
- Año: 1995
- Recorrido: Córdoba – Río Gallegos
- Distancia recorrida: 2.800 Km.
- Vehículo: Kombi Volswagen

En el mes de diciembre de 1994, con el grado de Mayor de la Fuerza Aérea, recibí con enorme sorpresa la noticia de mi cambio de destino a la ciudad de Río Gallegos, después de haber estado durante quince años en unidades de la Guarnición Aérea Córdoba. La incertidumbre inicial por el radical cambio de vida que significaba para nosotros, especialmente para nuestros hijos adolescentes, se transformó con el paso de los días en un verdadero desafío familiar. Teníamos que dejar nuestra “zona de confort” y trasladarnos a la Patagonia sur, a 2.850 kilómetros de Córdoba, totalmente desconocida y absolutamente ajena a nuestros planes de vida. De a poco lo fuimos procesando y comprendimos que podía ser una oportunidad para conocer lugares hermosos y vivir nuevas experiencias.
En poco tiempo tuvimos que resolver algunas cuestiones principales, como por ejemplo dejar la casa de Unquillo con gente conocida y poner en condiciones el vehículo (la kombi) para enfrentar este “viaje a lo desconocido”. A los pocos días viajamos primero nosotros dos a Gallegos, en ómnibus, para resolver el tema de la vivienda y la escuela de los chicos; Belén era la única que ya había terminado el ciclo secundario. El viaje de 36 horas nos sirvió para darnos cuenta de la enorme distancia que nos separaba de Córdoba. En enero, ya de vacaciones, estuvimos alojados en la casa de mis suegros en Ascochinga y, a fin de mes viajamos finalmente a la recóndita tierra patagónica.
Partimos desde Ascochinga, después de una emocionante despedida familiar, y cerca del aeropuerto Córdoba pasamos a buscar al “noveno pasajero”, que era nuestro yerno Gabriel, que en esa época estaba noviando con nuestra “princesa” Belén. La idea del primer día era llegar hasta Santa Rosa de La Pampa, pero la kombi y el destino nos habían preparado una cantidad de sorpresas. Apenas salíamos de la circunvalación con rumbo sur, se rompió el pedal del acelerador y tuvimos que recurrir a un taller para soldarlo. Seguimos por la ruta 36, pasamos Río Cuarto, tomamos la nacional 35 y, unos 80 kilómetros antes de Huinca Renancó, la kombi empezó a “ahogarse” con evidentes problemas de carburación. Un camionero solidario nos llevó tirando hasta Huinca, adonde llegamos a la tardecita directo a un taller mecánico. El primer diagnóstico indicaba un supuesto problema del diafragma de la bomba de nafta, pero tenían que desarmar y revisar todo el sistema; por supuesto que tuvimos que quedarnos alojados en un hotel familiar, “San Salvador”, hasta el mediodía siguiente. Tratamos de tomarlo con calma y buen ánimo.
Recuperados del “mal trago” continuamos ese día hasta Santa Rosa, con la tranquilidad de saber que yo no tenía una fecha urgente de presentación en mi nuevo destino laboral. En realidad queríamos hacer un viaje turístico, para ir conociendo algunos lugares emblemáticos sobre la costa atlántica. La siguiente etapa nos llevó hacia el sur de La Pampa y en “Catita” desviamos por la ruta 154 hasta Río Colorado; allí tuvimos que acudir nuevamente a un taller, ya que la carburación seguía fallando; luego de una rápida revisación nos animamos a seguir, aunque algo desconfiados de lo que pudiera venir. Bastante atrasados seguimos un tramo por la nacional 22 y tomamos el quiebre definitivo al sur, hacia la inmensidad patagónica, por la ruta 251. Esta nos llevó por paisajes cada vez más desérticos, hasta empalmar la famosa carretera número tres, en San Antonio Oeste, que nace en la ciudad de Buenos Aires y llega a la Bahía Lapataia, en Tierra del Fuego. En este último tramo volvimos a tener inconvenientes con la carburación del vehículo, literalmente se “ahogaba”.
Ya entrada la tarde, intentamos pasar la noche en General Conesa y nos detuvimos a preguntar en un supuesto hotel familiar, sobre la ruta. Resultó ser un “hotel alojamiento”, por lo que resolvimos aguantar un poco más y llegamos bien de noche a San Antonio. A la mañana tuve que llevar otra vez la kombi a un taller; el tema de la carburación se había transformado en un suplicio. Perdimos como tres horas más y cerca del mediodía estuvimos detenidos al lado del mar, en “Las Grutas”. Allí desplegamos nuestro picnic y luego bajamos a conocer las famosas grutas en la inmensa playa; además nos refrescamos en las piletas naturales que se forman por la erosión. Como a las tres de la tarde, continuamos decididos a llegar esa noche a Puerto Madryn, a unos 260 kilómetros de distancia.
Mi querida Kombi Volswagen nos tenía reservado una última y definitiva novedad; alrededor de 35 kilómetros antes de la localidad de Sierra Grande, en pleno desierto, se rompió la caja de cambios; ya no entraba la cuarta marcha, por lo que debimos seguir en tercera, a 40 kms/hora, hasta llegar a la mencionada ciudad minera. Otra vez a un taller mecánico, pero esta vez para no poder seguir viaje. Allí quedó nuestro “minibús”; el arreglo llevaría dos semanas como mínimo y, por consiguiente, comenzaba otra etapa de este viaje inolvidable.
Como nos estábamos mudando a “otro mundo” y éramos nueve personas, obviamente que llevábamos una “carga” considerable; una parte en bolsos y valijas y otras cosas sueltas. Analizamos la situación, compramos en una tienda siete bolsos más y acomodamos todo para seguir en ómnibus. Teníamos en total 15 “bultos” para trasladar. Comimos unos ricos sandwhiches en un bar y compramos los nueve pasajes hasta Puerto Madryn; esperamos para embarcarnos hasta las cuatro de la mañana. Llegamos temprano, desayunamos en la terminal y consultamos por unos departamentos para alojarnos un par de días; allí también contactamos a Diego, un muchacho que tenía una Traffic y realizaba traslados turísticos. Esa misma tarde, después de recuperar algo de sueño, nos pasó a buscar y nos llevó a conocer Gayman, el famoso pueblo de los galeses, donde pudimos saborear las conocidas dulzuras típicas de la región. Luego la ciudad de Trelew y particularmente el museo antropológico “Egidio Feruglio”, con su muestra de fósiles patagónicos; y finalmente, el puerto de Rawson, capital de la provincia de Chubut, apreciando de cerca lobos y elefantes marinos. Recorrimos alrededor de doscientos kilómetros y volvimos agotados a Madryn. Al día siguiente hicimos turismo local, paseando por la ciudad y la pintoresca costanera; ahí se podían alquilar unos triciclos dobles, que fueron la gran atracción de los chicos.
Como a las cuatro de la tarde nos buscó Diego en el alojamiento y con todos los “bártulos” partimos hacia la terminal para tomar el ómnibus que nos llevaría hasta Río Gallegos, haciendo trasbordo en la ciudad de Comodoro Rivadavia. Todavía teníamos por delante un recorrido de casi 1.200 kilómetros por la inmensa soledad de la Patagonia.
Salimos casi una hora demorados de Madryn y llegamos como a las once de la noche a Comodoro, con muy poco margen para tomar el micro que nos llevaría al destino final. Incluso tuvimos que interceder ante las autoridades de la empresa, para que demoraran la partida y nos permitieran higienizarnos y poder comer algo antes de seguir. Nos esperaba otro largo tramo de casi ochocientos kilómetros hasta Río Gallegos.
Apenas salimos, nos enteramos que en el icónico “Cerro Chenque”, ubicado al lado de la ciudad, se había producido un enorme deslizamiento de tierra que obstruía el paso por la ruta nacional 3; en consecuencia, los vehículos tenían que desviarse por un camino alternativo de ripio, recorriendo 80 kilómetros extras para empalmar el camino principal a la altura de la ciudad de Rada Tilly. Lo grave fue que el ripio, con el paso permanente de automóviles, se había transformado en verdaderos “guadales”, y el polvo que se filtraba adentro del ómnibus era casi insoportable; al extremo de que los choferes, se tuvieron que colocar barbijos para disminuir el efecto dañino de la tierra. Era lo único que faltaba para coronar esta complicada aventura a las inmensidades patagónicas.
Finalmente, cerca del mediodía, llegamos agotados a destino en medio de una tenue llovizna. Tomamos tres taxis para poder llevar todos los “pacotes” hasta nuestro nuevo hogar, en la esquina de las calles Errázuriz y Belgrano; abrimos la casa y, literalmente, tiramos todo el equipaje para ir a almorzar a un restaurante muy conocido en esa época, “El Horreo”. Como dice el dicho: “al mal tiempo buena cara”; comimos rico y brindamos por el comienzo de una nueva etapa de nuestras vidas, en la inconmensurable Patagonia Sur.