Capítulo 3

o9 de Enero 1976 a 25 de enero 1976

AMÉRICA DEL SUR

TRAMO SANTIAGO (CHILE) – LIMA (PERÚ)

Teníamos pensado continuar el viaje el día 2 de enero, pero demoramos la partida para terminar algunos detalles de la casita y, especialmente, para tratar de comprobar si íbamos a seguir siendo solamente dos “pasajeros”. Un tío de Pablo (Sergio) médico ginecólogo, la revisó a Marta, le dio unas pastillas y nos dijo que en cuatro o cinco días podríamos tener más certeza de la situación. Fue el primer momento de tomar grandes decisiones; recién habíamos recorrido poco más de mil kilómetros y teníamos todo el sueño del viaje por delante. Resolvimos seguir, basados en nuestra fe, la visión totalmente positiva de la situación y, sobre todo, por la “dosis” de locura juvenil necesaria en ciertas ocasiones límites.

Ciudad de Valparaíso – República de Chile

Finalmente, arrancamos el día nueve de enero hacia Valparaíso, una ciudad portuaria que se caracteriza por sus cerros cercanos al mar, en donde llegan a edificar viviendas en lugares increíbles, a veces sólo accesibles por los legendarios ascensores públicos. En esa época nos llamó mucho la atención por la pobreza general de la población. De allí seguimos a Viña del Mar, que es lo contrapuesto, es decir una ciudad turística por excelencia, con grandes jardines, barrios residenciales y reconocidas playas. Siguiendo por el circuito marítimo hacia el norte, paramos en Reñaca, que en esa época recién comenzaba a hacerse reconocida. Tomamos un rico helado, un poco de sol, y seguimos con la idea de hacer noche en Maitencillo. Como no nos agradó el lugar, decidimos continuar hasta Zapallar, que ya era conocido como un balneario de alto nivel. En Laguna, por malas señalizaciones de tránsito, nos equivocamos de camino (de ripio por entonces) y terminamos desembocando en la carretera Panamericana norte, a unos ciento cincuenta kilómetros de Santiago. Ante la eventualidad, terminamos durmiendo en una parada de camiones sobre la ruta, cerca del pueblo de Catapilco. Es importante aclarar que nos habían aconsejado que pasáramos siempre las noches en estaciones de servicio o en paradores de camiones, ya que existe un tácito sentido de la solidaridad de los camioneros en ruta, donde siempre están dispuestos a ayudarte ante cualquier problema. En las estaciones conseguíamos el uso de baños y, a veces, otros servicios para el vehículo.

Ciudad de Viña del Mar – República de Chile

Agotados y después de un rico café con leche, dormimos profundamente. Continuamos a la mañana siguiente, alrededor de las 10:30, ahora sí con “proa” al norte definitivamente. El paisaje va cambiando paulatinamente, la vegetación se va achaparrando y entramos a zonas semidesérticas. Nos desviamos para conocer la playa de Huaquén (bonita) y más adelante sólo para comer y cargar combustible. En uno de los controles de tránsito, un carabinero nos recomendó que conociéramos una playa casi desconocida todavía, llamada Tongoy. Nos desviamos catorce kilómetros por camino de ripio, hasta llegar a un recóndito poblado de pescadores, con una playa inmensa sobre la que estuvimos estacionados, a diez metros del mar. Realmente un lugar hermoso y muy romántico para pasar la noche. Para comer sumamos a lo habitual (latas y puré), unos mariscos (locos) que recogimos en la playa. Actualmente, Tongoy es muy reconocido como balneario turístico del norte chico. En el año 2008, tuvimos la oportunidad de volver al lugar, cuando estuvimos alojados unos días en la avenida del mar, en la ciudad de La Serena, y quedamos sorprendidos por el desarrollo inmobiliario de la otrora “aldea” de pescadores.

Al día siguiente arrancamos más temprano, siempre con la idea de avanzar unos quinientos kilómetros. Pasamos por Coquimbo, La Serena y Vallenar, para llegar finalmente a la ciudad de Copiapó, alrededor de las 21:00 hs. Vale aclarar que en esta etapa, conocimos la ciudad de La Serena, que nos pareció muy florida y pintoresca. Por eso en el año 2008 volvimos para recordar esos momentos y nos encontramos con una tremenda ciudad turística, llena de hoteles y complejos de cabañas, que nos dejó perplejos. Ni hablar de la moderna autopista que la conecta hoy con Santiago. Volviendo a nuestro periplo, en Copiapó estacionamos en una ESSO para pasar la noche, y el muchacho que cargó combustible nos ofreció amablemente el uso del baño y de la ducha. Aunque teníamos sólo agua fría, fue muy reconfortante para nuestro cansancio.

Desierto de Atacama – Norte de Chile

Hoy, día 12 de enero, continuamos con el objetivo de llegar hasta Antofagasta. El paisaje desértico es impresionante; en el pueblito de Chañaral nos detuvimos a almorzar y compramos queso y fruta; en la verdulería “Las Dalias”, el dueño nos obsequió una cebolla (para la salsa de la polenta que almorzamos) y dos pepinos. Seguimos en pleno desierto, tratando de completar un tramo más largo que los anteriores e intentar llegar mañana a Arica. Ya casi en el ingreso a Antofagasta, en un control caminero, un carabinero nos reconoció por el artículo que había sido publicado en el diario “La Tercera” y nos regaló un ejemplar del periódico. A la noche  dormimos en una estación de servicio SHELL, al lado del mar. Al día siguiente, bien temprano, seguimos el periplo. En un cruce pobremente señalizado, en lugar de seguir la ruta Panamericana, tomamos una nacional que nos llevó bordeando el Pacífico y pasando por la pequeña población de Tocopilla. Gracias a ese “error”, pudimos descansar un poco de la monotonía del desierto, mirando hacia la inmensidad del océano pacífico. Entre los desvíos y las paradas “técnicas”, nos demoramos demasiado y resolvimos hacer noche en un pueblito llamado Huara, 240 kilómetros antes de Arica. Mientras desandábamos esas interminables rectas, con paisajes casi surrealistas, nos preguntábamos si alguna otra vez en la vida pasaríamos por estos parajes tan inhóspitos. Lo cierto es que treinta y un años después, acompañados por dos de nuestros hijos (José y Alina), entramos a Chile por el paso de Jama en el norte, y recorrimos nuevamente estas rutas desérticas, pasando por Calama, Tocopilla, Iquique y Arica, para continuar luego hacia Bolivia. 

Volviendo a nuestra aventura, en Huara nos dedicamos a la higiene personal y a escribir algunas tarjetas postales para enviarlas desde el próximo destino. El paisaje de estos últimos tramos es verdaderamente desolador y muy monótono, con rectas interminables, tierra resquebrajada por la sequía y abundancia de sal. Pasamos por dos impresionantes quebradas, la de Tana primero y la de Chiza y Camarones un poco más adelante, que es un profundo cajón de unos 850 metros de ancho y paredes cortadas a pique. En 17 kilómetros de imponente bajada se llega a su fondo seco. Obviamente que después hay que subir otros tantos kilómetros, y es allí donde la Chevrolet comenzó a levantar la temperatura del agua. Empezaba a acusar problemas en la bomba de agua que, no obstante, aguantó mucho más tiempo y cambiamos recién en Centro América. Extrañamos la posibilidad de ver algo de verde, después de haber pasado por el lugar donde menos llueve de todo el planeta (promedio de 16 milímetros por año).

El día 14 de enero escribía Marta en la bitácora de viaje: “Viajando para Arica todo es tierra y postes de luz; faltan 150 kilómetros; gracias a Dios todo va saliendo bien, aunque tuve una pequeña irritación de garganta que curé con “Dressán” (remedios de tío “Giro”). Lo que parece que sigue adelante es el bebé. Me siento muy bien y en una de esas es solamente un retraso interminable. Con el “gordo” somos muy felices, aunque a veces extraño demasiado. Es divino y lo adoro. Por las noches y al comienzo de cada etapa rezamos juntos para reforzar nuestras convicciones”. El tío “giro” era el Doctor Lanza Castelli, hermano de mi madre.

Vale la pena aclarar que el “retraso interminable”, finalmente fue nuestra “princesa” Belén, que nos acompañó en todo el viaje y nació el 22 de agosto de ese año.

Llegamos a la ciudad de Arica después de almuerzo, la recorrimos parcialmente y fuimos al lugar turístico más emblemático, que es el “morro” de 110 metros de altura, en donde se encuentra el famoso museo conmemorativo de la histórica “Guerra del Pacífico” (1880). Después de una frugal merienda, decidimos continuar para ingresar ese mismo día a territorio peruano. Cumplidos los requisitos de rigor de aduana y migraciones, avanzamos hasta la ciudad fronteriza de Tacna, dispuestos a pasar la noche. Excepcionalmente, ya que estaba prohibido en el lugar, nos permitieron estacionar en una gasolinera. La gente es muy retraída y poco atenta; no trasmiten ninguna seguridad para el visitante y la pobreza y suciedad que pudimos apreciar, es realmente deprimente.

Al día siguiente, tempranito, seguimos hacia Arequipa, llamada la “Ciudad blanca” por sus típicas construcciones. Allí nadie está dispuesto a dar muchas indicaciones y luego de varias vueltas por la ciudad, sin que ninguna gasolinera nos dejara “aparcar” para pasar la noche, decidimos estacionarnos en pleno centro, frente al Jockey Club, a una cuadra de la plaza de armas, a sabiendas que no era el sitio más adecuado. Vale acotar que nuestro “caracol” tenía sólo un baño químico con capacidad limitada y sin conexión a desagues, por lo que siempre convenía estacionar en lugares que facilitaran la descarga manual de residuos. Antes de desayunar, el día 16, fuimos a la Dirección de Turismo de Arequipa y la señorita que nos atendió amablemente, nos entregó folletos de la zona, nos ubicó en un plano la dirección del Automóvil Club de Perú y nos sugirió las visitas más importantes para realizar. Primero fuimos al Convento de San Francisco (Monumento histórico), con entrada gratuita; realmente imponente, donde sacamos una foto de recuerdo y después al Monasterio de Santa Catalina, que vimos sólo desde afuera por el costo de la entrada. En realidad no era caro, sino que nosotros nos manejábamos con un presupuesto ínfimo y gastar 50 soles (poco menos de un dólar) era significativo al final del día. Dejando el combustible aparte, el gasto diario en los países sudamericanos no superaba los dos dólares, y lo respetábamos religiosamente, pensando siempre en lo que pudiera venir más adelante.

El servicio que nos ofreció el Automóvil Club distaba mucho de lo que era en Argentina. Creíamos que por ser socios del nuestro, recibiríamos algún tipo de reciprocidad por parte de ellos, pero se reducía solamente a una oficina de información y venta de mapas carreteros. Nos “jugamos” comprando el mapa carretero del Perú (un dólar), porque era realmente necesario. El principal interés que teníamos en ese momento, era saber con certeza en qué condiciones se encontraban los caminos para ir hasta la ciudad de Cusco y poder conocer el “Machu Picchu”. Lo único que nos aseguraron era que estábamos en época de lluvias torrenciales (pleno verano) y que las rutas eran de tierra, con posibilidades de deslizamientos. Eran más de quinientos kilómetros, cruzando la cordillera de los Andes a más de tres mil metros de altura. Ante ese panorama, decidimos desistir por ahora y esperar hasta Nazca para reconsiderar la posibilidad. Otro sitio de gran interés era el molino de piedra hecho por los Incas en un pueblito situado a nueve kilómetros de la ciudad. Allí fuimos, con la “navegante” totalmente dormida por efecto de la “tercer pasajera” (Belén), que ya se hacía notar. Aunque no entramos a conocer el molino, disfrutamos del lugar por su tranquilidad. Aprovechamos para “bañarnos” en la casita, lavar ropa en una vertiente que corría allí cerca y después de tomar un té bien caliente volvimos a la ciudad para estacionarnos y pasar la noche. Cenamos una rica fruta que compramos en una feria de Coyas (bananas y tunas), con un café con leche.

El día 17 partimos hacia Nazca, siempre por la Panamericana que estaba en algunos tramos muy deteriorada; había sectores cercanos al mar que por efecto de las mareas y los fuertes viento del oeste, se encontraban totalmente cubiertos de arena. La tracción trasera del vehículo y el enorme peso, nos complicó muchísimo la circulación, aunque felizmente pudimos “zafar”. Durante largos períodos tenía que conducir sin “navegante”, porque Marta se dormía profundamente, por efectos del futuro bebé. Paramos sólo para almorzar y después de unos quinientos kilómetros estuvimos en Nazca. Paramos en una estación cerquita del mar y comimos “opíparamente” café, pan y fruta. Cuando averiguamos la posibilidad de aventurarnos al cruce de la cordillera, llegamos a la conclusión que desde allí era mucho más peligroso todavía, porque teníamos más de seiscientos kilómetros de ripio y tierra, con sectores peligrosos por la altitud y deslizamientos en plena cordillera. No lo evaluamos más y decidimos seguir hacia el norte, con la esperanza de que algún día podríamos conocer esos lugares, viajando específicamente desde Argentina.

Ciudades de Lima y El Callao – República del Perú

Al día siguiente seguimos hasta nuestro próximo destino, la ciudad de Lima. El camino fue mejorando paulatinamente y paramos a comprar media docena de huevos para el almuerzo. A unos setenta kilómetros antes de la capital, se transformó en autopista, pero como era domingo estaba muy congestionada por la gran cantidad de automóviles que volvían de las playas cercanas. Ya en Lima, buscamos la dirección que nos había dado Willy Thais en Santiago, que quedaba en el puerto del Callao; nos recibieron su padre, la hermana y el cuñado, tan amablemente que hasta nos ofrecieron un departamento ubicado cerca del mar, en donde estuvimos alojados una semana y atendidos como reyes por Willy y su familia. Para nosotros era como estar en un hotel de lujo, especialmente por el agua caliente. En esos días conocimos a fondo la ciudad histórica de Lima, con sus museos, Plaza de armas, la catedral, el convento de San Francisco, la Universidad de San Marcos, el Aeropuerto y el circuito de playas o costa verde. Acompañado por Willy y su cuñado Otto, tuve la oportunidad de conocer el estadio nacional y presenciar una doble jornada futbolística, mientras Marta recorría una feria artesanal con Mirta (esposa de Otto). Gracias a la gestión del papá de Willy, pudimos contactar con un radioaficionado, Orlando Falcone, y el viernes 23 de enero hablamos con nuestros seres queridos, por primera vez, cuando cumplíamos un mes de la aventura sobre ruedas.

Entre los datos de color, tuvimos la nota que nos hicieron en el diario”La Crónica”, aunque sin fotos, y el primer cambio de aceite de la Pick up. El domingo 25 de enero fuimos a conocer, con Thais padre, las famosas playas de Ancón, situadas a unos cuarenta kms. al norte de Lima, que ya en esa época presentaban un desarrollo turístico notable.

Algunas conclusiones sobre la estadía en la capital peruana, más allá de las increíbles atenciones dispensadas por la familia Thais, son las relacionadas a la tremenda pobreza y los enormes contrastes que se pueden apreciar en general. Un sector histórico hermoso, algunos barrios residenciales coloridos y ajardinados, lindas playas y la contracara de los barrios con casas de caña y barro, llamados “pueblo joven” (villa miseria en Argentina). Si tuviéramos que hacer una comparación directa entre Santiago y Lima en esa época, de similar número de habitantes, diríamos que la primera tenía una mejor calidad de vida promedio y superior sistema de carreteras, infraestructura y servicios, aunque en ambos casos llamaba la atención la extrema pobreza y la pronunciada desigualdad.

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