18 de abril a 10 de mayo 1976
AMÉRICA DEL NORTE
TRAMO GUADALAJARA (MÉXICO) – LOS ÁNGELES (EE.UU.)

Después de la emocionante despedida de los amigos mexicanos, seguimos la ruta al norte hasta el pueblo de Acaponeta, estacionamos como siempre en una Pemex (Petróleos Mexicanos) y luego de una sencilla cena aprovechamos para descansar y reponer un poco de energía, después de estos doce días intensos que disfrutamos aquí. Ahora estamos mucho mejor con las finanzas, ya que pudimos vender el teleobjetivo que habíamos comprado en Panamá en 80 dólares, a 200 dólares; que sumamos al regalo extra de estos amigos “extraterrestres” de cien dólares más, y una enorme cantidad de comida como para llegar a la frontera en Nogales con un capital de casi quinientos dólares. Finalmente fue imposible entablar conexión por radio con Argentina, porque las comunicaciones seguían bloqueadas; el intento con Pablo y Carmen en Santiago de Chile tampoco dio resultado, por lo que nos resignamos a esperar mejor suerte en Los Ángeles.
Hoy, 19 de abril, hicimos una primera escala en la ciudad de Mazatlán; allí quisimos cambiar el cheque de 350 pesos mexicanos que nos había regalado el Ingeniero Walter (cordobés), pero se complicó por la gran cantidad de gente que estaba esperando en los bancos, posiblemente por ser día lunes. De todas maneras conocimos un poco la ciudad y sacamos una foto en la costanera principal. Luego continuamos, con escala sólo para comer, pasando por Culiacán y parando a hacer noche en “Los Mochis”; la ruta estaba en excelente estado general; la “fiel” pick up sigue comportándose muy bien, cuando ya estamos en los 16.600 kilómetros recorridos.
A la mañana, temprano, reiniciamos e hicimos una breve parada en la pequeña ciudad de Navojoa, donde pudimos cambiar el cheque y los pesos mexicanos por dólares. Después nos detuvimos a almorzar en la moderna Ciudad Obregón, donde nos deleitamos con unas puntas de espárrago con huevo y queso, que hizo Marta. Más tarde cargamos combustible en Guaymas y seguimos hasta Hermosillo, capital del estado de Sonora; allí conseguimos cuatro afiches hermosos de México y llenamos el tanque de agua de la casita, para poder bañarnos a la noche. Paramos un poco más adelante, en un pueblito llamado “El Oasis”. Luego del baño reparador, comimos unos ricos tallarines con salsa y huevos. Creo que nunca había mencionado que, en nuestra casita, tenemos un anafe y un hornito que nos resuelven todas las comidas básicas.
Esa noche, estando a sólo doscientos kilómetros de la frontera de EE.UU., reflexionábamos sobre el viaje y nos parecía mentira estar allí, cada vez más cerca de concretar nuestro sueño. Nos sentíamos realmente muy felices, por la aventura y por la compañía del futuro bebé; la pancita comenzaba a notarse claramente y Marta se sentía muy bien, estando ya casi de cinco meses, de acuerdo con nuestros cálculos.
El miércoles 21 de abril, nos levantamos temprano y nerviosos, por lo que significaba ese día en el contexto del viaje. Sabíamos que no era fácil ingresar a los Estados Unidos en nuestra situación, porque ya en esa época la migración centroamericana y mexicana era masiva y las restricciones cada vez mayores. Después de la revisión rutinaria de la pick up, partimos hacia Nogales para llegar al mediodía. En el lado mexicano solamente nos pidieron el “Permiso de circulación” por el país. Del otro lado nos solicitaron los pasaportes, revisaron la casita por fuera y por dentro, y luego pasamos al Servicio de Migraciones, es decir, el trámite clave. Felizmente, todo salió bien; cuando la policía femenina me preguntó si teníamos dinero suficiente para permanecer en el país, le dije que sí. Mientras seguía revisando los papeles y preparando nuestro permiso, volvió a interrogarme sobre cuánto dinero disponía. Yo había preparado una mentira “piadosa” y le dije que contábamos con 1.483 dólares, cuando en realidad la cifra era de 483 dólares. Si me hubiera pedido que los mostrara, le habría dicho que los mil restantes me lo transferían a Los Ángeles y que sólo llevaba encima los 483 reales, por razones de seguridad. Ella, impertérrita, siguió poniendo sellos y nos entregó los pasaportes con el visado definitivo. Después de disimular nuestra alegría, volvimos al “caracol” a festejar este gigantesco paso que habíamos dado. Era el último obstáculo posible que podía acortar el recorrido del viaje; ya estábamos en los Estados Unidos de Norteamérica, a casi 18.000 kilómetros del comienzo y con la convicción intacta de poder completar esta increíble aventura sobre ruedas. De allí salimos en dirección a Tucson, en una autopista en medio del desierto de Arizona; el contraste en rutas y servicios era enorme. Paramos a almorzar en una “Rest Area” (área de descanso), que son lugares acondicionados especialmente para automovilistas y vehículos de turismo, con jardines, baños, quinchos e información turística completa y gratuita; fueron nuestro “refugio” permanente en las carreteras de Norteamérica. Para nosotros era como estar en otro “planeta” porque nos habíamos acostumbrado a las rutas en mal estado y servicios precarios en las estaciones del sur y centro América. En la ciudad de Phoenix cargamos nafta en una estación “Self service” (autoservicio), impensado en esos años en Argentina, y compramos pan y leche para detenernos en otra “Rest area” a pasar la noche.
Al día siguiente continuamos y, más o menos a 50 kilómetros de Phoenix, empezamos a subir a zonas más frías, donde todavía se percibían los resabios del invierno; pasando la ciudad de Flagstaaf pudimos ver algo de nieve y paramos a almorzar en un hermoso bosque de pinos nevados. Después de comer llegamos al “Gran Cañón del río Colorado”; recorrimos varios sectores del parque nacional y sacamos algunas fotos, maravillados por el asombroso paisaje. Se lo puede contar, ver en fotografías o en documentales, pero apreciarlo personalmente no tiene comparación alguna. Es sencillamente monumental el trabajo erosivo realizado por la naturaleza, en el transcurso de miles de años, para mostrarnos este espectáculo casi surrealista.
Gran Cañon del Colorado – Arizona, EEUU
Luego de esta cuota mágica que nos brindó el Gran Cañón, salimos bordeándolo para volver a Flagstaaf por otro camino; tomamos el té en pleno desierto y llegando a la ciudad se hizo de noche; no obstante decidimos seguir unos kilómetros más y paramos a dormir a la salida de la ciudad de Kingman. La siguiente etapa nos llevó a conocer la famosísima “ciudad del pecado”, es decir Las Vegas, pasando por la increíble represa de “Hoover Dam”. A las once de la mañana estacionamos en el centro de Las Vegas; caminamos un buen rato, tomamos fotos y nos “jugamos” cincuenta centavos de dólar en una de las cientos de miles de máquinas que hay en la ciudad. Todo está preparado para el turismo y el jugador compulsivo; los lujosos hoteles y casinos pueden convencer hasta el más enemigo del juego y la relajación total. Lamentamos no poder verlo de noche, que debe ser realmente imponente, pero queríamos llegar ese día a Los Ángeles.
Almorzamos tarde en un área de descanso y luego tomamos la “San Bernardino Freeway”. Hicimos la última parada en la ciudad de Barstow, para poner nafta y comprar un mapa de Los Ángeles. Estudiamos el plano para poder llegar hasta Windsor Boulevard 248 S, y encaramos el desafío con nuestro “GPS” de papel. Cuando pasamos por la ciudad de San Bernardino se hacía de noche y comenzaban los cruces interminables de autopistas, que conocíamos sólo por las películas. La que va a “Los Ángeles city” tenía cuatro carriles por lado y dos más de estacionamiento de emergencia. Nos parecía increíble estar en el medio de ese “mar” de automóviles, ingresando de noche a esta gran ciudad. Mientras yo me concentraba totalmente en el manejo, Marta miraba el mapa “jeroglífico” de caminos, cantándome los nombres de calles y avenidas que íbamos cruzando, para saber dónde teníamos que salir. Lo bueno era que la salida (exit en inglés) se anunciaba con un margen importante de tiempo . Aunque parezca mentira no nos equivocamos nunca y, alrededor de las diez y media de la noche, llegamos a la dirección precisa y tocamos el timbre. Nos recibió el señor Alfredo Sweeny, muy sorprendido, y nos dijo que Carlos (Bebe) vivía ahora en Long Beach; cuando le dijimos que éramos los sobrinos y que veníamos desde Córdoba con la pick up, no lo podía creer y nos hizo pasar, presentándonos a su señora y sus tres hijos. Le habló inmediatamente al Bebe y, mientras lo esperábamos, comimos y charlamos un poco de nuestra “loca” aventura. A la media hora llegó Carlos con su señora Haydé y sus hijos. Era una gran alegría reencontrarnos después de tanto tiempo. Le mostramos a todos la casita reacondicionada, que era nuestro hogar, y luego partimos hacia la casa de Long Beach, donde vivían con el hermano de Alfredo (Eduardo). Nos quedamos contando y recordando anécdotas hasta muy tarde; nos dieron varias cartas que habían llegado de Argentina y, para dormir, nos estacionamos frente a la casa, que utilizábamos sólo para bañarnos. Esa noche nos dormimos a la madrugada, pasados de cansancio. A la mañana, manejando el Volkswagen “escarabajo”, fuimos con Carlitos (12 años) y Pablito (9 años), al supermercado. El primero de ellos oficiaba de “intérprete” ante cualquier eventualidad. Después del mediodía, nos llevaron a conocer la playa de Long Beach, con un refrigerio de sándwiches y fruta. El viento se puso frío, así que estuvimos sólo un rato, y de ahí fuimos a conocer el famoso buque “Queen Mary”, anclado fijo en el puerto. Más tarde, cuando volvimos, oficié nuevamente de “chofer” llevando a Marta y Haydé al lavadero, en una Van Ford automática. Cenamos hamburguesas con papas fritas, vimos un rato de televisión y nos acostamos temprano. Estamos analizando cuántos días podríamos estar aquí; queremos conocer todo lo que se pueda, y vender algo más para equilibrar las finanzas, pensando ya en los tramos finales del viaje. A esa altura, era casi seguro que llegaríamos solamente hasta Canadá, porque llegar a Alaska insumiría mucho tiempo y el embarazo estaba demasiado avanzado.
Desde el día 25 de abril hasta el 6 de mayo estuvimos estacionados frente a la casa de Eduardo; desde allí fuimos conociendo distintos lugares, como por ejemplo el día que recorrimos un hermoso camino costero y que entramos a una singular iglesia de cristal. U otra vez que fuimos a San Pedro, a conocer un lugar llamado “Port O’call”, una pintoresca villa con comercios que venden de todo para el turista. El martes 27 decidimos ir al centro de Los Ángeles, tratando de localizar una dirección que nos había dado Tato; era un negocio de un argentino, que se llamaba Gaucho’s Electronic, quien se interesó poco por nuestros ponchos, pero nos pasó el dato de otro argentino radicado allí, y que vendía diferentes productos de nuestro país. Felipe Corrado era el nombre del dueño de Catalina’s Market, quien nos recibió amablemente; le contamos de nuestro viaje y la intención de vender algo de lo que teníamos (ponchos, mates y bombillas), para poder seguir sin contratiempos. Primero nos dijo que en realidad los productos no eran de buena calidad para ese mercado, pero de todas maneras nos compró mates y bombillas por 25 dólares; lo asombroso fue cuando nos regaló aparte otros 100 dólares para ayudarnos a continuar el periplo. Como si esto fuera poco, nos regaló empanadas, canelones y fiambre. No sabíamos cómo agradecerle por tanta amabilidad; volvimos a lo del Bebe contentos y más tranquilos. Esa misma noche, Marta habló por teléfono con el señor Domínguez (radioaficionado amigo de Rodolfo Enríquez), para saber si se habían reanudado las comunicaciones con Argentina; le dijo que estaban normalizadas, pero que él no tenía tiempo porque tenían arduo trabajo, con su señora, atendiendo su restaurante de comida mexicana. De todas formas, iba a intentar contactarnos con un amigo. Marta le preguntó también por la posibilidad de conseguir con algún descuento, entradas para ir a Disneylandia. Como el hijo de Domínguez trabajaba en Disneyland, nos prometió dos libritos de entradas para el jueves 29, para lo cual teníamos que pasar ese día temprano a retirarlas. Como el día indicado, el Bebe también tenía que levantarse muy temprano por una entrevista de trabajo en Chicago, lo llevamos primero hasta el Aeropuerto; de paso lo conocimos un poco y luego nos dirijimos por el San Diego Freeway hasta el negocio del señor Domínguez. En ese tramo, la policía caminera nos detuvo para indicarnos que debíamos sacar la segunda cubierta de auxilio del capot de la pick up, porque estaba prohibido llevarla allí. A partir de ese momento, después de 20.000 kilómetros de rutas, tuvimos que compartir la casita con el segundo neumático auxiliar. Cuando seguí manejando, no podía creer que veía hacia adelante sin ningún obstáculo; me había acostumbrado a conducir con poca visibilidad.
Disneylandia – California, EEUU
Conocimos el pequeño restaurante de Domínguez, retiramos las entradas con un costo de 4,50 dólares cada librito, con derecho a once juegos. Seguimos a Disneyland y desde el mismo momento que estacionamos, nos llamaba la atención la presentación perfecta de la ciudad parque, con flores multicolores, construcciones pintorescas, cientos de juegos y una limpieza impecable. Es realmente un mundo aparte, para niños y para grandes. Estuvimos allí siete horas, enloquecidos con tantas cosas lindas; a la tarde se realizó un desfile especial por el bicentenario de la independencia, que se iba a cumplir a los pocos días. Adentro del parque parece que uno está en otro mundo; todo es alegría y diversión. Hablar de los juegos nos llevaría mucho tiempo y no alcanzarían los adjetivos para calificarlos; entramos a doce de ellos y son todos estupendos. Sobresalen, por su colorido y puesta en escena: El mundo de los niños, Los piratas del caribe, El viaje por la jungla, La casa encantada, El show de los pájaros y El show de los osos. Salimos de Disney encantados por tanta belleza y volvimos a lo de Domínguez porque nos había invitado a comer. Nos convidó unos ricos “burritos” (tortillas de harina con carne), muy parecidos a nuestras empanadas. Charlamos un rato y dijo que era imposible la comunicación con Argentina. Regresamos ya casi de noche a lo del Bebe y Haydé, cansados por el día tan movido que tuvimos. El Sábado 1 de mayo, fuimos invitados a comer a lo Alfredo Sweeny, junto a una cantidad de personas amigos de ellos, casi todos argentinos radicados en la zona. Allí se presentó la oportunidad de conocer a dos matrimonios, con los cuales después nos haríamos muy amigos. Uno era el Vicecomodoro Frasca y su señora Liliana; él había sido, allá por el año 1952, ayudante del Brigadier Jaureguiberry (mi padre), cuando estuvieron destinados en la Brigada del Palomar; también conocía al Comodoro Stagnaro (el padre de Marta), de la época de cadetes en el Colegio Militar. No salían de su asombro al enterarse que éramos sus hijos, y recordaron con mucho cariño y respeto a nuestros padres. Vivían en el Gran Los Ángeles (Downy) desde 1965 y tenían dos hijos (Fabiana y Marcelo). Al despedirnos, quedamos en ir a cenar con ellos para continuar la charla.
El otro matrimonio, jóvenes como nosotros, eran Eduardo y Herminia Domenech; él, Ingeniero Industrial, tuvo una oportunidad laboral importante acá, así que tenían la idea de estar un tiempo haciendo experiencia en California. Ella, también esperando su primer hijo, por lo que congeniaron rápidamente con Marta, hablando del viaje y los futuros bebés. También como nosotros, extrañaban mucho a sus familias, por lo que nos apoyamos mutuamente para morigerar la nostalgia. Hicimos buenas “migas” inmediatamente, al punto que, ya al día siguiente, nos pasaron a buscar por Long Beach, para hacernos conocer otros lugares. Fuimos al “Lion Country Safari”, un zoológico parque ubicado en el camino a San Diego, y luego a recorrer los barrios residenciales de Beverly Hills y Bel Air, donde tienen sus residencias la mayoría de los famosos artistas de Hollywood. Ya de noche, nos llevaron a conocer su departamento, frente al mar, en el Condado de Santa Mónica; muy confortable y moderno. Fuimos a cenar a “Charthouse”, un restaurante al lado del mar pacífico. Después de la exquisita comida (invitación de ellos), les agradecimos inmensamente tantas atenciones y nos llevaron de vuelta a Long Beach. El lunes 3, nos dedicamos a la escritura de cartas y postales; le hice cambiar aceite y filtro a la pick up y hablé con el Vicecomodoro Frasca, como habíamos quedado, y nos terminó invitando a cenar para el miércoles a la noche. El martes, después de almuerzo, volvimos a visitar a Eduardo y Herminia; los acompañamos a ver algunas casas, ya que estaban con la idea de comprar; a la noche, en el depto., comimos un rico puchero y nos contamos nuestras vidas hasta muy tarde. Estaban tan cómodos con nuestra compañía, que nos ofrecieron quedarnos unos días más con ellos, antes de seguir el raid. En principio, teníamos pensado continuar viaje pasado mañana, jueves, pero nos agradó la invitación y decidimos aceptar.
El miércoles, bien puntuales, estuvimos en lo de Frasca, acompañados por el primo Carlitos, que era siempre nuestro “intérprete”; estaba presente otro matrimonio argentino, de apellido Sosa Escalada. Comimos exquisito y conversamos de todo un poco, especialmente del viaje que siempre llamaba la atención porque salía de lo común. A pesar de mi leve congestión, accedí a cantar por el pedido especial de los dueños de casa; antes de irnos, nos sorprendieron comprándonos los dos ponchos (60 dólares) y quedamos en volver al día siguiente, para despedirnos y sacarnos alguna fotografía juntos.
El jueves 6 de mayo, almorzamos con toda la familia de Long Beach, festejando el cumpleaños de Haydé, por el nuevo trabajo que había conseguido el Bebe en Chicago y por nuestra despedida , agradeciéndoles por todo el apoyo recibido; máxime teniendo en cuenta que ellos no estaban pasando por el mejor momento económico. El “gordo” Eduardo, nos regaló dos valijas que más adelante nos servirían para el regreso en avión. Después volvimos a lo de Frasca, también por fotos y despedida. Llegamos a merendar y estuvimos hasta las nueve de la noche. Conocimos el atelier donde Liliana pintaba sus maravillosos cuadro de “realismo puro”, que ya en esos años se cotizaban muy bien en el lugar. Mientras Marta acompañaba a Liliana a un Market de ropa, fuimos con Frasca a ver un partido de Baseball, donde jugaba su hijo Marcelo. Antes de despedirnos definitivamente, nos regalaron una colección de mapas carreteros del país y 20 dólares de “yapa”, como ayuda extra. Muy emocionados por tantas atenciones, nos fuimos a Santa Mónica, al depto. de Eduardo y Herminia; estaban algo preocupados por nuestra demora, pero enseguida entendieron los motivos y, luego de una rica cena nos fuimos a dormir, estacionados a la vuelta del edificio donde vivían.
El viernes fuimos a desayunar con ellos; Eduardo partió a su trabajo y nos quedamos planificando con Herminia el fin de semana. A la tarde los acompañamos nuevamente a visitar dos casas que les ofrecia una inmobiliaria, ambas muy confortables, pero todavía no tomaban una decisión final. Volvimos tarde, cenamos en el depto. Exquisito como siempre, y fuimos a descansar. Nos levantamos bastante tarde y compartimos una especie de desayuno-almuerzo, para no perder tiempo, porque íbamos a visitar los Estudios Universales de Cine (Universal Studios). Llegamos a las dos de la tarde y vivimos cinco horas de asombro; primero el tour en un trencito que recorre las inmensas instalaciones del complejo; luego los increíbles shows montados para apreciar cómo se filman las grandes películas de Holywood. Visitamos una cantidad de pequeños comercios preparados para el turista, conocimos camarines de artistas, estudios en interiores y trucos cinematográficos. Salimos de allí sorprendidos y satisfechos por los momentos vividos, y en el camino de regreso paramos a conocer el famoso teatro chino, donde están las firmas y huellas estampadas de los más reconocidos actores y actrices del cine mundial; está ubicado en el Holywood Boulevard. Volvimos agotados, pero cuando las “chicas” estaban preparando la comida, llamó por teléfono el primo de Herminia (Andrés) que acababa de llegar de Buenos Aires, con cartas y noticias de sus familias. Inmediatamente quedaron en ir al hotel donde se alojaba Andrés, a las once de la noche. Los acompañamos y conocimos el fabuloso hotel donde se hospedaba. Charlamos un rato, tomamos un café y regresamos a Santa Mónica. El domingo desayunamos tarde y al mediodía nos invitaron a comer a Marina del Rey, al restaurante “Warehouse”, ubicado al lado del mar. Cuando volvimos, ellos se fueron a descansar un rato y nosotros aprovechamos para conocer el sector peatonal de Santa Mónica, muy pintoresco por cierto. Después de una cena frugal, nos fuimos temprano a la casita, acomodamos un poco el desorden y nos dormimos profundamente. Al mediodía siguiente comimos una rica tortilla y a la siesta la acompañamos a Herminia al supermarket; ella para hacer sus compras habituales y nosotros a comprar víveres para continuar el viaje al día siguiente. Mientras los dueños de casa salieron a arreglar un asunto relacionado con la compra de la vivienda, Marta se ocupó de preparar todo para la cena de despedida. Estaban invitados también Victorio y Jerry, un matrimonio amigo de ellos que vivían en el piso de arriba, y que ya habíamos conocido. Festejamos con una picada inicial, arroz con riñones, postre y café con torta; realmente un lujo. Vic y Jerry no hablaban castellano, así que nos sirvió para afinar un poco el oído con el inglés. Empatizamos mucho con ellos y asombrosamente, cuando se despidieron, nos regalaron 20 dólares. Quedamos un rato más con Eduardo y Herminia, que me pidieron que dejara grabadas tres canciones como recuerdo de nuestra amistad. Como si todo esto fuera poco, nos obsequiaron el visor con las fotos tridimensionales “View Master”. Quedamos en desayunar antes de que Eduardo se fuera a trabajar, y luego llegó el momento de la triste despedida. Terminaba otra etapa inolvidable de esta increíble aventura. En estas dos semanas en Los Ángeles, habíamos conocido muchos lugares emblemáticos y sobre todo, una gran cantidad de personas que nos ayudaron y nos brindaron toda su amistad y solidaridad. Recorrimos casi de punta a punta esta enorme ciudad que impresiona por sus carreteras y su magnífica organización. Seguimos viaje anímicamente reconfortados y con una holgura económica inesperada.
Veinticuatro años después, n9orme ciudad y fueron recibidos y alojados en la casa del “tío Carlitos”, el hijo mayor del “Bebe”, casado con Michelle, padres de dos hijas. Con ellos entablaron una buena amistad y pudieron conocer a fondo algunos lugares y paisajes maravillosos de esta región.
Relatan así su experiencia en esta gran ciudad: “ La llegada a Los Ángeles fue de noche, imitando la de mis padres; nosotros nos manejábamos con los mapas del Road Atlas (Rand Mc Nally), que habíamos comprado en Argentina para planificar nuestro viaje. También a nosotros nos parecía un enjambre de rutas en los accesos a las grandes ciudades y nos equivocamos en una de las salidas de la autopista, lo que demoró la llegada al depto.. del tío “Bebe”. Nos sentimos felices en ese momento, al encontrarnos con familiares. Extrañábamos a nuestra gente y cada vez que podíamos contactarnos con algún allegado, era un bálsamo para seguir avanzando sin tanta melancolía.
En los once días que duró la estadía aquí (del 8 al 19 de mayo), pudimos compartir momentos inolvidables, no sólo con el “Bebe” sino también con parte de su familia, muy especialmente con Carlitos y su esposa Michelle, que nos hospedaron en su casa y nos ayudaron a resolver varias situaciones, para poder concretar gran parte de los que nos quedaba por recorrer. Con ellos seguimos siempre en contacto”.
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Capítulo 7 – PDF