10 a 28 de mayo de 1976
AMÉRICA DEL NORTE
TRAMO LOS ÁNGELES (EE.UU.) – CALGARY (CANADÁ)

Hoy viajamos sin problemas hasta un camping, ubicado cerca del ingreso al “Sequoia National Park”; nos cobraron dos dólares la entrada. Aquí dormiremos y mañana tendremos el privilegio de conocer estas maravillas naturales. Como estamos un poco mejor de las finanzas, de aquí en adelante comeremos más rico y variado. A la mañana siguiente iniciamos el recorrido por el parque; primero subimos hasta más de dos mil metros para llegar al “bosque gigante”, donde uno se siente “chiquito” ante tanta inmensidad. Las sequoias son árboles realmente gigantescos y uno puede caminar por prolijos senderos para poder apreciarlos; está todo perfectamente organizado para el visitante. Más tarde, continuando el recorrido, fuimos al centro de informaciones, donde hay un museo completo con la historia del Parque Nacional. Algo que nos sorprendió gratamente, fue la presencia de una gran cantidad de ardillas que se arrimaban a los turistas con total confianza.
Sequoia National Park – California, EEUU
A la tarde, con los ojos colmados de estas bellezas, seguimos hacia el otro gran Parque de California, el “Yosemite Nacional Park”. Pasamos por la ciudad de Fresno a cargar combustible y después nos detuvimos en un “Trailer Park” para ver si podíamos darnos una ducha caliente; con 1,50 dólares nos bañamos los dos y seguimos, llegando de noche a la entrada del parque. Costaba tres dólares el ingreso, pero en ese momento no había nadie para cobrar; entramos pensando que al día siguiente, en la salida nos cobrarían. Avanzamos por el camino principal y estacionamos en un hermoso lugar, preparado justamente para casas rodantes. Por lo que hemos visto hasta ahora, en Estados Unidos es muy popular el turismo en “Motor Homes” y se pueden encontrar parques y estacionamientos muy seguidos, con todos los servicios destinados a este tipo de vehículos. El jueves nos levantamos un poco más tarde, desayunamos y partimos hacia el famoso “Yosemite Valley”; describir las bellezas que vimos ese día, sería reiterar adjetivos de asombro; hay que ver lo que es el valle con sus fabulosas cascadas, ríos y lagos; dan ganas de quedarse a vivir allí. La concurrencia de gente es enorme y los servicios impecables. Tiene, además, una pista de esquí y deportes invernales, y una cantidad de senderos de interpretación de la flora y fauna del lugar. Es sencillamente imperdible.
Yosemite National Park – California EEUU
A la tarde salimos del parque, con rumbo a San Francisco, con la idea de pasar la noche en algún lugar tranquilo, antes de la gran ciudad. No encontrábamos lugares adecuados, por lo que seguimos en la ruta mientras se iba haciendo de noche y se sentía más frío. Estando ya cerca, decidimos entrar esa misma noche a la ciudad, pensando en conseguir algún estacionamiento adecuado; después nos arrepentiríamos, pero ya era muy tarde. Cuando pasamos por el “Oakland Bay Bridge”, un puente de catorce kilómetros de largo, la vista nocturna de la ciudad de San Francisco era un espectáculo impresionante. En unos minutos estuvimos en pleno centro y ahí empezaron los problemas; al preguntarles a los policías de tránsito, me dijeron que en la ciudad no se podía estacionar y que tampoco había cerca ningún “Trailer Park”. No sabíamos qué hacer y luego de varias vueltas resolvimos parar en el medio del “Downtown”, rodeados de inmensos rascacielos. Obviamente que dormimos poco tiempo y nerviosos; muy temprano nos movilizamos buscando el “Golden Gate Park”, pasamos por calles emblemáticas en las famosas colinas y finalmente llegamos al parque. Después de algunas fotos, buscamos lo más representativo de esta gran ciudad, el “Golden Gate Bridge”. Estuvimos en el centro de informaciones de esta monumental obra de ingeniería y en el mirador tomando varias fotografías.
Al mediodía continuamos hacia el norte, compramos algo de pan y paramos a almorzar en Santa Rosa, en una enorme playa donde se exponían para la venta unas increíbles “Mobile homes” (casas móviles). Luego nos metimos en un Centro Comercial, en el supermercado “Albertsons”; para nosotros era un programa mágico y raro, ya que en Córdoba no existían ni remotamente este tipo de Shoppings, en donde vendían de todo. Compramos pan, galletas dulces y caramelos y seguimos hasta la merienda en una pequeña ciudad (Ukiah). En la medida que íbamos avanzando, el paisaje presentaba más vegetación. Volvimos a ver áreas de descanso en la ruta y, justamente, en una de ellas paramos con tiempo, para bañarnos, lavar ropa y comer un exquisito arroz amarillo. Dormimos muy tranquilos, desquitándonos de la mala noche pasada en San Francisco. El sábado, antes de seguir, le cambié a la pick up la tapa del distribuidor, los cables y las bujías. Anduvimos sin problemas, pasando a la tarde por el “Redwood National Park”, donde paramos a sacar fotos en un lugar pintoresco, con tiendas de recuerdos para el viajero. En la ciudad de Crescent City entramos a un Centro Comercial, para estirar las piernas y comprar algunas cosas básicas. Seguimos hasta la siguiente “Rest area”, a tres kilómetros del límite con el estado de Oregon, para pasar la noche. Nuestro próximo destino eran las cuevas de Oregon, un Monumento Nacional que quedaba cerca; al mediodía ingresamos pagando cinco dólares y las recorrimos con un guía, haciendo un gran ejercicio de caminata. Salimos luego de dos horas, almorzamos frugalmente y seguimos para salir de la ruta federal y empalmar la “Highway” número 5; a partir de allí comenzamos a establecer un promedio de 80 kilómetros por hora. Cargamos nafta en Eugene y entramos a otro Centro Comercial, programa fijo para nosotros, que servía siempre para caminar, ver cosas lindas y comprar algunos víveres. En un camping sobre la colectora de la autopista, preguntamos sobre la posibilidad de pegarnos una ducha caliente, y tuvimos la suerte de lograrlo sin costo alguno. Trece millas antes de la ciudad de Salem, estacionamos para dormir en una limpia y completa Área de descanso.
El lunes seguimos, pasamos un rato por Portland (una ciudad vieja pero bonita) y paramos como de costumbre en un Centro Comercial, a la salida de la ciudad. Allí hicimos la compra más grande y cara del viaje (4,28 dólares), así que no pensamos gastar un peso más, por lo menos por cuatro días. Después de almorzar en un área de descanso, nos dirigimos hacia el Mount Rainier National Park, que está ubicado ya en el estado de Washington; llegamos a la tarde y en la entrada nos dieron el mapa del parque y nos enteramos que, por la época del año, todavía permanecían cerrados varios caminos internos, por lo que era imposible realizar el recorrido que habíamos planeado. De todas maneras pudimos contemplar toda la belleza del lugar, con sus nieves eternas, y tomamos unas cuantas fotos. A la tardecita, regresamos a la autopista interestatal número 5 y continuamos al norte, hasta una “Rest area” bien completa, ya cerca de la ciudad de Seattle. El día 18 de mayo entramos a la hermosa ciudad, capital del estado de Washington, y buscamos la dirección que nos había dado mi compañero y amigo Ignacio Aguirre (Nacho), que nos había pedido especialmente que pasáramos por la casa de sus “padres americanos”; él había vivido aquí, en el año 1972, con esta familia norteamericana, por un intercambio cultural del “Rótary Club””. La búsqueda de la casa no fue sencilla; preguntamos en tres estaciones de servicio hasta que por fin llegamos. Está ubicada en una zona residencial muy linda, cerca del lago Washington. No nos atendió nadie y unos vecinos nos dijeron que el señor trabajaba, los niños estaban en la escuela y la señora no había vuelto aún. En un primer momento pensamos en desistir del intento y continuar viaje, pero un sexto sentido, quizás por algo intuitivo o para cumplir con el pedido de Nacho, decidimos dar una vuelta por la zona y estacionamos en una enorme playa de un supermarket. Allí comimos e hicimos “tiempo” mirando cosas lindas por dos o tres horas. Alrededor de las cuatro de la tarde volvimos y, ante nuestro asombro, fuimos recibidos con increíble cariño por toda la familia. Joe y Nita (los padres); Jeef y Judy (los hijos) y July (la sobrina). Recién ahí nos dimos cuenta de cómo lo querían y lo recordaban a su “hijo” argentino. A pesar de mi inglés limitado, nos pusimos a charlar de todo, especialmente de nuestro “loco” viaje por América y de Nacho, por supuesto. Hablaban lento para poder entenderlos y al poco tiempo ya nos sentíamos como en familia. Lo que sucedió luego fue sorprendente para nosotros; nos pidieron que nos alojáramos en su casa para pasar unos días con ellos, antes de seguir la aventura. Pusieron a disposición un dormitorio, para que descansáramos del “caracol”. Ya esa noche nos llevaron a comer a un hermoso restaurante y después fuimos a la casa de la mamá de Nita, “Grandma”, casada con el doctor Ray; muy atentos y simpáticos por cierto. Por momentos no lo podíamos creer, estar viviendo de golpe con una familia estadounidense, hablando en inglés y atendidos como reyes.
Esa primera noche dormimos bien, aunque ya tempranito Joe nos invitaba a compartir el desayuno con ellos, para salir después a conocer la espléndida ciudad y sus alrededores. Él no fue ese día a trabajar, porque quería llevarnos a pasear; salimos los cuatro, primero al lugar emblemático y símbolo de Seattle, la “Space needle” (aguja del espacio); es una enorme torre de 200 metros de altura, con mirador y restaurante en el último piso. Desde arriba se puede apreciar la ciudad en todo su esplendor. Luego tomamos un Monorail (transporte público) hasta el centro; allí conocimos una enorme tienda de nueve pisos, que tiene de todo. Joe y Nita le regalaron a Marta un conjunto de vestir, de futura mamá; no sabíamos cómo agradecer tanto cariño y atenciones. De allí nos fuimos a comer a un pintoresco restaurante, al lado del mar, un exquisito salmón ahumado; conocimos algunas calles y avenidas importantes y volvimos a la casa. Esa tarde tocamos la guitarra con Joe, que es muy entusiasta y conocedor del instrumento y la música en general. A la noche tuvimos una cena familiar, con los chicos también, pensando que sería la despedida. En la sobremesa, mientras charlábamos, nos ofrecieron quedarnos aunque sea un día más, porque decían que estaban muy contentos con nosotros y que era un placer tenernos en su casa. Obviamente que no pudimos decir que no, porque en realidad éramos nosotros los que disfrutábamos aún más con la tremenda hospitalidad que nos brindaban y nos hacían sentir como sus propios hijos. Al día siguiente Joe fue a su trabajo y salimos con Nita y July a conocer el lago Washington y el puente “flotante” (uno de los más importantes del mundo); saqué fotografías y luego comimos unas deliciosas hamburguesas. Cuando llegó Joe, jugamos un rato al fútbol americano, al básquet y al soccer. Después de cenar nos metimos en la piscina climatizada; el agua templada pero afuera helado; todavía se ponía fresco por la noche. Joe me volvió a preguntar si queríamos quedarnos hasta el lunes, para pasar el fin de semana juntos; la verdad, esto ya era increíble; estaba totalmente superada nuestra capacidad de asombro; a veinte mil kilómetros de Ascochinga, sintiéndonos como en casa. Mi oído se iba acostumbrando paulatinamente al inglés, ya que ellos no hablaban nada de castellano; era una gran práctica para desenvolvernos mejor con el idioma.
El viernes a la noche fuimos invitados a cenar por el doctor Ray y Lola (grandma) a un restaurante chino (riquísimo), conocimos la ciudad nocturna y nos fuimos a dormir exaustos. El sábado seguimos con programas; nos llevaron en un comodísimo “Ferry boat” a una isla cercana a la ciudad; de regreso conocimos un mercado típico en el puerto, donde se vende cualquier cosa y se ven de los más variados personajes. Ya en la casa, por la tarde, continuamos con la música porque a Joe le gustaba escucharme cantar música sudamericana. Después de cenar, vinieron de visita la hermana de Joe con su marido; él, gran violinista, así que nos “prendimos” en un trío de dos guitarras y el violín. A la mañana siguiente, volvimos a la isla de Bainbridge en el ferry, pero esta vez a visitar a un matrimonio muy amigo de Joe y Nita; pasamos el día disfrutando del hermoso lugar, sacamos fotos y regresamos a la tarde.
Nos ocupamos de intentar solucionar el problema del arranque de la pick up; se notaba que la batería estaba agotada. Primero la pusimos en marcha con ayuda externa de cables, pero cuando fuimos a una estación de servicios, comprobamos que no soportaba más carga. Y entonces sucedió lo inesperado, rayando en el colmo de la solidaridad; Joe nos regaló una batería nueva para que no tuviéramos más inconvenientes en el viaje; no había palabras para agradecer tanta hospitalidad. Esa última noche en Seattle, nos mostraron muchas fotografías de sus viajes y de la estadía de Nacho con ellos.
El lunes nos levantamos temprano para desayunar juntos; antes de las ocho nos despedimos de Joe y los chicos que se iban a la escuela. Terminamos de preparar las cosas; como si todo hubiera sido poco, Nita nos había preparado una caja llena de comida para reducir los gastos del trayecto que quedaba de viaje y ofició de guía en su auto, adelante del nuestro, para indicarnos la salida a la frontera. La despedida fue conmovedora y no pudimos contener el llanto de la emoción; habían sido seis días maravillosos, colmados de atenciones y llenos de amor. El día lluvioso y frío, acompañaba la triste despedida.
En este tramo del viaje, concretamente en esta hermosa ciudad de Seattle, también nuestros hijos revivieron la aventura de veinticuatro años atrás, y fueron recibidos y “malcriados” por Joe y Nitta, con los que compartieron momentos inolvidables y pudieron conocer lugares increíbles del inmenso estado de Washington.
Belén recuerda la experiencia vivida, de esta manera: “Después de haber recorrido tantos kilómetros desde que comenzó nuestra luna de miel, los días iban pasando y poco a poco concretábamos el camino planeado en Córdoba. Pero, a pesar de estar contentos con la travesía, no podíamos evitar la nostalgia y el recuerdo de nuestros afectos. Por ese motivo, cada vez que nos acercábamos a una ciudad en donde teníamos el contacto de gente conocida por mis padres, sabíamos que sería reconfortante el encuentro. Pero acá en Seattle, la hospitalidad y el amor con el que nos recibieron, superó todas las expectativas. Joe y Nita fueron una especie de abuelos en ese momento para nosotros. Compartimos siete hermosísimos días (desde el 31 de mayo hasta el 7 de junio) y conocimos un montón de lugares con ellos. Desde la emblemática “Space Needle” hasta el último rincón, hablamos, comimos y paseamos juntos.
Fue un ida y vuelta de mucho afecto, ya que para ellos fuimos también una gran compañía en esos días que nos alojaron en su casa. Y, obviamente, la despedida estuvo cargada de emoción.
Son recuerdos imborrables de nuestras vidas”.
Después de la emocionante despedida con Nita, decidimos no visitar la ciudad de Vancouver, en el extremo occidental de Canadá, por lo que abandonamos el Freeway número 5 y tomamos la ruta federal 539, llegando a la frontera cerca del mediodía. En migraciones me preguntaron cuánto dinero teníamos, a lo respondí la verdad, es decir 500 dólares; inmediatamente me pidieron que los mostrara y entonces nos sellaron el pasaporte, con un permiso de quince días de estadía en el país. Seguimos con tiempo lluvioso hasta un pueblito cercano, Abbotsford, en donde paramos a almorzar. En una oficina de turismo nos dieron folletos y mapas canadienses y luego retomamos la ruta hasta el lago Kamloops, cerca de Revelstoke; allí, en uno de los miradores, pasamos la noche. Hoy, 26 de mayo, después de un sueño reparador, seguimos hacia los Parques Nacionales de la zona, que son cuatro: Mount Revelstoke, Glacier, Yoho y Banff; todos maravillosos, con tremendos paisajes y montañas nevadas; las vistas son realmente espectaculares, aunque los servicios al viajero no son de la cantidad y calidad de los EE.UU.. Cuando paramos a merendar, estuvimos de gran “charla” con un matrimonio de Toronto, que no salían de su asombro por nuestra aventura; allí nos dimos cuenta cuánto sirvió la práctica del inglés durante seis días en Seattle; era increíble la manera en que nos desenvolvimos con el idioma, porque pudimos mantener un diálogo aceptable por unos cuantos minutos.
Después de tomar unas fotos con mucha nieve en el Glacier, estacionamos en un área de picnic en el Banff National Park. Esa noche, tranquilos y descansados, con un entorno paisajístico que parece salido de una postal, resolvimos dos cosas muy importantes para el tramo final de nuestra aventura. En primer lugar, no vamos a continuar hacia el este canadiense, porque se nos podría complicar el reingreso a Estados Unidos, en caso que migraciones nos exigiera una cantidad mínima de dinero; por eso sólo llegaremos hasta Calgary y entraremos a los EE.UU. por el estado de Montana, para conocer el famosísimo Parque de Yellowstone. Desde allí cruzaremos todo el territorio estadounidense, hasta la ciudad capital, Washington D.C., en donde tenemos gente amiga de la Fuerza Aérea. Lo segundo, relacionado con la venta de nuestro vehículo para poder regresar a Argentina por vía aérea, que siempre va a ser más fácil con la ayuda de gente conocida, que vive en el lugar.
El miércoles seguimos conociendo este hermoso parque y estuvimos un buen rato jugando con una cantidad de ardillas, que tenían su colonia en la orilla del lago. Luego de pasar, como de costumbre, por una oficina de turismo, continuamos la ruta hacia Calgary; en plena carretera nos llevamos una enorme y gratísima sorpresa, cuando en la dirección contraria a la nuestra, en el Freeway, pasaban los amigos suizos. Mi reacción fue inmediata; me salí como pude de la ruta y emprendí la “persecución”; un poco más adelante nos reencontramos con gran alegría, y después resolvimos ingresar en un campsite, al costado de la ruta. Nos contamos nuestras respectivas odiseas y como se acercaba la noche, decidimos quedarnos allí hasta el día siguiente. El lugar era muy pintoresco, al lado de un río. Esa noche cenamos juntos y tomamos varias fotografías. Ellos se iban a encontrar con los padres, para ir juntos hasta Alaska. A la mañana nos despedimos emocionados y agradecidos por su hermosa amistad, y partimos hacia la ciudad de Calgary; allí estuvimos sólo un par de horas, para conocer un poco y almorzar. Hasta aquí, llevamos recorridos cerca de 25.000 kilómetros.
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Capítulo 8 – PDF