
- Año: 1990
- Recorrido: Chile – Bariloche
- Distancia recorrida: 3.700 Km.
- Vehículo: Kombi Volswagen

Entusiasmados con la aventura y la experiencia del anterior verano en Brasil, y totalmente persuadidos de que se podían recorrer caminos y conocer lugares hermosos con poco dinero y mucha decisión, partimos el 28 de diciembre de 1989 hacia Chile, haciendo una escala de dos días en Mendoza. Esta vez íbamos sin pasajeros “extras”, solamente los ocho. Allí festejamos, el 29, los cumples de Juan, Pedro y Santiago. Ese día nos invitaron unos amigos a pasar la tarde en el Parque San Martín, donde los niños pudieron disfrutar del agua, apaciguando en parte el intenso calor.
Estuvimos alojados en el hotel de la Guarnición del Ejército y el día 30 iniciamos el cruce de la cordillera, con la intención de sortear los 364 kilómetros hasta Santiago, sin prisa pero sin pausa. Paramos a comer unos sándwiches en la localidad de Uspallata y después continuamos hasta la frontera; la kombi respondía bien, aunque trepaba lentamente; los paisajes cordilleranos provocaban el asombro de los chicos. Con Marta ya habíamos pasado por aquí, 15 años antes iniciando nuestra aventura americana, aunque también nos sorprendió el camino totalmente asfaltado y el nuevo túnel internacional. Realizados los trámites de rigor en aduana y migraciones de ambos países, ingresamos a la República de Chile.
El descenso por los caracoles chilenos hasta la ciudad de Los Andes es realmente impresionante, con paisajes y vistas que parecen salidas de postales turísticas. Después de merendar y reabastecernos de combustible en esa ciudad, enfrentamos el tramo final hacia la capital chilena. Llegamos ya de nochecita a la casa de Carmen y Pablo (hermana y cuñado respectivamente), ubicada en la comuna de Lo Barnechea, al oriente de la ciudad. Allí estuvimos hospedados como pudimos (5 ellos y 8 nosotros), hasta el día 2 de enero, festejando la llegada del año 1990 junto a nuestros hermanos y sobrinos. Recuerdo que en esa época la zona se estaba empezando a poblar, ya que los loteos eran relativamente nuevos todavía; salíamos de caminata con Pablo y los niños y subíamos el cerro Manquehue. hoy, pasados 31 años, es un lugar residencial altamente cotizado y con un incremento poblacional sorprendente.
Después de compartir hermosos momentos con la familia chilena, continuamos el derrotero hacia la zona de balnearios de la Quinta Región; visitamos Valparaíso y Viña del Mar y seguimos hacia las playas del sur buscando un lugar para dormir. En “El Tabo” encontramos una casa de alquiler frente al mar y nos quedamos unos días alojados. Desde allí nos movimos en la kombi para conocer otros balnearios de la zona: Algarrobo, El Quisco, San Antonio y el pintoresco Santo Domingo, con sus arenas grises.
El día 6 de enero, continuamos el periplo viajando por caminos secundarios hasta empalmar la ruta Panamericana 5 sur; en esa época era un camino normal con manos de ida y vuelta; hoy es una moderna autopista, desde Santiago hasta Puerto Montt. Cerca de la ciudad de Chillán hicimos noche estacionados en la playa de un restaurante, todos adentro de la kombi. Avanzamos por la ruta 5 hasta llegar al puente sobre el río Laja; nos gustó mucho el paisaje, así que decidimos quedarnos en un agradable camping al lado del río. Armamos las carpas y estacionamos estratégicamente la kombi para pasar tres días allí. El lugar era muy familiar y seguro, con piletas que se llenaban con el agua helada del mismo río Laja, aunque el calor era tal que servía realmente para refrescarse. Tenía también una proveeduría con variados productos y quinchos con mesas y bancos, al lado de las carpas, en donde comíamos. El lugar es muy reconocido por la enorme cascada que tiene el río, cercana al puente carretero. Estando en ese camping la kombi comenzó a tener problemas con el arranque, por lo que tuvimos que recargar la batería para poder seguir.
El día 9 continuamos por la 5 sur, parando un par de veces y recorriendo unos 400 kilómetros hasta llegar a una estación de servicios, cerca de la ciudad de Osorno. Debíamos llegar a Bariloche al día siguiente, porque teníamos una reserva del 10 al 17 en un Bungalow del Complejo de la Fuerza Aérea en Antumalal. Volvimos a dormir todos en la kombi, no muy cómodos por cierto, pero sabiendo que ya estábamos cerca de las cabañas. Lo curioso es que en la estación estaban haciendo ampliaciones y refacciones por lo que, a la mañana, los obreros quedaron asombrados cuando veían salir de la kombi a tantas personas que iban a los baños de la estación.
El día diez entramos a Argentina por el Paso Cardenal Samoré (ex Puyehue), disfrutando del paisaje maravilloso de los lagos y los bosques subantárticos chilenos. Es importante aclarar que en esa época, el tramo de ruta desde Osorno hasta Villa La Angostura era de ripio, que continuaba hasta el cruce con la ruta nacional 22, que llega a Bariloche. Hicimos picnic en La Angostura, al mediodía, y después continuamos hasta San Carlos de Bariloche. Llegamos a la tarde, nos alojamos en un simpático bungalow y merendamos para recuperar energías. Lo que nos sorprendió fueron las temperaturas tan bajas para la época, así que tuvimos que encender los calefactores y apelar a los pijamas de los chicos como abrigo complementario. El frío nos acompañó toda la semana, pero lo mismo pudimos recorrer hermosos lugares, hacer caminatas por los cerros, pescar en el Nahuel Huapi y comer rico. Además nos encontramos con viejos amigos que estaban hospedados en una cabaña (José Rey con su familia), por lo que compartimos reuniones y guitarreadas nocturnas. Recuerdo especialmente la excursión al cerro Tronador, transitando con la kombi por un camino de cornisa entre bosques de Coihues y Alerces, con temperatura mínima cercana a los cero grados y con nieve en las partes altas.
El 18 de enero partimos hacia la ciudad de Neuquén, nuestra siguiente escala; apenas recorridos unos cien kilómetros, ya en la meseta patagónica, la temperatura volvió a ser veraniega. A mitad de camino hicimos una parada en Piedra del Águila para visitar a un gran amigo, Fernando Bertona, que se encontraba trabajando como geólogo en la construcción de la enorme represa sobre el río Limay, donde funciona desde 1993 la central hidroeléctrica del mismo nombre. Allí almorzamos e incluso pudimos visitar la monumental obra hidráulica.
Llegamos a la tarde a la capital neuquina y nos instalamos en un camping de las afueras, ubicado sobre el mismo río Limay. Ese fue nuestro centro operativo por tres días, durante los cuales pudimos visitar a viejos amigos que no veíamos desde 1979, cuando estuve trabajando como Ingeniero Agrónomo en el Alto Valle del Río Negro. Una noche con la familia Laraia en la ciudad de Neuquén, con guitarreada incluida; y un día casi completo con Ítalo y Alicia Pierucci, dos personas que fueron increíblemente solidarios con nosotros, durante la estadía laboral en Cipolletti. Con ellos y su familia charlamos y cantamos recordando viejas épocas. Otro día de intenso calor nos llegamos hasta un balneario sobre el Río Negro; allí nos metimos en el agua helada para sofocar la elevada temperatura. Para los chicos fue una aventura realmente diferente y refrescante.
El día veintiuno llegó el momento de iniciar el regreso a casa; salimos por Neuquén hacia el norte, ingresando a la provincia de La Pampa por la Colonia 25 de Mayo; seguimos con rumbo este por la “ruta del desierto”, con un calor insoportable, hasta llegar a la población de Chacharramendi, en donde paramos para hidratarnos y estirar un poco las piernas. Este famoso tramo de 205 kilómetros por un paisaje casi desértico, es realmente peligroso para los automovilistas por su trazado totalmente recto, que provoca accidentes de tránsito como consecuencia de la monotonía y del cansancio de los conductores. Es curioso encontrar en la ruta numerosos carteles viales sugiriendo la detención y el descanso conveniente, para evitar tragedias.
Poco más adelante merendamos en una estación de servicios, en General Acha, y ya con un paisaje más ameno y temperatura moderada pusimos proa al norte por la ruta nacional 35. Confieso que a esta altura del viaje las finanzas estaban al límite, así que esa noche volvimos a dormir todos adentro de la querida kombi, en la localidad de Eduardo Castex. Estacionamos el vehículo en una plaza cerquita de una estación que tenía un minimercado; allí nos abastecimos con lo básico para cenar y desayunar al día siguiente. Temprano reiniciamos el viaje, con la etapa final que nos llevaría de vuelta a Unquillo.
La conclusión de esta nueva aventura fue altamente positiva; conocimos otros paisajes diferentes como los que se pueden ver en el increíble cruce de la cordillera de Los Andes, disfrutamos del mar frío del Pacífico, de las aguas del famoso río Laja y de las bellezas de Bariloche y sus lagos. Además visitamos viejos amigos y compartimos la llegada del nuevo año con nuestra familia chilena. La Kombi, más allá de su problema de batería, se portó nuevamente de maravillas.