con valores éticos y morales. Realicé la instrucción primaria en un colegio católico de la ciudad de Córdoba (Santo Tomás). Contaba con ocho años de edad, cuando nos mudamos a vivir a la ciudad de Córdoba, en un departamento sobre la famosa Cañada. Este hecho fue para mí y mis hermanos un cambio drástico en nuestra forma de vida; de una enorme casa pueblerina al “encierro” en el centro de la ciudad, por lo que nos llevó un tiempo considerable la adaptación a esta nueva circunstancia.
Poco tiempo después, empecé a sentir extrañas sensaciones y a soñar con espacios o ámbitos raros, inmensos e inentendibles para mí. Me costaba mucho conciliar el sueño, afectado por una mezcla de ansiedad y temor a lo desconocido; frecuentemente, me sentía como levitando en un espacio infinito. Recuerdo que mis padres tuvieron que consultar a un profesional médico, preocupados por la situación, pero este sólo indicó un tratamiento en base a medicación, para reducir la ansiedad; nunca supieron las causas que provocaban esas alteraciones de mi conducta y de mi sueño. Con el paso del tiempo, fui descubriendo y corroborando que tenemos un componente (cuerpo) energético que contiene una memoria que, eventualmente, puede activarse ante determinados hechos o situaciones especiales. A decir verdad, somos esencialmente energía; al manifestarnos con un cuerpo físico, nuestra vida presente se resume a tiempo y memoria, potenciados por la correcta adecuación de los atributos básicos de libre albedrío y voluntad, fundamentales al momento de elegir el camino correcto que deviene en el justo equilibrio entre el pensar, el sentir y el hacer.
En mi primera adolescencia, siendo cadete del Liceo Militar General Paz, comencé a descubrir y practicar ciertos valores relacionados con la vida social y afectiva; el valor de la palabra era determinante para elegir la expresión justa y precisa y eso estaba directamente relacionado con el ámbito de las relaciones humanas, especialmente con el concepto de amistad y amor. Antes de cumplir dieciséis años, el día 2 de agosto de 1970, me puse de novio con Marta, quien sería mi compañera para el resto de mi vida. Entre los dos, a pesar de nuestra corta edad, comprendimos y cultivamos el sentido del compromiso, basado principalmente en la fe, en un proyecto que ya lleva cincuenta y un años; nos comprometimos a transitar siempre juntos, un camino lleno de amor, pasión y respeto. Siempre presentí que, más allá de nuestras distintas personalidades, ella era mi “alma gemela”. Finalmente, nos casamos en nuestro querido valle de Ascochinga, el 24 de octubre de 1975 y formamos una gran familia, con seis hijos y dieciocho nietos, que son en definitiva los posibles principales receptores de las vivencias e inquietudes planteadas en este breve relato de vida.
Paralelamente, inmerso en la vorágine de las relaciones sociales, familiares y académicas, seguía observando y escuchando las tremendas contradicciones conceptuales que se manejaban culturalmente como dogmas o “verdades reveladas” y me hacían sospechar cada vez más que, planteada sólo con objetivos materiales y transitorios, todo era relativo y la vida del ser humano se limitaba a una permanente actuación o puesta en escena, como en una película. Los objetivos y las metas de la gente, generalmente iban cambiando de acuerdo a las circunstancias, generando actitudes meramente especulativas. Como nunca antes, la intuición me decía que debía haber una realidad, más allá de la fe, encubierta o velada por una interminable serie de hechos culturales y de historias que se contaban desde la “noche de los tiempos”, conforme a diversos intereses de grandes poderes sectoriales del mundo. En una época me refugié en libros esotéricos y bibliografía mística, tratando de dilucidar tantos misterios, pero siempre presentía que no estaba solo en ese laberinto. De alguna manera suponía que era necesario un cambio de paradigma: del hombre frente a su circunstancia, al hombre frente a su propósito; imaginaba a aquel ser libre tratando de encontrar el segundo punto, su norte, vibrando en otra frecuencia, para poder desarrollar una vida sostenible en el tiempo y el espacio planetario.
Cursando ya la carrera de agronomía en la Universidad Nacional de Córdoba, particularmente en la Cátedra de Genética, no dejaban de sorprenderme ciertos fenómenos, como el genotipo y el fenotipo, y sus implicancias en poblaciones humanas, especialmente en las familias. Eso me llevaba indefectiblemente a la convicción de resaltar la individualidad, con su carga energética previa, como el punto de partida para cualquier tipo de investigación completa y seria de la realidad. Era sólo mirarme y observar a mis hermanos y amigos, para darme cuenta que, a pesar de compartir ámbitos de educación e instrucción cívica y académica prácticamente iguales, respondíamos de manera diferente, mucho más allá de nuestro maravilloso componente genético. También me inquietaba observar cualquier minúscula semilla que, con el paso del tiempo y en un medio adecuado, se transformaba en un gigantesco árbol; o los fantásticos procesos de fecundación y desarrollo que se producían ininterrumpidamente en todas las escalas del reino animal. Sin dudas que había algún programa previo incluido en la estructura física y biológica de los seres vivos; una potente energía que constituía el comienzo esencial de la semilla de la naturaleza universal, que aseguraba la trascendencia de la vida.
La búsqueda tuvo sus frutos recién a los veinticinco años, cuando conocí a Fernando, a la postre un gran amigo y hermano espiritual en este tramo de la existencia; y, a través de él, a otras personas que “vibraban” en una frecuencia similar a la mía; prontos y dispuestos a revelar los orígenes, el camino y el propósito de la vida. Junto con ellos y a partir de planteos de dudas e inquietudes existenciales, fui desgranando conceptos que me ayudaron a comprender el valor original de la palabra, del Verbo; que me mostraron la posibilidad de regresar a las fuentes para retomar el camino del conocimiento y el amor, a partir de la fe, la razón y la intuición. Comprendí que había que volver, indefectiblemente, al punto de partida del desvío de la ruta original y retomar la autopista hacia la verdad, transitándola libre de prejuicios y conforme a nuestro destino potencialmente programado.
La historia de la raza humana, siempre fue contada de manera especulativa, desde la visión del ganador o poderoso de turno, dividiendo las grandes ramas del saber de acuerdo con la conveniencia oportuna. La ciencia, que nos promete el conocimiento del hombre, la tierra y el universo a través del estudio, la experimentación y la observación de la naturaleza; las corrientes religiosas, que nos aseguran dogmáticamente, a través de la fe y de la oración, la salvación del espíritu, el paraíso y la vida eterna; la filosofía, que nos ofrece sabiduría por la interpretación de disquisiciones teóricas relacionadas con el ser humano y su circunstancia; finalmente, el arte, que valiéndose de la materia, la imagen, el sonido, el gesto o el lenguaje, nos conecta con la creación, por medio de la estética. Ninguno de ellos nos muestra una visión integral de la vida, provocando el planteo de las preguntas básicas que podrían dar un verdadero sentido al efímero tránsito terrenal: qué somos, para qué estamos en este “planeta azul” y, menos todavía, hacia dónde vamos. En realidad, el concepto vital debería ser uno solo, direccionado a la reunificación, en el conocimiento y el amor. Cada instante es un punto de partida posible para despertar la necesidad de aprender a investigar, totalmente liberado de preconceptos. La fe, como sentimiento de seguridad, siempre será importante, pero sólo como comienzo para re-descubrir el sutil nexo que nos conecta con el propósito original.
Estamos viviendo un tiempo en que los medios se transformaron en fines; el hombre con su ambición material desmedida, se ha erigido en el destructor principal de la naturaleza planetaria. En síntesis, como decía mi gran amigo Leopoldo, amante de la verdad: “se ha olvidado el propósito, se ha perdido la palabra y se ha borrado el camino. Y entonces, todo se desenvuelve en el gran ámbito de la esperanza de un buen negocio o de un milagro”.
Mi vida familiar resultó siempre un espacio adecuado para practicar y desarrollar la educación de los hijos, con prioridades basadas en aspectos éticos y de buenas costumbres, con una fuerte presencia de valores; Siempre tratando de mostrar un camino de responsabilidad y trascendencia. La instrucción académica y el aspecto material de la vida, ocuparon un lugar de relativa importancia, aunque nunca prioritario para nuestros hijos, en el camino de llegar a la meta de ser fundamentalmente lo que deben ser, de acuerdo con su propio “cuaderno de navegación”. La interacción durante años con ellos, me ayudó a comprender muchas cosas y llegar a algunas importantes conclusiones. En primer lugar, el deber de ser guía, ejemplo y responsable de cada uno de ellos, para que pudieran encontrar su propio camino de acuerdo con su sino, hasta que lograran responder por sí solos. En segundo término, el darme cuenta que más allá de lo circunstancial en el tiempo y el espacio, en los cuales desempeñamos distintos roles, siempre fueron, son y serán mis posibles compañeros de ruta en este viaje eterno. Por otra parte, que somos todos diferentes conforme a nuestra “carga” original y que nos relacionamos de distinta manera, en el ida y vuelta de cada día, influenciados por nuestra personalidad y respondiendo sobre todo a nuestros sentimientos; en ese sentido, resalto especialmente la gran afinidad con mi hija Belén, quien ha sido un apoyo incondicional y permanente en mi vida. Finalmente, cada uno a su manera, coincidimos en el sendero de la reunificación conceptual para poder ser viajeros participantes en esta aventura fraternal hacia la eternidad.
Trabajar sobre lo conceptual fue siempre el factor motivador para ir comprendiendo las diferencias entre lo que es y lo que debe ser; entre la individualidad “vacía”, especulando frente a una circunstancia fortuita, y la persona ante su “programa”, su deber ser, intentando descubrir el segundo punto y, por ende, el sentido de la vida. Al respecto, incluso, el descubrirse a sí mismo puede significar el retorno a un sendero de participación, originalmente previsto y planificado.
Mi trabajo profesional en la Fuerza Aérea Argentina, durante treinta y cinco años, me sirvió como un “refugio”, un ámbito favorable para poder cultivar mis atributos personales de orden, respeto y responsabilidad. Si bien es cierto que la institución militar también se compone de hombres y mujeres “comunes”, con virtudes y defectos, existen marcados límites en lo referente a normas y reglamentos, que protegen de alguna manera a las personas que poseen auténtica vocación de servicio. Rescato, especialmente, los nueve años de experiencia patagónica, cuando estuve destinado en la Base Aérea Militar de Río Gallegos. La inmensidad de la Patagonia Sur, con sus majestuosos paisajes y el arrullo permanente del viento, me produjeron sensaciones casi indescriptibles de tranquilidad y, a través de la música, me inspiraron para comprender un poco más acerca de los valores de la amistad y la solidaridad.
En el mes de febrero de 2013, a los cincuenta y ocho años de edad, pasé a situación de retiro, lo que me permitió disponer del tiempo necesario para dedicarme, como nunca antes, a la música y a los aspectos más trascendentes de la vida, tanto en lo personal como en lo familiar. Confieso que, más allá del perjuicio económico provocado por la jubilación, me sentí realmente liberado de presiones y totalmente dispuesto a encarar nuevos proyectos.
Fue después de los sesenta años que comencé a elaborar la idea de dejar diferentes testimonios, huellas, de mis vivencias “en tránsito” por esta vida. Por un lado, las experiencias musicales con mi guitarra, alentado y apoyado por Marta y mis hijos, que fueron y son aún una verdadera pasión, casi intuitiva, que siempre relacioné con la música universal a través del equilibrio de vibraciones de frecuencias que nos conectan con la realidad. Finalmente, pude compilarlas en un libro de “Poesía y Música”, editado en el año 2020, en el cual combiné lo filosófico y lo didáctico, con las historias de mis propias composiciones musicales de folclore y tango.
Por otra parte, un poco más avanzado en el tiempo, me dediqué a escribir sobre otra de mis pasiones, también compartida con mi gran familia, que fueron y siguen siendo las aventuras sobre ruedas. Empecé por testimoniar nuestro inolvidable viaje de luna de miel, desde Argentina (Ascochinga, Córdoba), hasta Canadá (Calgary – Alberta ), recorriendo más de 29.000 kilómetros, con la intención de publicarlo también en un libro; avanzado en el trabajo, surgió la idea de ampliar el proyecto, haciéndolo extensivo a otra cantidad de viajes realizados con la familia, en distintas épocas, como una manera además de digitalizar y proteger viejas fotos perdidas en los archivos del tiempo. Luego de meses de elaboración y ya cerca del final, entre uno de mis hijos (Santiago) y mi yerno (Gabriel), me asesoraron y me convencieron de que resultaría mucho más interactivo y potente, reunir toda la información en un Blog (página web), con la posibilidad casi ilimitada de agregar textos, fotografías y mapas; incluso con la alternativa de una permanente edición. Finalmente se llamó “viajerosincansables.com”.
Mi nieto mayor, Mateo, elaboró un diseño muy acorde con el tenor del mensaje implícito, haciéndolo ameno y equilibrado para facilitar su lectura. Él también es el que administra el sitio web, en donde ya hemos plasmado (subido) casi todas las maravillosas aventuras. Les confieso como primicia, que tenemos planificado (con Marta por supuesto) para el próximo mes de abril de 2022, el periplo completo por la emblemática “Ruta Nacional 40”, desde Cabo Vírgenes hasta La Quiaca, para engrosar aún más esta extensa lista de recorridos inolvidables sobre ruedas.
Finalmente, y como corolario, decidí testimoniar acerca del viaje más trascendente de todos, es decir el paso por este mundo, que es lo me ocupa desde unos meses atrás; para ello, organicé una cantidad de conceptos internalizados a través de mis años de vida. Como dije al comienzo de este texto, para escribir sobre estos asuntos tan elevados, es menester apelar al máximo poder de síntesis y adoptar una actitud libre de prejuicios, para poder potenciar el verdadero significado de la palabra original.
Independientemente de los innumerables matices, hay dos grandes alternativas posibles para transitar este mundo; por un lado, un camino de confusión y anarquía, basado sólo en derechos y efectos especulativos circunstanciales, sin respeto por el orden natural y social, con lo material como principal objetivo devenido en un fin en sí mismo, que nos lleva a un desenlace destructivo, temporario e incierto. Por otra parte, justamente en el otro extremo, otro fundado en la armonía de la ley natural y el deber ser, con un marco de orden social solidario y sostenible, investigando las causas de los fenómenos universales que nos permita ampliar nuestra conciencia y que nos pueda conducir finalmente a un ciclo virtuoso, participativo, constructivo y permanente, que nos lleve a vivir en lo cierto.
Considero algo fundamental el hecho de darse cuenta del valor de la palabra y de las cosas, para poder tener una visión elevada y más abarcativa de las circunstancias que nos rodean diariamente. Deberíamos comprender definitivamente que somos materia y energía; Por eso es que un buen método sería poner en práctica rutinariamente la fórmula de “vivir con los pies sobre la tierra y la mente en el cielo”, tratando de encontrar el segundo punto referencial (nuestro destino), para poder analizar cada situación conforme a su verdadera trascendencia.
Actualmente observo con justificada preocupación, que el materialismo del poder mundial nos está llevando a consolidar una forma de vida totalmente alejada de la trascendencia planetaria. En nombre de la felicidad, el ser humano se ha ido transformando en un autómata, esclavizado por el consumismo y la tecnología o dogmatizado por las grandes religiones y las numerosas sectas que prometen la salvación. Cada vez con más frecuencia, surgen líderes mediáticos y falsos filántropos que aseguran mejorar la calidad de vida de la gente, a través de mágicos artilugios escondidos detrás de grandes negocios y ambiciones de poder. Las maniobras de distracción que se llevan a cabo para impedir la actitud investigativa, especialmente en la gente joven, necesaria en el intento por descubrir una realidad universal velada y oculta por años, ha desplegado verdaderos ejércitos de “ingeniería social” tendientes al manejo de los grandes medios de comunicación masiva del mundo, especialmente las redes sociales relacionadas al ámbito de internet, con el objetivo de centralizar el control absoluto de la población.
Justamente, como un ejemplo en ese sentido, desde comienzos del año 2020 y hasta el presente estamos viviendo un raro “experimento” mundial, inmersos en una pandemia provocada por un virus, de origen sospechoso y de un alcance jamás visto en la historia de la humanidad. Independientemente del contradictorio análisis sanitario de este fenómeno, con diferentes “verdades reveladas” originadas en los grandes ámbitos de poder planetario, lo que más me ha llamado la atención es el tendencioso manejo de la información, siempre dirigida a provocar pánico en la gente, inducir al encierro y paralizar las actividades sociales y comerciales más elementales, afectando el derecho básico del ser humano, que es el de decidir libremente sobre su propio destino. Además, por supuesto, avalando un gigantesco negocio oportuno con la solución mágica de una vacuna salvadora. De esa manera, están logrando anular por completo la posibilidad de que la persona pueda desarrollar su propia inmunidad, basada fundamentalmente en la responsabilidad individual y los buenos hábitos de vida, alentando en cambio la masificación y la dependencia de soluciones basadas en experimentos de laboratorio.
Hoy, a los sesenta y siete años de edad, estoy terminando de concretar el objetivo de dejar escritas estas experiencias vividas, con la esperanza de que puedan servir a alguien como punto de partida hacia el descubrimiento de la única realidad, participativa y solidaria, que es en definitiva el sentido de la vida misma. Siento que estoy en algún punto del camino correcto y por supuesto que continuaré manteniendo esta actitud de investigación hasta mi último aliento en el momento de la “transición”, fundamentado en el para qué de las cosas y en el verdadero propósito de la existencia. Estoy absolutamente convencido de que, la sumatoria de individualidades ingenuas, despiertas, inteligentes y participantes, es el único camino posible para hacer más sostenible y rescatar este hermoso planeta azul, reencausándolo en el cumplimiento del maravilloso Plan Universal.
Esteban Jaureguiberry – Unquillo, 15 de diciembre de 2021.