Capítulo 9

28 de mayo a 22 de junio 1976

AMÉRICA DEL NORTE

TRAMO CALGARY (CANADÁ) – WASHINGTON DC (EE.UU.)

Partimos de Calgary y en poco tiempo llegamos a la frontera (Carway); sin problemas ingresamos nuevamente a los Estados Unidos, por el estado de Montana, y viajamos hasta tarde para hacer noche en un área de descanso, cerca de Wolfcreek. Allí soportamos una fuerte tormenta de viento y agua, durante la madrugada, y a la mañana seguimos hasta la ciudad de Helena, capital del Estado. En esta zona norte, venimos circulando hace unos cuantos kilómetros por caminos secundarios (federales), aunque siempre muy bien mantenidos. En Helena fuimos a un Tourist Informacion, por mapas y folletos, y luego a un inmenso Shopping Center; buscábamos precios con la idea de comprar algunos regalos para la familia, aunque éramos concientes que todo dependía del margen de dinero que nos podría dejar la venta del vehículo en el final del recorrido. A la tarde continuamos sin parar y nos estacionamos recién a las once de la noche, siempre en una Rest area, cercana al ingreso oeste de Yellowstone.

El día 29 de mayo entramos al famoso Parque; en un baño público nos dimos una hermosa ducha y después fuimos al correo; como era sábado sólo funcionaba el correo de autoservicio y se complicaba por el valor limitado del estampillado, por lo que decidimos mandar únicamente las más baratas. Recién a la tarde comenzamos a recorrer este increíble parque; poco a poco uno va entendiendo porqué es el más antiguo y reconocido de los Estados Unidos. Con nieves eternas, lagos y ríos imponentes en la parte alta; animales salvajes por donde miren y, para rematarlo, los campos de géiseres y lagunas de agua azufrada, con paisajes que parecen de otro planeta. Previa consulta del mapa, habíamos planeado pasar la noche en el Campground situado en Madison, pero no nos dimos cuenta que era sábado, y el estacionamiento estaba repleto de autos y casas rodantes. Tuvimos que seguir hacia el “Old Faithful”, buscando algún lugar apto. La policía del parque ya nos había alertado que, por cuestiones de seguridad, especialmente por la presencia de animales salvajes, sólo podíamos aparcar en lugares habilitados. Finalmente terminamos en la playa del mismísimo y famoso geiser, al lado de una enorme cantidad de vehículos. Dormimos tranquilos y después del desayuno seguimos conociendo los distintos sectores del parque; una de las sorpresas es que se nos terminó el gas de la garrafita, inesperadamente, ya que habíamos calculado que duraría hasta Washington. Lo último que visitamos, a la tarde, fue el lago Yellowstone; luego nos dirigimos a la salida este del parque, pasando por otro lago parcialmente congelado con mucha nieve a su alrededor, que brindaba un espectáculo formidable; previa construcción de un muñeco, tomamos las fotos de rigor. Abandonamos el parque buscando, siempre hacia el este, la Highway número 90 (I-90), que sería la columna vertebral para recorrer los más de 3.000 kilómetros finales del viaje. Esta autopista interestatal, era en ese momento la más larga del país, con casi 5.000 kilómetros de extensión.

Yellowstone National Park – EEUU


Intentamos llenar la garrafa en varias estaciones, sin suerte, por lo que resolvimos seguir y comer esta última semana alimentos fríos y, eventualmente, aprovechar alguna parrilla que pudiera haber en las “Rest áreas” faltantes. En definitiva, la Interestatal I-90 y las áreas de descanso serían la clave para llegar a Reston, en West Virginia, a la casa del matrimonio que conocimos en Panamá, en la casa de los Corino (Ramón y Estela). En un súper compramos salchichas, pan, cocoa y karo (parecida a la miel). Todavía teníamos mostaza, salsa de tomates y huevos. Como a las siete de la tarde seguimos hasta Worland, para pasar la noche en el lugar común de siempre. Hoy, después de cambiar el aceite y otra manguera del agua, seguimos viaje pasando por Búffalo y Guillette, y entramos al estado de Dakota del sur; allí estacionamos para hacer noche en un área de descanso realmente impecable, con baños, mesas y parrillas para picnic; lógicamente que aprovechamos para hacer un fueguito y cocinar polenta con salchichas y huevos. Luego un café caliente acompañando la lectura de la folletería que nos habían dado; allí descubrimos que, más adelante y cerca de la autopista, se encuentra el famoso monumento a los cuatro presidentes, el “Mount Rushmore”. En cuanto al tiempo, vamos teniendo más calorcito en la medida que avanzamos y descendemos a las grandes llanuras. Si todo sale bien y avanzamos sin prisa pero sin pausa, estimamos estar en Reston, Virginia Occidental, el próximo lunes 7 de junio.


Arrancamos el martes hacia Rapid City, para poner cartas y postales en el correo y después tomamos la ruta 16 para ir al Mount Rushmore. Allí, bajo una suave lluvia, pudimos observar la escultura colosal en homenaje a los cuatro presidentes más representativos de la democracia norteamericana: Roosevelt, Lincoln, Washington y Jefferson. Fue tallada, entre 1927 y 1941, en una montaña de granito en Keystone, Dakota del Sur. En el centro de informaciones para el visitante, explican y muestran el video referente a la construcción de este impresionante monumento. Cuando volvimos a Rapid City nos metimos, para variar, en un Centro Comercial; nos divertíamos mirando cosas y comprando de “ojito”. Seguíamos comparando precios, con la esperanza de poder comprar algunos regalos al final del viaje. Luego de la merienda, retornamos al Highway e hicimos una buena cantidad de kilómetros hasta detenernos en una inmensa rest area; la cena fría estaba compuesta de arvejas con mayonesa y maíz inflado con kero, de postre.

Palacio del Maíz, Saint Michell – South Dakota, EEUU


A la mañana continuamos hasta la ciudad de Mitchell, en una zona productora de cereales, y conocimos algo fuera de lo común, el “Corn Palace” (Palacio de cereal); un edificio enorme, totalmente tapizado con cereales diversos: maíz, sorgo, avena, trigo, etc. A la tarde buscamos un campground, para darnos una reparadora ducha y lavar toda la ropa. Después seguimos, sin parar, hasta otra zona de descanso, ya en el estado de Iowa. Nos faltan poco más de 2.000 kilómetros y la pick up sigue portándose muy bien.


El jueves arrancamos tarde y en Newton entramos a un Supermarket para abastecernos; nos dimos el lujo de comprar un rico queso y recién a las cuatro de la tarde paramos a comer algo. Llegamos de noche a un área de descanso cerca de la ciudad de Davenport; allí hicimos un fueguito y comimos unas ricas salchichas, con puré y huevos. La sobremesa fue con guitarra y llena de nostalgia. Hoy viernes, a la mañana, fuimos a un “Salvation Army”, que es un lugar donde venden todo tipo de cosas de segunda mano, muy común en los Estados Unidos. Nos dimos el gusto de comprar ropa para los sobrinos y un bucito especial para nuestro bebé. Después fue un día casi exclusivo de Highway, porque en Illinois había una sola rest area, demasiado cerca, y queríamos llegar a la siguiente que ya estaba en el estado de Indiana. Paramos sólo a comer y cargar nafta. El sábado entramos a la ciudad de Indianápolis, con la idea de conocer el famoso circuito de carreras, pero tuvimos que conformarnos con tomarle fotos desde afuera porque estaba cerrado. Retomamos la Highway, ahora la I-70 y ya casi de noche estacionamos, pasando unos kilómetros de la capital Columbus, en nuestro lugar habitual, siempre seguros y tranquilos. Nos dimos el lujo de comer unos riñones a la parrilla, con puré. Lo que nos llama la atención, es que a medida que avanzamos hacia el este, el tránsito aumenta exponencialmente y la red caminera se va transformando en una maraña de cruces de autopistas. Esto es para nosotros algo desconocido y nos produce cierto nerviosismo.


El domingo anduvimos muchos kilómetros; cruzamos por el norte de Virginia Occidental y en Pensilvania tomamos la ruta federal número 40; entramos al estado de Maryland y luego volvimos a unirnos al Highway I-70. Se presentó un problemita con la rotura de una manguera de la refrigeración de la pick up, pero felizmente pude solucionarlo. Vamos a pasar la noche en una Rest Area situada a sólo cien kilómetros de Reston; lo pensamos y nos parece mentira estar tan cerca del final. El lunes 7 de junio, como estaba previsto, partimos bastante nerviosos hacia la meta, es decir la casa de Rogelio y Estela. Cuando los conocimos tres meses atrás, en la casa de los Corino en Panamá, ellos se ofrecieron a recibirnos encantados aquí, pero ha pasado el tiempo y no sabemos a ciencia cierta si lo de ellos había sido un cumplido, pensando que no llegaríamos nunca hasta Reston. Al mediodía estuvimos en esta ciudad, casi totalmente peatonal, y como no había nadie en el dúplex, nos cruzamos caminando al frente, al negocio de fotografía que nos había dicho que tenía Estela. A pesar de que nos esperaban, con una habitación lista para nosotros, se sorprendió al vernos; le parecía mentira que hubiéramos podido llegar hasta aquí, con la casita a cuestas. Desde el primer momento se desvivió por atendernos y brindarnos todas las comodidades; a la tarde llegó Rogelio de su trabajo y dijo que no se sorprendía, porque estaba seguro que arribaríamos antes del diez de junio. Esa primera noche nos llevaron a comer a la casa de una señora cubana, amiga de ellos, que nos convidó un exquisito arróz tostado. Luego conocimos los lugares más reconocidos de la ciudad de Washington, verdaderamente hermosos, y volvimos tarde a Reston. Dormimos como duques, en camas confortables y muy cansados. El Martes a la mañana le di los rollos de diapositivas a Estela, para que los mandara a revelar; en 24 horas estuvieron todos listos y me cobró la mitad del precio normal, y encima nos regaló un flash electrónico Rollei.


El martes a la tarde, nos pasó a buscar Gustavo Cardoni, un amigo que conocíamos de Ascochinga, que estaba viviendo aquí, ya que su padre (Vicecomodoro), había sido destinado en la Agregaduría Aeronáutica. Estuvimos con toda la familia, recordando anécdotas de Ascochinga y hablando de nuestra odisea por América; por ellos nos enteramos que la posibilidad de volver en algún avión militar logístico era remota, porque estaba más restringido que nunca. Desde ese momento, comprendimos que dependíamos totalmente de la venta del noble vehículo que nos había traído hasta estas latitudes; con el dinero que obtuviéramos, volaríamos a Argentina en avión comercial. Al día siguiente comenzamos a preparar la pick up y la casita para el operativo de enajenación, con todo el dolor del alma por las experiencias hermosas que habíamos vivido en los meses de viaje.


Una mañana, Estela nos acompañó para sacarle su nuevo título y su patente de West Virginia; después empezó la “novela” para venderla. Siempre con la enorme ayuda de Rogelio, teníamos varios interesados, pero nadie concretaba; en un principio creíamos que podíamos sacar más de mil dólares, pero todo se fue complicando en la carrera contra el reloj.


Mientras tanto, estábamos pasando unos días bárbaros y tranquilos, atendidos como reyes. El sábado 12 fuimos invitados a la casa del Brigadier Montesano, Agregado Aeronáutico en EE.UU., que era compañero del papá de Marta. Allí lo pasamos fantástico, comiendo exquisito, charlando de todo un poco y cantando. Conocimos a la familia completa: Marcos y Ángela, con sus cinco hijos, tres mujeres y dos varones; todos ellos viviendo una experiencia diferente en los Estados Unidos, especialmente los chicos que ya se habían adaptado perfectamente. Marcos nos dijo que trataría de conseguirnos pasajes un poco más baratos. Cuando nos íbamos, nos dijeron que volviéramos al día siguiente a comer empanadas y asado, siempre acompañados con Rogelio y Estela. Volvimos el domingo y pasamos un día especial, con música incluida. Habíamos logrado empatizar tanto con ellos, que finalmente nos hicieron quedar en su casa; nos prepararon una cómoda habitación, donde estuvimos alojados hasta el día del regreso. Nuestra querida casita quedó estacionada en Reston, detrás del dúplex de los amigos. Sólo llevamos un par de bolsos con ropa liviana y mallas; estábamos entrando en el verano boreal. Para movernos contábamos con Rogelio y Estela, o con Marcos, siempre dispuestos a llevarnos a donde necesitáramos. Esos últimos días, hasta el martes 22, lo pasamos estupendo, colmados de cariño y todo tipo de atenciones; lo único que nos preocupaba era la demora en la venta del vehículo y, por ende, la incertidumbre sobre el regreso. Surgió otra posibilidad, que era viajar en avión comercial hasta Panamá y allí abordar el avión militar (C.A.M.E.), hasta Buenos Aires. Rápidamente, Marcos Montesano se puso en campaña, habló con Carlos Corino y este le dijo que no había problema; que se podían conseguir los dos pasajes, incluso uno gratis. Al día siguiente tuvimos la novedad de que estaría previsto un avión militar logístico (Hércules C-130), para fines de junio, es decir que se abría una posibilidad gratuita y sin problemas de equipaje. Para poder subir a ese avión teníamos que tener una autorización especial; hicimos las gestiones pertinentes y quedamos a la espera de novedades. A los dos días, dijeron que ese vuelo llegaría recién en la primera semana de julio, lo que nos complicaba más aún, porque el embarazo ya estaba cumpliendo los siete meses.


Mientras tanto continuábamos conociendo lugares y sacando fotografías; un día fuimos de paseo a la ciudad de Washington y conocimos la casa blanca y el capitolio. Otra vez, entramos a un enorme shopping center, donde Marta disfrutó con Ángela y las chicas, mirando ropa y comparando precios. Nos regalaron una ropita preciosa para nuestro bebé. En la casa, Marta vive ayudando en la cocina y con los peinados y la vestimenta de Emy, Fernanda y Celia. Yo he aprovechado la hermosa piscina que tienen, para hacer un poco de ejercicio; además lo acompañé a Marcos a jugar al golf y volví realmente agotado.


Otro evento importante fue un recital que organizó un señor norteamericano, que conocimos por Rogelio, en un Cofee Shop en la plaza Washington de Reston; allí canté folclore argentino para unas cincuenta personas, y recaudamos más de cien dólares. Quería ayudarnos, porque le gustaba mucho nuestra música, y para difundirla un poco más nos dio la posibilidad de realizar una entrevista en el periódico local, “Reston Time”, y grabar varias canciones para la radio de Reston.


Todo venía bien hasta que el lunes 21 nos enteramos que era imposible viajar en el Hércules; la noticia nos cayó como un balde de agua fría, ya que no quedaba otra alternativa. El Correo Aéreo Militar al Exterior (CAME) salía desde Panamá el miércoles (dos días después) y teníamos los pasajes gratis; pero había que vender el vehículo contra reloj y conseguir pasajes a Panamá. Inmediatamente fuimos con las chicas a buscar las cosas a lo de Rogelio y Estela; volvimos y comenzamos a hacer valijas. Por supuesto que tuvieron que prestarnos dos valijas y un bolso y pudimos dejarles una parte del equipaje, que llevaría el Hércules en julio. Esa última noche charlamos y nos reímos con toda la familia Montesano, sin saber todavía cómo llegaríamos a tiempo al embarque en Panamá.


El martes salimos con Rogelio y el chofer de la Agregaduría (Oscar), a vender sí o sí la pick up. Finalmente, después de varios intentos fallidos, tuvimos que aceptar el único ofrecimiento concreto de 700 dólares, teniendo en cuenta que se compensaba con los pasajes gratis desde Panamá hasta Buenos Aires. De allí fuimos urgente a sacar los únicos pasajes posibles , vía Nueva York, por “National Airlines”; Luego hasta Panamá, por “Air Panama”. Alrededor de las cuatro de la tarde estábamos en el aeropuerto de Washington, acompañados por Rogelio, Ángela, Emy y Celia. Luego llegaron Los Cardoni. La despedida fue tan precipitada, que no tuvimos el tiempo necesario para agradecer tantas atenciones; de todas formas no hubiera sido posible encontrar las palabras justas para retribuir tanto cariño. Terminábamos nuestro viaje por tierra, con una encontrada sensación de tristeza y alegría al mismo tiempo; dejábamos nuestro “caracol” muy lejos; despedíamos a un grupo de personas increíbles, que nos facilitaron todo para poder terminar la aventura. Pero, por otra parte, volvíamos con los nuestros para continuar nuestro proyecto de vida

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