RECORRIDO POR LA RUTA 40 NORTE

29 de marzo a 08 de abril de 2022 – 3.250 kilómetros

Continuando con nuestra costumbre de andar por los caminos, hace meses nació la idea de recorrer la mítica ruta nacional número 40, “Libertador General San Martín”. Esta nace en el confín del continente, sobre la boca este del estrecho de Magallanes, más precisamente en el faro de Cabo Vírgenes. Allí se ubica el kilómetro cero de esta emblemática ruta, que recorre más de cinco mil kilómetros hasta la ciudad de La Quiaca, en el límite con Bolivia. Al principio, planificamos el periplo de un solo tirón, que nos llevaría un tiempo estimado de 30 días, con una distancia total cercana a los diez mil kilómetros, teniendo en cuenta los enlaces, desde Córdoba hasta Cabo Vírgenes por la ruta nacional 3 y desde La Quiaca hasta Córdoba por la ruta nacional 9. Después resolvimos, por una cuestión logística y de tiempo, que era mejor dividirla en dos partes, por lo que decidimos hacer primero la más corta, por el norte argentino, cruzando las provincias de: La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy; y dejar la Patagonia y Cuyo para la próxima primavera. Vale aclarar que ya conocemos varios tramos de esta ruta, especialmente en la Patagonia, pero queríamos completarla, un poco por curiosidad y otro para sentir la satisfacción de superar un nuevo desafío rutero.

       Así fue que el día martes 29 de marzo, a las diez de la mañana, partimos a la aventura con la idea de completar la primera etapa hasta la localidad de Villa Unión, en la provincia de La Rioja. Por la ruta nacional 38, llegamos a Cruz del Eje, en donde almorzamos. Continuamos por la misma ruta hasta la localidad de Patquía, ya en la provincia riojana. Allí nace la nacional 150, una ruta escénica que pasa por el Parque Provincial “El Chiflón”, con formaciones geológicas muy llamativas, producto de la milenaria erosión eólica de la zona. Después continuamos por otra ruta nacional, la 76 hacia el norte, que pasa por el medio del Parque Nacional Talampaya. Este parque fue creado para proteger importantes yacimientos arqueológicos y paleontológicos de la zona; tiene una extensión de 213.800 hectáreas y, en el año 2.000, fue declarado “Patrimonio cultural y natural de la humanidad”. Las serranías bajas riojanas, exponen procesos erosivos que forman cañadones rectos y altos paredones; es el resultado de movimientos tectónicos, a los que se han sumado por milenios, la erosión del agua y del viento, en un clima desértico con grandes amplitudes térmicas. Comparte con Ischigualasto la cuenca geográfica “triásica”, considerada como uno de los paraísos más importantes en material geológico de la República Argentina. Concretamente, La “Formación Talampaya” está compuesta por una aglomeración de rocas de color rojo parduzco. Las paredes y el cañón del río Talampaya, fueron erosionados por el viento y el agua por más de 45 millones de años, dándoles curiosas formas. Además, el Parque constituye un importante yacimiento paleontológico, con abundante riqueza en fósiles.

        Finalmente, luego de recorrer 550 kilómetros, llegamos a destino cerca de las siete de la tarde. Esa primer noche cenamos en el restaurante “Doña Paula”, brindamos con un vino torrontés riojano y dormimos cómodamente en el hotel “Cuesta de Miranda II”, en Villa Unión. Justamente en esa ciudad se intercepta la ruta 40 que viene de Guandacol, en la provincia de San Juan.

       Me comuniqué telefónicamente con Fernando Bertona Jr., sobrino de un gran amigo, para concertar un encuentro al día siguiente, en la ciudad de Chilecito, nuestra segunda etapa. Él se ofreció para conseguirnos alojamiento en Cabañas “La Martina”, cercanas a su casa, por la amistad que tiene con sus dueños.

       Al día siguiente, después de un completo desayuno continental, reiniciamos la marcha hacia Chilecito. Al comienzo, la carretera es plana y luego asciende hasta los dos mil metros de altura. Después comienza el descenso por la imponente Cuesta de Miranda, hasta los 1.100 metros de altitud en que se encuentra la ciudad de Chilecito, entre los cordones de la Sierra de Velasco al este y de Famatina al oeste. Al mediodía ya estábamos instalados cómodamente en una cabaña. Fuimos a conocer el centro de la ciudad y almorzamos en el Restó-Bar “Capri”, frente a la plaza principal.

        Después del café de rigor, caminamos unas seis cuadras hasta el monumento del “Cristo del Portezuelo”, un imponente y emblemático mirador construido en el año 2011, por el Bicentenario de la Patria. Posee 200 escalones (uno por cada año) que llevan hasta el Cristo de 16 metros de altura. Desde allí se pueden apreciar las mejores vistas de la ciudad y obtener buenas fotografías. Además, en los laterales del ascenso, implantaron unos originales jardines de cactáceas, con una gran variedad de especies. A la tarde fuimos a cargar combustible a una estación Shell, y de paso merendamos un café con sandwhiches.

       A la noche compartimos una muy agradable cena, con menú árabe, en la casa de Fernando, con su mujer Patricia y sus hijos, Luciano y Mateo. Habíamos iniciado medio tarde, y entre las variadas delicias y la amena charla, llegamos a la una de la mañana casi sin darnos cuenta.

       El 31 nos levantamos un poco más tarde, desayunamos sólo un yogur con frutos secos y arrancamos nuevamente. Antes de seguir hacia el próximo destino, fuimos a conocer la estación número 1 y el museo del histórico cable carril construido a comienzos del siglo pasado (1905). Esta monumental obra de ingeniería, fue realizada en sólo 18 meses y unía la mina “La Mejicana”, en el cerro Famatina ( 4.400 m.s.n.m), con la localidad de Chilecito (1.100 m.s.n.m), a través de 35 kilómetros de extensión, con 9 estaciones y 262 torres. Con vagonetas especiales bajaban el material crudo hasta la planta de procesamiento, cercana a la estación 2, y luego los lingotes de oro, plata y cobre hasta la 1, en donde se cargaban en el tren hacia el puerto de Bahía Blanca. Se abandonó definitivamente en el año 1926 pero, felizmente y después de muchos años, se recuperaron máquinas, herramientas, fotografías y libros históricos que se pueden apreciar en un sencillo y ordenado museo. En 1982, este increíble cable carril en altura, el más grande del mundo, fue declarado Monumento Histórico Nacional.

       Alrededor de las once de la mañana, seguimos viaje. La 40, por La Rioja hacia el norte, presenta paisajes muy áridos y con rectas interminables. En San Blas de los Sauces se arriba a un enorme valle y poco después la ruta se superpone con la nacional 60, ya en la provincia de Catamarca. El camino continúa, siempre por zonas áridas, hasta que llegamos a la pequeña ciudad de Belén, cerca de las dos de la tarde. Allí sólo almorzamos y, al constatar que  había muy poco para conocer en la zona , decidimos seguir otros 200 kilómetros hasta Cafayate, en Salta. A poca distancia de la ciudad, la ruta atraviesa la “Quebrada del Río Belén”, una icónica atracción turística, con bonitos y fotogénicos paisajes, continuando luego por zonas áridas hasta la ciudad de Santa María.

        Alrededor de las cinco de la tarde, llenamos el tanque de nafta y merendamos en una estación Refinor , todavía en la provincia de Catamarca. Esta localidad es considerada por muchos como la capital de los Valles Calchaquíes, especialmente por su importante pasado aborigen, habitada por la etnia Diaguita o Calchaquí.

        Los últimos 80 kilómetros hasta el destino del día, presentan variados paisajes, de valles y cerros, pasando por las ruinas de la ciudad sagrada de los Quilmes, el mayor asentamiento precolombino de la región, situada a 5 kilómetros de la ruta 40, ya en territorio tucumano. Un poco más adelante, en el kilómetro 4.308 de la misma ruta, se encuentra la localidad de Colalao del Valle, próxima al límite con la provincia de Salta. Y por fin, el final de nuestra etapa en Cafayate (Salta), la capital nacional del vino torrontés. Llegamos a las siete de la tarde, fuimos a la oficina de turismo y rápidamente encontramos alojamiento en el viejo hotel “Emperador”, sobre la plaza principal de la ciudad.

       A la mañana siguiente visitamos la finca-bodega “Quara”, una de las más antiguas e importantes de la zona. Tiene una calle de acceso espectacular, enmarcada con hermosos ejemplares de olivos. Nos mostraron los diferentes métodos de cultivo, en parrales y en espalderas; los procesos de maduración, envasado y conservación de los distintos varietales y blends; finalizando con una degustación de blancos y tintos. Obviamente que la cepa insigne de la bodega es la torrontés, aunque también producen excelentes variedades de malbec,   cabernet y Tannat. Compramos dos botellas de sus vinos Premium. Poseen 300 hectáreas de plantación, sobre un total de 1.800 hectáreas totales del valle y alrededores.

       Cerca del mediodía, fuimos a conocer el “museo provincial de la vid y el vino”, muy cercano al hotel. Fue inaugurado el 11 de marzo de 2011, con la idea de integrarlo al circuito de la “Ruta del vino de los Valles Calchaquíes”. Propone, en dos salas, una espléndida muestra dinámica e interactiva, sobre la historia y características de los vinos de altura de los valles. Es un espacio vivo, pleno de estímulos visuales y sonoros, con nobles recursos estéticos y narrativos, que envuelven emocionalmente al público. Rescata, además, fragmentos literarios de grandes poetas salteños que le escribieron a su tierra y a sus frutos. Al final del original recorrido se encuentra un Restó-bar, con una muy adecuada presentación, que invita a degustar diferentes comidas y bebidas, especialmente los vinos de altura de la región; desde hace poco tiempo gerenciado y atendido por Mauricio y Mara, un emprendedor matrimonio tucumano, con los cuales entablamos una cálida amistad.

       Esa noche cenamos en un comedor familiar (“Como en casa”), unas exquisitas pastas caseras (el precio un poco elevado). Compramos nueces, higos y otros frutos secos del lugar; caminamos un rato por la plaza y nos acostamos temprano para poder afrontar al día siguiente una etapa más compleja, con muchos kilómetros de ripio.

       El día dos de abril partimos hacia Cachi, por la famosa ruta del vino de los Valles Calchaquíes, a lo largo de 160 kilómetros. Los primeros 30, hasta San Carlos, están asfaltados. Luego comienza el ripio y en el km. 4380 de la ruta 40, antes de llegar a la localidad de Angastaco, nos internamos en un accidente geográfico impresionante, declarado monumento natural, que comprende más de veinte kilómetros y que tiene su punto culminante en la “Quebrada de las Flechas”. Un paisaje “lunar” cincelado por la erosión eólica, con infinitas combinaciones de formas, colores y elevaciones rocosas puntiagudas que forman desfiladeros con paredes de hasta 20 metros de altura.

         El camino continúa sinuoso, siempre bordeando el río Calchaquí, con algunos tramos angostos y otros más anchos y bien consolidados; pasa por Seclantás y Molinos, hasta llegar a la emblemática población de Cachi, al pie del nevado del mismo nombre. Después de 4 horas de viaje, descansamos y almorzamos en el restaurante de la bodega “Puna”, que tiene sus viñedos a casi 2.600 m.s.n.m.. El pueblo está fundado sobre asentamientos diaguitas y la posterior hacienda de Cachi; su cultura de pueblos diaguitas calchaquíes, tiene influencias incaicas y españolas. Caminamos por su plaza principal y alrededores, en donde se destacan distintas construcciones de estilo colonial. Pudimos apreciar también a una coplera-bagualera típica, acompañada del instrumento tradicional, la caja.

         A las tres de la tarde reiniciamos la marcha, por asfalto, hacia la ciudad de Salta. En Payogasta dejamos atrás la ruta 40 y tomamos la provincial 33 hacia el este; pasamos por la recta del Tin-Tin, en pleno Parque Nacional Los Cardones; llegamos hasta los 3.348 m.s.n.m., en el mirador de la “Piedra del Molino” y a partir de allí iniciamos un vertiginoso descenso por la “Cuesta del Obispo”. En 25 kilómetros de ripio descendimos hasta unos 1.800 m.s.n.m., con paisajes estremecedores, continuando nuevamente por asfalto, a través de la quebrada de Escoipe. Siempre en descenso, pasamos de la incipiente vegetación del altiplano a la frondosa selva de las Yungas, de la sequedad de la puna a la humedad de los valles selváticos; hasta interceptar en El Carril, la ruta 68 a 1.100 m.s.n.m.

        Llegamos con las últimas luces del día a la ciudad de Salta y nos alojamos en un departamento ubicado en el complejo “Aires Verdes”, sobre la calle Alsina 352. Hablé por teléfono con mi compañero y amigo, Luis Sachetti, para vernos después de muchos años; amablemente, nos invitó a almorzar a su casa  al día siguiente. Cansados después de una larga etapa, cenamos en un restaurante cercano al depto. y nos acostamos temprano.

        El domingo, después de un frugal desayuno, fuimos caminando (unas 20 cuadras) hasta el parque San Martín, ubicado al pie del Cerro San Bernardo; estaba muy concurrido y pudimos apreciar espectáculos de danzas folclóricas, al aire libre, con notas de color y destreza criolla. Recorrimos una parte de la feria de artesanías del lugar, en donde finalmente compramos una enorme olla y diez cazuelas de barro; volvimos en taxi para dejarlos en el departamento, y volvimos a salir caminando hacia el barrio “Tres Cerritos”, a la casa de Luis (otras 23 cuadras). Nos recibió con su señora Mirta, hijos y nietos; el almuerzo resultó exquisito: picada, empanadas salteñas y asado (regadas con Aperol y champagne), y una sobremesa que se extendió hasta las seis de la tarde, con guitarra, bombo y toda la pasión de nuestra música folclórica. Nos sentimos inmensamente halagados por tantas atenciones y la calidez de toda la familia.

       Después nos llevó en auto hasta la Plaza 9 de Julio; caminamos un rato, tomamos algunas fotos y resolvimos volver al departamento (otras 10 cuadras). Llegamos cansados por el calor y tanta caminata. A la noche sólo comimos una ensalada oriental que compré en un negocio del shopping del NOA.

      El lunes 4 de abril, a las 10:30 horas, llegó Juan Manuel (dueño del depto.) para recibir el pago y la llave; nos despedimos, cargamos nafta y arrancamos hacia Jujuy. Al mediodía almorzamos unas ricas lasagnas en una estación YPF Full, en San Salvador. Continuamos hacia La Quebrada y arribamos a Purmamarca alrededor de las cuatro de la tarde. Al entrar al pueblo nos asustamos por la presencia de una enorme cantidad de automóviles y ómnibus, pero felizmente se estaban retirando del lugar, luego de un evento deportivo multitudinario que se había realizado el fin de semana en la zona.

       Dimos una vuelta por las callecitas del pueblo y, coincidentemente, llegamos a la misma hostería en donde nos habíamos alojado con José y Alina, 15 años atrás. Ahora se llama “La Casa Encantada”; conseguimos una cómoda habitación por dos noches. Salimos a estirar las piernas, tomamos un café con alfajor y caminamos hasta un nuevo mirador, desde donde puede apreciarse toda la belleza de este lugar, con sus increíbles paisajes. Por el intenso viento de la tarde y para poder “domar” los crispados cabellos, le regalé a Marta una simpática boina. Realmente, la ubicación estratégica de Purmamarca, rodeada de cerros y quebradas multicolores, la transforman en un lugar paradisíaco, casi surrealista.    

        A la noche encontramos un hermoso y cálido restaurante, “Los Morteros”, donde comimos una “media tabla”, con carnes y verduras variadas; probamos la carne de llama, el vino malbec de la bodega “Puna” (de Cachi) y compartimos un rico flan de postre.

       El martes 5 de abril era un día muy especial para nosotros, ya que llegaríamos al punto final de la ruta 40 en La Quiaca. Hacia allá partimos por la nacional 9, cruzamos toda la Quebrada y, después del pueblo de Humahuaca, comenzamos el ascenso hasta los 3.500 m.s.n.m., entrando a los extensos y desolados paisajes del altiplano jujeño. Cargamos combustible en Abra Pampa, un importante centro de servicios de esta zona de la puna, y cerca de las 13:00 horas llegamos a destino. En la avenida de acceso a La Quiaca se encuentra, en una rotonda, un monolito con el cartel que testifica el final de la mítica ruta 40 “Libertador General San Martín”, y la intersección con el final de la ruta 9 “Juan Bautista Alberdi”. Después de tomar varias fotografías y con la satisfacción del objetivo cumplido, nos dirigimos hacia el este, 17 kilómetros, para conocer el histórico pueblo de Yavi. Fue asiento del único marquesado que se creara en el territorio de lo que sería luego la República Argentina. Está situado a 3.516 m.s.n.m. y tiene sólo 378 habitantes. El 18 de febrero de 1975, fue declarado “Lugar Histórico”. Visitamos la iglesia de San Francisco, construida en 1.690 y la casa-museo de los marqueses del Valle de Tojo. Entre los siglos XVII y XIX, el Marquesado era un paso obligado para el tránsito entre el Río de la Plata y las minas del Potosí.

      Almorzamos en la hostería de Yavi y alrededor de las tres de la tarde iniciamos el retorno a Purmamarca. En toda la extensión de la puna, se pueden apreciar ejemplares de camélidos sudamericanos, especialmente llamas y alpacas, tanto salvajes como domesticadas. Ya en la Quebrada, cerca de Tilcara, nos detuvimos en un puesto de artesanías y compramos otras seis cazuelas de barro. Con las últimas luces del día llegamos cansados al alojamiento. Esa noche comimos y brindamos en “La Posta de Purmamarca”, un lugar agradable pero no tan cálido y sabroso como la noche anterior en “Los Morteros”.

       Después del sencillo desayuno de “La Casa Encantada”, el miércoles iniciamos el retorno a casa, previendo la última parada de dos noches en San Miguel de Tucumán. Desde el pueblo de Volcán (2.300 m.s.n.m), comienza el descenso a través de la reserva de la biósfera en Las Yungas; en Yala inicia una moderna autopista, se pasa por la circunvalación de la capital jujeña y se empalma la autopista nacional 66 (Dr. Ricardo Alfonsín); el calor y la humedad van en marcado crecimiento. Después del aeropuerto de Perico, vuelve a ser ruta común, intercepta las nacionales 34/9 con rumbo sur, hasta la ciudad salteña de Guemes. Poco más adelante, inicia una autovía muy paisajística que serpentea entre cerros y termina en la ciudad de Metán (unos 100 kilómetros). Allí cargamos nafta y almorzamos una rica hamburguesa, antes de continuar viaje hacia la posta final en Tucumán.

        Llegamos cerca de las cinco de la tarde al hotel “Garden Park”, en la avenida Soldatti 330, frente al Parque 9 de Julio. El termómetro marcó hoy 30 grados aquí, con una humedad de más de 90 por ciento. Nos instalamos cómodamente en la habitación 608, con vista al parque, brindamos con un rico champagne de cortesía y luego salimos a estirar un poco las piernas, caminando algunas cuadras por el icónico Parque.

        A la noche, temprano, cenamos en el restaurante del mismo hotel, pastas y ensaladas, acompañadas con un malbec; además compartimos un exquisito postre de helado con frutas frescas. Por intermedio del hotel, contratamos una excursión exclusiva de tres horas para mañana jueves, con la idea de conocer el emblemático Cerro San Javier, ubicado al oeste de la ciudad.

        Al día siguiente, luego de un rico desayuno continental, pasó a buscarnos Juan Carlos Castro, el operador turístico. Tomamos la avenida Mate de Luna, directo al cerro; al entrar al Municipio de Yerba Buena, continúa con el nombre de Aconquija. Debido al alto desarrollo y urbanización, allí se pueden encontrar shoppings, restaurantes, salones de fiesta, hoteles, amplios locales comerciales y casas quintas residenciales.

       Al final de la avenida, comienza el ascenso al cerro por un camino de cornisa, entre medio de una exuberante vegetación selvática, con ejemplares de tipas, pacaráes, cedros, lapachos, nogales, tarcos y otras especies. Sube desde 450 a 1250 m.s.n.m., en sólo 10 kilómetros. En la cumbre del cerro está emplazada la monumental escultura del Cristo Bendicente, con una imponente vista de la ciudad.

      Por la cresta del cerro, 12 kilómetros hacia el sur, pasamos por la exclusiva localidad veraniega de Villa Nougués. Tomamos muchas fotografías e iniciamos el descenso por otra ruta (provincial 338), pasando por varios countries y barrios cerrados. Finalmente, Juan Carlos, un excelente y amable guía, nos dejó nuevamente en el hotel alrededor de la una de la tarde.

      Almorzamos también allí mismo (liviano por el calor); hice lavar la Chery en el lavadero Avellaneda (de Iván Carrizo) y descansamos un rato para paliar el calor de la siesta. Recién a las cinco de la tarde fuimos caminando al centro; pasamos por la Casa de la Independencia, tomamos un jugo de naranja y volvimos al parque por la calle 24 de septiembre. Lamentablemente, apreciamos una ciudad muy desordenada, con veredas rotas y poca limpieza. Nos dimos el gusto de comprar tres kilos de paltas y un dulce de cayote.

      La última noche, volvimos a cenar unas riquísimas ensaladas con una copa de vino; repetimos el postre de helado con frutas y nos fuimos temprano a la habitación. El día viernes 8 de abril, desayunamos bien temprano y antes de las nueve de la mañana ya estábamos iniciando el tramo final de nuestro viaje. Salimos por la nacional 38 (autovía), hasta la ciudad de Famaillá. Allí empalmamos la ruta nacional 157 hasta Simoca, en donde cargamos combustible y tomamos un café. Más adelante, pasamos por Frías (Santiago del Estero) y Recreo (Catamarca). Como todavía era temprano para almorzar, seguimos adelante con la idea de hacer unos 50 kilómetros más; lo que no sabíamos, por falta total de cartelería indicativa, era que teníamos un tramo de más de cien kilómetros, con rectas casi interminables, para llegar al próximo pueblo, Quilino, ya en la provincia de Córdoba. Almorzamos en un sencillo bar, nos refrescamos un poco y encaramos la etapa final hasta Mendiolaza.

       A las cinco y media de la tarde, concluíamos nuestra aventura por el noroeste argentino, con un recorrido total de 3.250 kilómetros, habiendo pasado por las provincias de La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy y Santiago del Estero. Fueron once días y diez noches. Estuvimos totalmente sanos; el tiempo nos acompañó en todo el viaje y la Chery anduvo de maravillas. Atravesamos zonas desérticas, valles fértiles, cuestas imponentes, rectas interminables, frondosas selvas y quebradas multicolores.

      Si bien es cierto que nos salteamos los últimos tramos de ripio de la ruta 40, en Salta y Jujuy, pudimos llegar finalmente a la meta, a través de rutas alternativas, que nos llevaron hasta los confines de la Patria en la ciudad de La Quiaca. En consecuencia, podemos decir como conclusión:

MISIÓN CUMPLIDA

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