Capítulo 5

19 de febrero a 29 de marzo 1976

AMÉRICA CENTRAL

TRAMO COLÓN (PANAMÁ) – SAN CRISTOBAL DE LAS CASAS (MÉXICO)

El día 19 de febrero, en el barco, nos levantamos temprano para aprovechar el desayuno, que se servía hasta las nueve de la mañana. Allí nos dimos cuenta que el “Rossini” se balanceaba más de la cuenta y que nos estaba afectando en nuestra “vertical”. Siguiendo el viejo dicho que dice que son “más grandes los ojos que el estómago”, potenciado por el deseo de comer cosas ricas, decidimos desayunar algo “livianito”. Craso error que nos terminó de descomponer y nos derivó rápidamente a la enfermería del barco, donde nos recetaron unas pastillas para el mareo. Después de tomar la primera dosis, tuvimos que mantenernos en posición “horizontal”, en el camarote, hasta el mediodía. Nos sentíamos mucho mejor y no nos resignábamos a perder el almuerzo, así que comimos algo liviano y todo siguió mejor. A la siesta vimos una película y luego subimos a cubierta para tomar un poco de aire. Ya próximos a arribar al puerto de Cristóbal, en la provincia de Colón, bajamos a cenar y aprovechamos para llevarnos algo de pan y manzanas. Alrededor de las ocho de la noche, el buque atracó en puerto y entonces comenzó otra dura y larga historia. Tuvimos algunos roces con la policía norteamericana del canal y con un gerente de “Italian Line”, porque cuando preguntamos por nuestro vehículo, en forma tajante y grosera nos dijeron que el viaje había terminado, que bajáramos y que si no se podían bajar los “carros” esa noche, teníamos que conseguir un hotel para dormir. Para nosotros esa posibilidad no era viable, así que insistimos en un reclamo conjunto con los otros viajeros y finalmente bajaron nuestra casita. Lo que parecía mentira era que, luego del enorme gasto para cruzar, la atención a los turistas fuera tan mediocre.

Lo que no imaginábamos era que nos esperaba otra “sorpresa” impensada. Como estábamos en territorio norteamericano, era de noche y el servicio de frontera de Panamá recién abría a las 07:00 hs., nos retuvieron los vehículos hasta la mañana siguiente, por razones de seguridad y con la estricta prohibición de entrar en ellos. Como resultado terminamos durmiendo todos los viajeros motorizados, en un tinglado cercano, tirados en el piso. Con mucho sueño, nos levantamos a las seis de la mañana y recién a las once, trámites burocráticos de por medio, pudimos ingresar a territorio panameño.

La ciudad de Colón está ubicada sobre el mar caribe y para continuar por la panamericana, cruzando todo Centroamérica, teníamos que ir primero a la ciudad de Panamá, situada a unos ochenta kilómetros bordeando todo el famoso canal, sobre el océano Pacífico.

Esclusas de Miraflores – Canal de Panamá

Lo primero que hicimos en Colón fue ir a comprar una máquina fotográfica, para poder seguir sacando fotos de nuestra aventura. Los precios eran muy acomodados y nos decidimos por una cámara Ricoh, con un teleobjetivo de 200 mm. Al mediodía partimos con los suizos con rumbo a la ciudad capital, parando solamente en un súper a comprar pan y leche en polvo. Comparando con Sudamérica, acá todo es más caro. Apenas llegamos, nos pusimos en campaña para ubicar el hipódromo y poder instalarnos sin problemas. Allí nos encontramos con los ingleses, los austríacos y uno de los vehículos alemanes. Lo que nos llamó poderosamente la atención fue la presencia de unas doscientas casas rodantes norteamericanas, que venían en caravana desde EE.UU. El lugar estaba demasiado concurrido para nuestro gusto, pero resolvimos hacer noche allí, donde dormimos tranquilos. Al día siguiente salimos acompañados por Alain y Bluette, dispuestos a encontrar algún lugar más adecuado a nuestras costumbres y menos concurrido, donde acampar por el resto de nuestra permanencia aquí. Otro de los datos aportados por los amigos Tato y Gladys, era el del “chino” Ibarra, presidente de una cooperativa de pescadores. Lo ubicamos para ver si podía ayudarnos a vender una de las guitarras que llevábamos a bordo. Después del tremendo esfuerzo por la compra de la cámara, teníamos que “capitalizarnos” para poder continuar sin sobresaltos el raid. Nos facilitó la dirección de un conservatorio de música y le compramos un “mero”(pescado típico) para comer ese día. Después cruzamos el “Puente de las Américas” y llegamos a Farfán, en los suburbios. era tranquilo pero poco pintoresco y no estaba permitido estacionar allí. Almorzamos y luego fuimos a la dirección indicada por Ibarra. Estaba cerrado, así que lo pospusimos para el lunes. Cuando buscábamos otro lugar para acampar, nos encontramos con tres mujeres (una norteamericana y dos nicaraguenses) que tenían una casa sobre el mar, cerca de un pueblito llamado Veracruz, y nos dijeron que podríamos pasar la noche allí. Conocimos el lugar y con muchas dudas, volvimos a buscar a los amigos suizos para contarles sobre la posibilidad presentada. Al llegar de nuevo a Farfán, ellos estaban charlando con dos policías que nos sugirieron no ir a ese lugar, ya que no garantizaba ninguna seguridad. Finalmente decidimos volver al hipódromo que, aunque no muy tranquilo, era absolutamente seguro. Compartimos la cena con nuestros amigos y dormimos hasta tarde.

El domingo (22), fuimos a tratar de ubicar una dirección que nos había dado el Mayor Pedrozo en Ascochinga, de un compañero de promoción que estaba destinado en la “Escuela Panamericana de la Defensa”, el Mayor Carlos Corino. Llegamos rápidamente a Albrook, ubicado en la Zona del Canal, en esa época jurisdicción de los Estados Unidos de Norteamérica, y que pasó nuevamente a manos panameñas el 31 de diciembre de 1999; preguntamos en la guardia por el Mayor, hablé por teléfono con él y en un ratito vino a buscarnos. De entrada nos sorprendió por su simpatía y amabilidad. Fuimos a su espléndida casa y conocimos a su señora (Mimosa) y sus tres hijas (Cecilia, Alicia y Victoria); todos maravillosos. Nos sentíamos realmente en familia, atendidos como “reyes”. Charlamos de todo un poco y a la tarde tomamos un té exquisito. Luego lo acompañé a Carlos a comprar algunos víveres en el súper, que resultaron un regalo para nosotros (leche en polvo, galletas, dulces, etc). Más tarde llegaron de visita unos vecinos norteamericanos, muy agradables, y nos pusimos a tocar la guitarra y cantar con las chicas. Como solista recibí grandes elogios por mis interpretaciones. Cuando se fueron las visitas, nos quedamos charlando de todo con Carlos y Mimosa y allí fue cuando nos ofrecieron alojarnos en su casa para que pasáramos unos días de descanso con ellos. Al principio creíamos que era difícil poder aceptar, pensando que podríamos ser una molestia para ellos; pero insistieron con tanto cariño y buena disposición, que terminamos aceptando y agradeciendo la hermosa invitación. Inmediatamente fuimos con Carlos a avisarles a nuestros amigos suizos del cambio de planes. Volvimos, comimos una exquisita cena y después nos instalamos en una cómoda habitación en la planta baja. No podíamos creer el hecho de recibir tantas atenciones y tanto cariño, que nos hacía sentir como en nuestra casa.

Nos levantamos a las nueve, desayunamos opíparamente y salimos a hacer varias cosas pendientes. Primero, a retirar el giro de 160 dólares en el “Bank of América”. Después fuimos a la Embajada Argentina a preguntar por afiches y mapas carreteros de Centroamérica. Además, Carlos nos sugirió que averiguáramos la posibilidad de gestionar las visas Norteamericanas a través de nuestra embajada. Es importante aclarar que habíamos salido de Argentina sin visas, ni de Centroamérica ni de Norteamérica. Siempre confiando que las podíamos gestionar en la medida que íbamos avanzando en el camino. Al respecto, nos atendió el señor González y nos dijo que iba a hablar con el Cónsul Norteamericano y que pasáramos alrededor de las tres de la tarde, para saber qué respuesta había obtenido. Aprovechamos entonces para pasar por el hipódromo, a ver a Alain y Bluette y saber qué iban a hacer. Nos dijeron que seguían viaje esa misma tarde, así que nos despedimos emocionados por todo lo compartido y con la esperanza de volver a vernos en alguna carretera.

Enseguida regresamos a la Embajada Argentina y recibimos la gran noticia de que la gestión era totalmente factible. Nos redactaron una carta de presentación, con la cual debíamos mantener al día siguiente, una entrevista personal con el Cónsul de los EE.UU. Con gran optimismo continuamos los trámites del día. Fuimos a ver al profesor Medina, al conservatorio, quien al principio se interesó por la compra de la guitarra, pero después se echó atrás aduciendo que en ese momento no tenía dinero. Algo desanimados pero convencidos de que la podríamos vender más adelante, volvimos a nuestro alojamiento de lujo en Albrook. Esa noche continuamos charlando y conociéndonos un poco más con esta gente maravillosa, que hacía todo lo posible para hacernos sentir como en familia. El día 24 tuvimos la entrevista anunciada y el Cónsul nos dijo que teníamos que llenar unos formularios y, además, enviar un telegrama a Buenos Aires para averiguación de antecedentes (nos costó 10 dólares), por lo que el trámite total demoraría por lo menos una semana. Lo pensamos y rápidamente tomamos la decisión de seguir adelante con la gestión y esperar lo que fuera necesario para obtener el visado, ya que era la mejor opción. El otro tema era que teníamos que consultarles a Carlos y Mimosa sobre la posibilidad de seguir ocupando la habitación de huéspedes por una semana más. Felizmente, nos dijeron que para ellos era un gusto poder ayudarnos y que nos quedáramos todo el tiempo necesario. Por los hechos relatados, está claro que tuvimos que ampliar la estadía panameña mucho más de lo planificado originalmente. Los Corino nos llevaron a conocer todos los lugares más emblemáticos de la ciudad y los alrededores; las famosas e increíbles esclusas, el cerro Luisa, el templo Bahaí, la ciudad antigua, y otros. Conocimos a varios matrimonios amigos de ellos, casi todos norteamericanos, con los que compartimos momentos agradables y, por supuesto siempre, con el agregado de mi guitarra y la música argentina. Conocimos también al Comodoro Weber, que era Agregado Aeronáutico en Centroamérica, quien nos invitó amablemente a cenar a un club de Albrook, donde servían comida típica de Mongolia, llamada Mongolia B.B.Q.

En estos días de descanso y tranquilidad, pudimos escribir cartas y postales en cantidad y grabar además una cinta muy linda para nuestra familia, que Carlos se encargaría de mandar a través de un avión militar. En esa época existía un avión logístico de la Fuerza Aérea, que unía Buenos Aires con Panamá, una vez al mes. Se llamaba CAME (Correo aéreo militar al exterior).

Hoy, cinco de marzo, y a pesar de no haber recibido todavía la visa de EE.UU, tuvimos que seguir viaje porque se nos vencía la visa panameña. Tendremos que “rastrear” el famoso visado Norteamericano, en la embajada en Costa Rica. La despedida fue difícil, por lo emotivo del momento. Habíamos pasado unos días inolvidables y recibimos un apoyo, tanto material como espiritual, incalculable y realmente gratificante para nosotros. Seguíamos la aventura sobre ruedas con gran optimismo, después de haber recibido esta dosis enorme de solidaridad.

Antes de llegar a la frontera con Costa Rica, empezó a preocuparnos la pick up, porque perdía bastante agua y comenzó a manifestar problemas de temperatura. Cuando pasamos la aduana panameña y ya en territorio Costarricense, nos estacionamos para pasar la noche. Al día siguiente consultamos con un señor que nos sugirió que podía ser la bomba de agua y que no siguiéramos hasta no solucionar el problema. Doscientos metros atrás, entre las dos aduanas, acudimos a un taller, y el mecánico nos dijo que había que cambiar todo el juego de reparación de la bomba de agua y que la mano de obra costaba 25 dólares. Por prevención, me había asesorado bien en Argentina con respecto a los repuestos más importantes de llevar en el viaje, así que teníamos la bomba de agua completa. Demoraron dos horas y luego de hablar con el dueño del taller, tuvo el gesto de cobrarnos sólo 20 dólares. Era caro para nosotros, pero en realidad lo resolvimos de la mejor manera posible. Rápidamente y más tranquilos, continuamos hacia Tres Ríos, parando únicamente para comer y tomar algunas fotos. En ese lugar teníamos también un dato que nos pasaron Tato y Gladys, en la bomba “Texaco”, de un señor “Felo” Vargas, dueño de la estación de servicios. Paramos a cargar combustible y conocimos a “Felo”, que estaba con otra gente, todos muy amables. Charlando de nuestros amigos en común y de nuestro viaje, nos fuimos conociendo y nos dijo que iba a ayudarnos en todo lo que fuera posible. Nos asignó un lugar para que estacionáramos el vehículo y fuimos a dormir. Al día siguiente “Felo” nos llevó a presenciar un desfile de caballos, ceremonia típica de esta zona, llamada “Tope”. Saqué algunas fotos y después pasamos el resto del día en la casa de una familia amiga de “Felo”, en Cartago, a nueve kilómetros de Tres Ríos. Eran muy amables con nosotros, pero había algo que no nos cerraba, y era la manera en que tomaban bebidas alcohólicas, especialmente blancas, como Ron y Vodka.

El día ocho estuvimos tratando de buscar la forma de vender algo para mejorar un poco nuestra situación financiera. Le pedimos también a “Felo” si podía hacernos un contacto para cantar en algún lugar y ganar unos colones (moneda de Costa Rica). Siempre nos contestaba que nos quedáramos tranquilos, que entre todos nos iban a ayudar para seguir sin problemas. A la tarde, caminando medio “bajoneados”, se nos ocurrió arrimarnos a una casa que tenía antena de radioaficionado. Nos atendió un señor, Alfredo Conejo, que nos hizo pasar y comprendiendo nuestra ansiedad por comunicarnos con algún familiar, nos ofreció toda la ayuda necesaria. Al principio no había respuesta alguna y, mientras insistía con Córdoba, apareció en la frecuencia  un familiar de Paraná, María del Carmen García Girard, con la que hablamos largo rato, con bastante fidelidad, enterándonos de algunas cosas. Nos prometió comunicarse con Ascochinga para avisarles que fueran al día siguiente a Jesús María, a lo del señor Castagna, entre las 20 y 21:30 hs, en la frecuencia 14.150 a 14.155, para ver si podíamos entablar una comunicación con nuestros padres. Alfredo era un tipo simpático y muy amable, ofreciendo su disponibilidad sin reparo alguno. Esa noche dormimos más reconfortados y el martes 9 fuimos a San José, a tramitar las visas del resto de los países centroamericanos y de México. La de Nicaragua la sacamos rápido y sin costo. Honduras, El Salvador y Guatemala, no nos exigían visa. México no nos daba la visa hasta no tener previamente la de EE.UU. Fuimos entonces al Consulado norteamericano para ver si había novedades del “famoso” telegrama que tendría que haber llegado oportunamente a Panamá, con respuesta negativa. Volvimos a Tres Ríos; a las cinco de la tarde estábamos en lo de Alfredo para la comunicación. Enseguida la “pescamos” a María del Carmen y pudimos hablar con ella, Toti y Cristina. Cuando nos despedimos de ellos, Alfredo comenzó el intento con Jesús María. Luego de 45 minutos y cuando casi habíamos perdido la esperanza, logramos lo que en ese momento para nosotros era un verdadero bálsamo para el espíritu. Pudimos hablar con los padres de Marta, muy emocionados, y ponernos al tanto de la vida de todos. Al final quedamos en realizar otra comunicación el próximo día 15, con la esperanza de que también estuvieran allí mis padres. Al día siguiente nos levantamos más tarde y estuvimos charlando con “Felo” en la bomba hasta el mediodía. Almorzamos unas exquisitas costeletas que él nos regaló y después tomamos el ómnibus para ir a San José, a pasear y conocer un poco más de la ciudad capital. En la Dirección de Turismo nos regalaron hermosos afiches y folletos de Costa Rica y después de caminar un buen rato, volvimos a Tres Ríos, ya que a la noche temprano, nos habían invitado a cenar, “Felo” y su señora “Flori”. Comimos en San José, en un lugar hermoso llamado “El Establo”. Después de cenar delicioso paseamos por unos barrios pintorescos y tomamos unos ricos helados, volviendo bien tarde a nuestra casita. Hoy nos levantamos tarde y nos encontramos con cartas de nuestra familia. Vale recalcar que en el viaje, la única manera de estar conectados con Argentina era a través de comunicaciones por radioaficionados, y postalmente, por las direcciones de contactos previos que teníamos antes de iniciar la aventura. Para ello, nuestros familiares tenían que ir estimando los tiempos de avance en el recorrido, basándose en algunas postales que íbamos mandando en el camino.

Marta se comunicó telefónicamente, desde la “Texaco”, con un número que nos había dado el mismo Pedrozo, Rodolfo Escalante Rojas. Nos pasó a buscar para almorzar en la casa de un amigo cordobés, Gómez Oddone. Compartimos con ellos un buen momento, hablando especialmente de nuestra aventura. El resto de los días, aprovechamos para conocer este hermoso lugar; incluso una vez, “Felo” nos llevó a conocer y almorzar a una finca de gente amiga, a unos cien kilómetros de San José, trasladándonos en una camioneta “Range Rover” que para nosotros era como una nave espacial. Fuimos con “Felo” y otro amigo (Hernán), y lo curioso del relato es que ellos tomaron tanta bebida alcohólica, que terminé manejando la “nave” en el regreso a San José, mientras “dormían la mona” tirados en el asiento de atrás. 

No logramos concretar lo del canto, pero sí vendimos varias cosas: el revólver a 58 dólares, la caña y el reel a 30 dólares y la guitarra vieja a 70 dólares. Además, recibimos como regalo de “Felo” otros 42 dólares, es decir que juntamos en total 200 dólares, que para nosotros eran una fortuna y nos tranquilizaba para continuar el periplo. El lunes 15 recibimos con enorme alegría nuestras visas de los EE.UU y nos quedaba pendiente únicamente el visado mexicano, prometido para el viernes 19. Esa última semana en Tres Ríos, volvimos a entablar comunicaciones, gracias a la buena disposición de Alfredo Conejo, a través de radioaficionados cordobeses (Ramón y Vicente); así pudimos sacarnos las ganas de hablar, con Martuca, con Laura y con mis padres. El domingo “Felo” nos llevó, con toda la familia, a pasar el día en su finca. Allí pude jugar al fútbol y al ping pong, y comimos un rico asado.

Lo más importante de todo; un médico de aquí, el Doctor Padilla, la revisó a Marta y nos dijo que el embarazo anda perfecto. Nuestro primer hijo, que resultó ser la única princesa, nos estaba acompañando resguardada y segura. También aprovechamos el servicio de la bomba “Texaco”, para cambiar los platinos y el condensador del distribuidor, engrasar la pick up y lavarla, antes de partir. El viernes 19 nos levantamos temprano, desayunamos, cargamos combustible y partimos hacia la embajada de México, donde nos encontraríamos con “Felo” y buscaríamos nuestros pasaportes visados, para después seguir nuestro viaje. Enorme fue la sorpresa cuando la encontramos cerrada, porque era feriado nacional en Costa Rica. Irremediablemente, teníamos que esperar hasta el lunes, así que analizando la situación y ya sin ganas de volver a la bomba, resolvimos pedirle a “Felo” la llave del baño de la finca e instalarnos allí para pasar el fin de semana. Así lo hicimos, teniendo a disposición el baño, la heladera con bebidas frescas y la parrilla. El domingo volvimos a compartir el día con ellos. Trajeron comida como para un batallón, así que nos dejaron la cena,  con carne, frijoles y postre. Una nueva despedida, un baño reparador y a la mañana del lunes por fin arrancamos la nueva etapa, aunque con la novedad de que la batería no respondía, por lo que tuvieron que tirarnos con una soga para el arranque. Pasamos por la bomba a saludar a “Felo”, que volvió a sorprendernos, regalándonos otros 100 colones más.

Pasamos a retirar nuestros pasaportes visados y tomamos nuevamente la carretera Panamericana hacia Nicaragua. A los pocos kilómetros volvimos a asustarnos por la temperatura del motor, pero era sólo una manguera mal ajustada. En Cañas pusimos nafta con los colones que nos quedaban y tomamos el últimos “Dos pinos”, un helado muy rico. El camino hasta Liberia estaba en excelente estado y paulatinamente fue empeorando en la medida que nos acercábamos a la frontera. Después de 4 dólares para salir de Costa Rica y 5 dólares para entrar a Nicaragua, seguimos a Managua, su capital, por una ruta en mal estado. En la aduana nicaraguense, levantamos a un muchacho estadounidense (Carlos), que no habían dejado entrar a Costa Rica. Llegamos a Managua de noche y paramos en una estación Shell. Comimos y nos fuimos a dormir muertos de cansados. A la mañana no nos sentíamos bien, yo con algo de diarrea y Marta con dolor de riñón. Por suerte, aunque en realidad, por precavidos, teníamos los remedios necesarios en el botiquín de primeros auxilios. Como siempre, fuimos a pedir folletos a la Dirección de Turismo y luego a tomar fotos al hotel Managua y a la zona terriblemente afectada por el terremoto de 1972.

Después seguimos viaje por una ruta regular, que fue mejorando mientras nos acercábamos a la frontera hondureña. El calor es intenso, aunque bastante amortiguado por el fuerte viento. Almorzamos en un hermoso lugar y llegamos a la aduana antes de las cinco de la tarde. Los trámites fueron rápidos, pagando en Honduras 1,70 dólares, incluida una fumigación por plagas agrícolas. Pronto comenzamos a descender hacia el mar y el calor se hacía sentir cada vez más, hasta que, ya de noche, llegamos a Choluteca y estacionamos en una Shell. Esa noche Marta preparó unas exquisitas milanesas. 

Después de descansar a medias por el ruido de los camiones, seguimos avanzando en el camino; en una de las paradas, en San Lorenzo, compramos un típico gallito de barro y nos dimos el gusto de comer un rico helado “Oso polar”. A esa altura el calor y la humedad eran insoportables. Llegamos a la frontera cerca de las diez de la mañana y haciendo los trámites de rigor nos enteramos del golpe de estado cívico-militar en Argentina. Del lado salvadoreño nos cobraron 1,70 dólares. Antes de continuar, compramos un poco de hielo para tener agua fría. En una bomba “Texaco” de la ciudad de San Miguel pudimos conseguir un mapa carretero del país y después buscamos un lugar para comer. Yo comí sandía y paltas, mientras que Marta se dió el gusto con papas fritas, plátanos y piña. Luego sin problemas, continuamos a San Salvador, la capital de este país. Un señor muy amable nos acompañó con su moto, primero hasta la oficina de turismo y después hacia la salida de la ruta que va a Guatemala. En agradecimiento, le regalamos unos folletos de Argentina. Estacionamos en una estación “Chevrón”; Me corté el pelo con mi peluquera “privada”, luego una ducha y a dormir, aplastados por la terrible humedad. El 25 seguimos hasta la ciudad de Santa Ana; cargamos combustible en una “Texaco”, donde nos regalaron un diario lleno de noticias del golpe de estado en Argentina (que aún conservamos). Además nos indicaron un camino nuevo para llegar más rápido a la ciudad de Guatemala, pasando por Chalchuapa y Almachapán y ahorrando 40 kilómetros con respecto a la Panamericana. En el primero de los pueblos, conocimos las ruinas mayas de Tazumal; luego paramos a comprar unas verduras y continuamos hacia la frontera. Del lado salvadoreño nos cobraron 0,50 dólares por fumigación y en Guatemala 1,50 dólares por todo concepto, sacándonos una bolsa de papas, por el problema de la mosca del mediterráneo. Previo almuerzo, seguimos hacia la capital por una ruta buena. Llegamos alrededor de las cuatro y media de la tarde y, por esas cosas del destino, nos detuvimos en una estación “ESSO” a preguntar por un señor Maldonado, amigo de “Felo” Vargas. Nos atendió el dueño de la bomba, un señor español, Nazario, que había vivido mucho tiempo en Argentina y que además había realizado un viaje similar al nuestro. Nos permitió estacionar allí, con el uso del baño incluido. Compramos un poco de pan y manteca, comimos verduras hervidas y después de alguna lectura dormimos plácidamente. Lo que llama la atención es la amplitud térmica en la zona, con días muy calurosos y noches frescas. A la mañana, luego del desayuno, tomamos un micro para ir a la ciudad. Se podía apreciar el tremendo efecto provocado por el terremoto reciente, habiendo instalado carpas y casitas de madera en todos los espacios públicos de la ciudad, para la gran cantidad de damnificados. Conseguimos hermosos afiches del país y cuando regresamos nos quedamos conversando con Nazario, quien nos regaló un mapa carretero de México y nos invitó a conocer un poco la ciudad. Estuvimos en el mercado más grande, increíblemente pintoresco, donde nos compró piña, coco y bananas; cuando caminábamos por la ciudad, Marta sintió un mareo y tuvimos que entrar a un negocio, con aire acondicionado, para pedir un poco de agua y sentarse un rato; entre el futuro bebé y la tremenda baja presión, provocaron una lipotimia transitoria que superó rápidamente. pude fotografiar el hotel Terminal, destruido por el sismo y después de regalarnos también unas exquisitas masas, volvimos a nuestra estación. Marta preparó nuestro “poderoso” almuerzo, con sopa cabello de ángel, ensalada de tomate, cebolla y pimiento, rematando con melón de postre. A la tarde aprovechamos para bañarnos y lavar ropa, y después volvimos a la ciudad a tomar otras fotografías. Nos llama la atención la permanente bruma que se aprecia en el ambiente, que impide lograr fotos con infinitos claros.

Después de comer unas ricas pizzas anoche, invitados por Nazario, hoy  partimos hacia la ciudad de Antigua. El camino presentaba algunos peligros por los derrumbes provocados por el gran terremoto que sufrieron aquí el mes pasado, que tuvo enormes consecuencias por la pérdida de vidas humanas y la destrucción de emblemáticos edificios y monumentos históricos. Fuimos al parque  central de la ciudad, donde se encuentra la catedral y otras reliquias coloniales. Realmente que da mucha pena ver el estado precario que presentan iglesias, palacios y monasterios, como consecuencia del tremendo sismo. Compramos algunos recuerdos, tomamos un heladito para refrescarnos y seguimos viaje pasando por diferentes poblados muy dañados, especialmente el pueblo de Chimaltenango, en donde quedaron pocas casas en pie. Paramos a almorzar en plena montaña, con un precioso paisaje, y luego decidimos “bajar” al famoso lago Atitlán. Después de “miles” de vueltas y bajadas impresionantes, llegamos a Panajachel, un humilde pueblito al lado del lago. Este estaba totalmente cubierto por la bruma, así que fue imposible tomarle fotos. En principio pensábamos pasar aquí la noche, pero los “Trailers Park” cobraban muy caro y no permitían estacionar a orillas del lago, por lo que resolvimos abandonar el lugar. Allí comenzó otro suplicio, cuando saliendo del “pozo”, la pick up no tenía la fuerza suficiente para subir; quedamos “atrapados” en el medio de una empinada cuesta y tuve que bajarme para poner piedras en las ruedas. Pasamos un tenso momento, hasta que paró un camión dispuesto a ayudarnos. Con una gruesa cuerda nos remolcó hasta el final de la subida más grande; luego puse primera a fondo para terminar de salir del agobio. Ya más tranquilos decidimos ir al emblemático mercado de los domingos, en Chichicastenango. Hemos estacionado en la ruta, en plena montaña, a unos cinco kilómetros de “Chichi”; aquí pasaremos la noche. 

Cuando desayunábamos, se arrimó un chiquito (Tomás) vendiendo cosas típicas; le dimos algo de comer y nos sacamos una foto con el hermoso paisaje de fondo. Enseguida iniciamos el descenso por un lugar de ensueño, “viboreando” entre bosques de coníferas, hasta llegar a este pueblito encantador; allí se puede encontrar una mezcla extraña de indígenas y turistas, en donde se vende todo lo que uno puede imaginar. Marta compró una docena de estatuas de barro, por un dólar. Cerca del mediodía, resolvimos continuar y cuando íbamos saliendo del valle, una chica norteamericana (Janet), nos pidió que la lleváramos hasta Huehuetenango; andaba paseando de mochilera y ya iba regresando a su país. Hablaba poco español, así que nos vino bien para practicar inglés, que nos serviría después en EE.UU y Canadá. Lo que sí nos confesó es que le quedaban sólo cien dólares y que tenía que mostrarlos para poder ingresar a México. Conclusión, tuvimos que darle de comer; almorzamos en el camino, a unos 80 kilómetros de “Huehue”, como le dicen acá, y finalmente llegamos a las cinco de la tarde. Fuimos a conocer las ruinas de Zaculeu, de la antigua civilización MAM, que vivieron en esta zona desde el año 500 de nuestra era, hasta la llegada de los españoles. Son bonitas, aunque pierden mucho valor por la forma en que han sido reconstruidas en el año 1947. Ya casi de noche, estacionamos el vehículo al frente de las ruinas, junto a dos kombis volkswagen de Canadá, para pasar la noche. Nos relacionamos rápidamente con uno de los matrimonios (Peter y Judit), con los que charlamos de todo un poco hasta bien tarde. La “tercera” pasajera (Janet) nos había hecho un segundo pedido, para que la lleváramos hasta la ciudad de México, donde debía tomar el avión hasta California. Era medio “plomo”, pero nos venció el sentido de la solidaridad y no tuvimos alternativa. Hoy, 29 de marzo, nos levantamos tempranito y desayunamos con el poco de pan que quedaba. Después de intercambiar direcciones con los canadienses, nos despedimos y continuamos nuestra aventura hacia la frontera mexicana. Llegamos alrededor de las once de la mañana; los guatemaltecos nos sacaron cinco dólares más y ya del lado mexicano, me tuve que poner una vacuna contra el tifus, obligatoria por prevención, por las eventuales consecuencias del reciente sismo en Guatemala. Marta no se podía vacunar por su embarazo. Antes de cruzar la frontera tuvimos que comernos la palta y la banana que quedaban, por el famoso control de plagas agrícolas. A partir de allí, sólo paramos para comer (café con pan y tomate) y cargar combustible. Pasamos por Comitán, Teopisca y al llegar a una estación de gasolina en San Cristóbal de las Casas, nos enteramos que había desabastecimiento de nafta, por un conflicto estudiantil en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, que impedía la llegada de camiones a la zona. Como nos quedaba poco combustible, tuvimos que buscar un lugar para pasar la noche, con la buena noticia de que al día siguiente estaría resuelto el problema. Entonces retrocedimos unos 500 metros en la ruta, porque habíamos visto estacionados unos vehículos de turismo y suponíamos que podía ser un lugar apto. Nos atendió un muchacho rubio, norteamericano, que vivía allí con su familia, en una pintoresca casa colonial. Nos contó que estaban hacía dos años en ese lugar y que se dedicaban a hospedar niños mexicanos necesitados, para poder ayudarlos. Dijo que estacionáramos libremente, e incluso que podíamos usar el baño de la casona para ducharnos.

Justamente, eso fue lo primero que hicimos, y nos llevamos una gratísima sorpresa cuando comprobamos que salía agua caliente. Desde Panamá que nos veníamos bañando con agua fría, así que lo disfrutamos especialmente. Luego nos tomamos un rico café con pan y mientras Marta hacía pan en el hornito, yo me puse a escribir. Para la noche tenemos previsto, además del pan casero, papas fritas y lentejas. Ideal porque el tiempo está fresco y lluvioso. Lo que se está notando es el efecto de la vacuna, que me ha debilitado un poco y me ha provocado fiebre.

Hasta aquí, ya hemos recorrido cerca de 14.000 kilómetros, desde que salimos de Ascochinga. Nos sentimos felices por el avance de nuestra aventura, porque estamos sanos y por el buen funcionamiento de la pick up. Nos parece increíble estar tan lejos de nuestro lugar en el mundo, pero sentimos la enorme satisfacción de estar cumpliendo un sueño.

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