Norte de Argentina – Norte de Chile – Bolivia

  • Año: 2007
  • Recorrido: Norte de Argentina – Norte de Chile – Bolivia
  • Distancia recorrida: 5.900 Km.
  • Vehículos: Isuzu Trooper

Aprovechando una licencia especial, en el año 2007, organizamos un viaje diferente para conocer mejor el norte argentino, cruzar a Chile y después a territorio boliviano, regresando nuevamente por Jujuy. Como de costumbre, con mapa en mano, fui calculando las etapas y los lugares posibles para pernoctar. Queríamos sentirnos más seguros y acompañados, razón por la cual invitamos especialmente a nuestro hijo menor, José, que vivía con nosotros y disponía del tiempo necesario, y a la que era en ese momento su novia, Alina. Dos años y medio después se casaron y hoy son padres de tres hermosas “princesitas”.
Con todo dispuesto iniciamos, el día diez de abril, otra aventura rutera. La primera etapa nos llevó hasta Tafí del Valle, en Tucumán, pasando por Quilino, Recreo, Frías, Monteros y Acheral. Allí comienza la ruta provincial 307, que atraviesa parte de la región de Las Yungas, con vegetación exuberante y magníficos paisajes. Luego el camino asciende hasta más de 2.000 metros de altura, llegando en el kilómetro 60 a una de las puertas de ingreso a los Valles Calchaquíes, la localidad de Tafí del Valle. Dormimos en una cabaña y a la mañana siguiente recorrimos los lugares más representativos de la zona, como el conjunto jesuítico de La Banda (del siglo XVIII), el lago de La Angostura y El mollar con su parque de Los Menhires.

También nos detuvimos en un establecimiento rural para comprar exquisitos quesos de campo. A la tarde salimos hacia el norte, por el abra del “Infiernillo” y rodeados de enormes cardones, con rumbo a Cafayate. Ahí empezó a fallar la carburación de la Trooper, así que nos detuvimos en Amaicha del Valle para hacerla revisar. El diagnóstico fue que estaba fallando la bomba de nafta, por lo que no quedaba otra alternativa más que cambiarla por una nueva. El problema era que recién en la ciudad de Salta se podía conseguir el repuesto, a más de 260 kilómetros.

Con algunas fallas y la ayuda del poco GNC que nos quedaba, fuimos avanzando. Conocimos las ruinas de Los Quilmes, restos del asentamiento precolombino más extenso del país, que ocupaba más de 30 hectáreas al pie del cerro Alto del Rey. A la tardecita llegamos a Cafayate, ya en la provincia de Salta, ubicada sobre la emblemática ruta 40.

Es una ciudad pintoresca y famosa por sus viñedos y bodegas, especialmente por su icónica variedad de uva tipo torrontés. Esa noche comimos rico y dormimos en una casa céntrica. Al otro día fuimos a conocer una bodega “boutique” (Finca Las Nubes), muy cerca de la ciudad; José y Alina alquilaron bicicletas y salieron delante nuestro intentando llegar al lugar (unos 4 kilómetros), pero el camino de ripio hizo lo suyo y tuvimos que cargar las bicis en la Isuzu.

Conocimos el lugar y degustamos ricos vinos. Después de almuerzo empalmamos la ruta nacional 68, que corre paralela a la quebrada De Las Conchas, donde se pueden apreciar curiosas formaciones montañosas, como Los Castillos, El Obelisco, El Fraile y El Sapo, entre otras. Finalmente, “cortando clavos” por el andar de la Trooper, llegamos a Cerrillos y pudimos cargar GNC; más tranquilos hicimos el último tramo hasta la capital y allí conseguimos un cómodo alojamiento (Nubes de Salta), para quedarnos dos noches y poder solucionar el tema de la bomba de nafta.


Conseguí el repuesto y me dieron el dato de un mecánico confiable, así que temprano a la mañana siguiente llevé el vehículo, que estuvo listo al mediodía. Entonces pasé a buscar a los “pasajeros” por el hotel y fuimos a almorzar a un hermoso lugar en la Quebrada de San Lorenzo, con fotos de recuerdo incluidas. A la tarde volvimos a la ciudad; José y Alina subieron por el telesférico al cerro San Bernardo, mientras nosotros recorríamos algunos lugares históricos.
Después de un plácido descanso en el simpático hotel, el 14 de abril seguimos con rumbo norte, por la vieja ruta 9 (camino de cornisa), hacia la capital jujeña. Cruzamos por la selva de las Yungas, con paisajes de ensueño, y al mediodía llegamos a San Salvador.

Almuerzo y café mediante, continuamos a la Quebrada de Humahuaca con la idea de hacer noche en Purmamarca. Como llegamos temprano, después de alojarnos en un hostal y tomar un café, hicimos el circuito o paseo de Los Colorados, que es una caminata tradicional de tres kilómetros entre paisajes increíbles. El pueblo está ubicado en la base de un cerro multicolor, llamado “Cerro de los Siete Colores”; es muy pintoresco y frente al hostal tenemos un centenario y emblemático algarrobo. Las casas de adobe bordean las calles y la plaza 9 de julio es sede de un mercado de artesanías popular, móvil, que se arma todos los días desde muy temprano en la mañana.


A la mañana siguiente emprendimos una etapa especial, ya que íbamos a cruzar la frontera para llegar a San Pedro de Atacama, en la República de Chile. Justamente en Purmamarca comienza la ruta provincial 52, por donde iniciamos el ascenso a la puna a través de la sorprendente Cuesta del Lipán; una verdadera obra de arte de la ingeniería moderna, que serpenteando las montañas unos treinta kilómetros, nos llevó a más de cuatro mil metros de altura, al Abra de Potrerillo, donde se encuentran las inmensas Salinas Grandes; son alrededor de 12.000 hectáreas de un imponente blanco. Más adelante paramos a comer algo en el pueblito de Susques y nos abastecimos de combustible para encarar el tramo hasta el Paso de Jama, en la frontera, a más de 4.600 metros sobre el nivel del mar. Esta tremenda altura empezó a generarnos algunas sensaciones raras y nos recomendaron tomar té de “coca” o “chachacoma”, para evitar el apunamiento. De todas maneras, apenas entramos a Chile la ruta comienza un descenso vertiginoso, durante 160 kilómetros, para volver a la misma altitud de Purmamarca, es decir a unos 2.400 metros. Con el descenso vuelve la respiración normal y el cuerpo se equilibra. Las vistas de los cerros y volcanes cordilleranos resultan sencillamente maravillosas.


En San Pedro de Atacama hicimos los trámites aduaneros y conseguimos un hostal discreto para dormir. La ciudad está ubicada en una alta meseta árida en la cordillera de Los Andes, con paisajes espectaculares y rodeada de salares, volcanes, géiseres y aguas termales. Actualmente es un destino muy codiciado, tanto por el turismo interno como el internacional. Esa noche comimos en un lugar típico, bien rústico, y a la mañana posterior recorrimos el pueblo para sacar algunas fotos. Como a las once horas decidimos partir hacia Calama, parando a los pocos kilómetros a visitar el “Valle de la Luna”, una depresión de la Cordillera de la Sal rodeada de dunas desérticas y cerros con impresionantes crestas filosas.

Teníamos la intención de visitar la enorme Mina de cobre y oro de Chuquicamata, cercana a la ciudad de Calama, pero nos enteramos que los turnos de visitas se sacaban con antelación; por eso resolvimos llamar por teléfono al lugar reservado en Iquique (a 380 kilómetros de allí), preguntando si era factible llegar después de las diez de la noche al lugar. Ante la respuesta afirmativa, alrededor de las cinco de la tarde, continuamos viaje; primero en dirección oeste hacia Tocopilla, sobre el Pacífico, y luego hacia el norte por la ruta número 1, bordeando el mar. A las diez de la noche llegamos a nuestro destino y nos instalamos en un hermoso departamento ubicado en un complejo de torres frente al Océano Pacífico, sobre la Playa Cavancha. Tenía una gigantesca piscina y diferentes instalaciones deportivas.


Iquique es la capital de la Región de Tarapacá; importante puerto, con balnearios y una reconocida Zona Franca (ZOFRI). Sus atracciones turísticas más importantes son: el Palacio Astoreca, la Plaza Arturo Prat (Plaza de Armas), el Paseo Baquedano, el Museo Naval, la Playa Cavancha y las construcciones de madera (con pino Oregón norteamericano), como el Teatro Municipal y la Torre del Reloj.
Aprovechamos el famoso Mall de la zona franca para llevar algunos recuerdos y el cómodo alojamiento para quedarnos cuatro días y reponer fuerzas para seguir la aventura. El 18 de abril salimos hacia Arica, empalmando en la localidad de Pozo Almonte la ruta 5 norte. La inmensidad del desierto y la monotonía del paisaje sólo se alteran por dos impresionantes quebradas: primero la de Tana y luego la de Chiza y Camarones; esta última es un profundo cajón de unos 850 metros de ancho y paredes cortadas a pique, por donde el camino desciende 17 kilómetros hasta llegar al fondo. Era imposible no recordar cuando, 31 años atrás, habíamos pasado por aquí en el inolvidable viaje de luna de miel hasta Canadá y que cuando subíamos saliendo de este cañadón, la pick up Chevrolet comenzó a recalentar el agua del radiador.
Para la merienda ya estábamos en Arica, capital de la Región de Parinacota. Habíamos reservado un hotel familiar en las afueras de la ciudad; nos alojamos y fuimos a conocer la zona céntrica. Esa noche cenamos en el mismo hotel y nos acostamos temprano. Al día siguiente subimos al icónico Morro de Arica, en donde se encuentra el museo conmemorativo de la Guerra del Pacífico del año 1879.

Después visitamos la Plaza Colón con la Catedral de San Marcos, hecha íntegramente de madera. Finalmente pasamos por la zona de playas y cerca del mediodía seguimos hacia la cordillera, con la idea de pernoctar en la localidad de Putre, ya cerca del límite con Bolivia. Emprendimos la etapa por la ruta internacional Número 11; paramos a comer unos sandwhiches en Pocónchile y luego sólo a tomar unas fotografías de vegetales típicos de la zona alta de la cordillera septentrional de Chile: la Llareta (herbácea medicinal, compacta y resinosa) y el Cactus Candelabro, que crece por encima de los 2.000 metros de altitud y se puede apreciar especialmente en la Quebrada de Cardones, situada a 65 kilómetros de Arica. Desde esta ciudad hasta Putre son 142 kilómetros de distancia y el camino asciende de los 30 msnm a 3.550 msnm.
A la tardecita llegamos al pequeño y pintoresco poblado de Putre; cenamos unas milanesas de Guanaco y una extraña sopa que, sumado al efecto de la falta de oxígeno por la altura, nos resultó nefasta. Sólo rescatamos un rico café en un barcito tradicional. Esa noche, entre el apunamiento y los ruidos de camiones, descansamos muy poco.


El día 20 de abril continuamos hacia la frontera; el camino pasa por el Parque Nacional Lauca, en el altiplano andino, rodeado de volcanes y donde se pueden observar cantidad de vicuñas, guanacos y llamas. Nos desviamos cinco kilómetros, por ripio, para conocer el increíble pueblito trashumante de Parinacota, declarado Monumento Nacional, con la iglesia del siglo XVII y su vistoso campanario. Allí, a 4.300 msnm, el paisaje es sobrecogedor y hasta el cementerio resulta atrayente por su colorido. Seguimos la ruta por el altiplano, con la imponente presencia del volcán Parinacota, y llegamos al Paso Chungará-Tambo Quemado, a más de 4.650 msnm.

A pesar del té de Chachacoma, me sentía realmente mal; mareado y descompuesto del estómago. José, un poco mejor, tuvo que tomar el volante de la Trooper hasta Patacamaya, unos 190 kilómetros. Cargamos nafta, tomamos una merienda liviana y conmigo nuevamente en la conducción, seguimos otros cien kilómetros más a la capital de Bolivia, La Paz, situada en un inmenso cañón y rodeada por las altas montañas del altiplano, entre ellas el emblemático nevado Illimani. Resulta impresionante el descenso por la ruta, desde 4.150 msnm de El Alto, hasta 3.650 msnm de La Paz; 500 metros entre curvas, con alto movimiento vehicular y poco respeto por las normas de tránsito. Nos impresionó el desorden y la falta de limpieza de la ciudad.

Buscamos un hotel céntrico y salimos a caminar y buscar una farmacia donde comprar algún medicamento que nos equilibrara la presión sanguínea. En realidad, éramos José y yo los afectados por el “Soroche” o “mal de las alturas”. Marta y Alina se sentían bien. Nos recomendaron unas pastillas, “Soroche pills”, para tomar cada ocho horas y de a poco fuimos retomando la normalidad. A la noche cenamos unas ricas pizzas y descansamos mucho mejor.
El 21 fui temprano a la Dirección de Turismo para buscar algún mapa carretero y asesorarme de la ruta a Copacabana, sobre el lago Titicaca. No tenían casi nada y la atención al público resultó básica e incompleta. A tal punto que ni siquiera me advirtieron que para llegar a la isla de Copacabana, había que embarcar el vehículo en una precaria balsa de madera.
Al mediodía abandonamos la capital con rumbo al famoso lago Titicaca.

Un hecho curioso fue que habíamos estacionado la Isuzu en un garaje empinado del hotel; a esa altitud, sin tener motor turbo, tenía poca potencia y pudimos salir marcha atrás después de varios intentos. Paramos en una estación de “servicios”, como para comer algo y seguimos viaje. Efectivamente, al llegar a San Pedro de Tiquina, nos dimos cuenta que el camino se cortaba y teníamos que seguir en balsa. Finalmente llegamos de noche a Copacabana; en el ingreso al pueblo nos encontramos con un control de “peaje” (ahí le llaman trancas) y tuvimos que pagar diez “bolivianitos”. La búsqueda de un alojamiento nos llevó como una hora y finalmente terminamos eligiendo un hotel nuevo, cerca del centro. Lo curioso es que tenía dos pisos, sin ascensor, y la falta de oxígeno nos obligaba a subir casi en cámara lenta.
En este pueblo turístico, ubicado sobre el lago a 3.840 msnm, estuvimos dos días. Lo más destacado es la catedral, la Basílica de la Virgen de Copacabana, las celebraciones religiosas y fiestas tradicionales y el sendero que sube la “Montañita del Calvario” y que lleva a un punto panorámico del lago y la pequeña ciudad. Abundan los puestos con artesanías locales y dulces regionales. El día previo al regreso, luego del almuerzo, José y Alina decidieron alquilar un bote a pedal para pasear por el lago; a esa altitud el sol “pega” muy fuerte y resultaron afectados notoriamente.


La siguiente etapa nos llevaba de Copacabana a Cochabamba, a través de 510 kilómetros. Alina viajó dormida y descompuesta todo el viaje. Cerca del cruce de Patacamaya, almorzamos en un restaurante, y continuamos el paulatino descenso del altiplano hasta los 2.550 msnm de Cochabamba, por un camino sinuoso y paisajístico. Un dato de color fue la extraña y frecuente presencia de perros de color negro y blanco, en el costado de la ruta, supuestamente salvajes. Llegamos de noche a la “ciudad de la eterna primavera” y conseguimos un lindo hotel céntrico. Salimos a cenar sólo con José, porque Alina seguía en proceso de recuperación y prefirió tomar una sopa en la habitación. Fuimos a un restaurante ubicado en la plaza principal, 14 de Septiembre, y temprano volvimos al alojamiento. A la mañana busqué algunos folletos turísticos y consulté sobre hoteles posibles en Santa Cruz. Alrededor de las diez partimos por la ruta nacional 4. En la salida se podía apreciar el enorme monumento al “Cristo de la Concordia”, de más de cuarenta metros de altura, que domina el valle. A unos cien kilómetros nos detuvimos en un precario restaurante (“La Barca”) sobre la laguna Corani, en donde abundan los criaderos de peces. Allí nos dimos el gusto de comer una sabrosa trucha asada, con papas.

A partir de allí el camino desciende por la selva del “Chapare”, en el trópico boliviano, y empieza a elevarse la temperatura y humedad ambiente. Pudimos tomar unas lindas fotos en el medio de la selva y pasamos por la “Villa Tunari”, sitio turístico de renombre en la zona. Lo que nos volvía locos eran las insoportables “trancas” en la ruta, una especie de peaje “trucho” que de manera repentina aparecía en el camino, con una soga o cadena, y que nos obligaba a pagar para poder seguir adelante; en otras palabras una “coima”. Después comenzó a llover copiosamente y en un puesto callejero compramos un “cacho” de bananitas de oro que producen en el lugar, para comer en el auto y avanzar más rápido; la ruta era más complicada de lo que suponíamos y queríamos llegar lo antes posible a destino. Finalmente llegamos de noche, cansados y nos alojamos en pleno centro, en un supuesto hotel de cierto nivel. Al margen de la buena ubicación, nos dimos cuenta rápidamente que todo lo demás no llegaba ni a media estrella. Me levanté temprano, dispuesto a conseguir un lugar más adecuado; en la Oficina de Turismo me dieron datos de alojamientos en la zona más residencial, a partir del tercer anillo de circunvalación de la ciudad. Conseguí un Apart de tres dormitorios en el cuarto anillo, así que después del “frugal” desayuno partimos al nuevo “hogar”.


Estuvimos alojados hasta el día 29 y pudimos conocer bien la ciudad; notamos un enorme contraste con respecto a la idiosincrasia de la gente del altiplano; esta es una de las zonas más productivas del país y tiene más influencia de Paraguay y Brasil. La gente es mucho más comunicativa y servicial. Visitamos especialmente el Biocentro y Mariposario Guembé, situado a pocos kilómetros de la ciudad.


El día indicado, iniciamos el retorno a nuestro país; habíamos coordinado con los padres de Alina, Tomy y Patricia, para encontrarnos en San Salvador de Jujuy, el 30 a las 16:00 horas, en la plaza principal de la ciudad. Al querer salir de Santa Cruz, descubrimos que no había señalización alguna que nos indicara por donde empalmar la ruta a Yacuiba, en la frontera, a 547 kilómetros de distancia. Demoramos media hora para descubrirla y por fin pusimos proa al sur. Ese último día en Bolivia nos terminaron de acobardar con cuatro “trancas” más, en carreteras mediocres, y cuando llegamos de noche al destino fijado, resolvimos pasar la aduana y entrar a Argentina para dormir en la ciudad de Salvador Mazza.
Como a las once de la noche entramos al país y encontramos un alojamiento familiar. Comimos y brindamos por el regreso sanos y salvos. Al día siguiente tomamos la ruta 34, pasando por Tartagal, y llegamos sin problemas a la hora estipulada. Nos encontramos con los que serían nuestros consuegros y con quienes realizaríamos después varios viajes ruteros inolvidables. Conseguimos un alojamiento muy confortable en la parte alta de San Salvador, en la hostería “Pascana”.


A la mañana del día posterior, salimos de excursión en los dos vehículos a la Quebrada y visitamos primero Humahuaca, luego Tilcara y finalmente repetimos la incomparable Purmamarca, para regresar, ya de noche, a la hostería. Faltan palabras para describir la belleza de estos agrestes paisajes, el colorido de sus cerros, la curiosa arquitectura de sus pueblos y la sencillez de su gente. Volvimos cansados pero contentos por la hermosa experiencia. A pesar de que era feriado, pudimos cenar en un restaurante para festejar el reencuentro y cuando regresamos al hostal, tomamos un café con torta y guitarreamos con los dueños del lugar.


El día 2 de mayo reiniciamos la marcha con la idea de hacer una escala en Tucumán. En el trayecto, pasando Metán, hicimos una parada en la “Casa Histórica de Yatasto”, Posta del Camino Real en donde se encontraron San Martín y Belgrano. El museo atesora objetos de enorme valor histórico. Arribamos a la capital tucumana a la nochecita y nos alojamos en un hotel céntrico. Encontramos un lindo restaurante frente a la Plaza Independencia, en donde comimos durante la estadía. Al día siguiente lo dedicamos al turismo cultural; primero en La Casa de la Independencia, con su museo y el hermoso patio interior. A la tarde recorrimos el inmenso y centenario Parque 9 de Julio, pulmón verde de la ciudad, inaugurado en el mes de septiembre de 1908. En uno de los rincones del Parque se encuentra la estatua del Tte. Coronel Lucas Alejandro Córdoba, quien fuera dos veces gobernador de Tucumán (1895-1898 y 1901-1904); es pariente lejano de Marta (Tío Tatarabuelo), quien se dio el gusto de fotografiarse al lado del monumento conmemorativo.


Finalmente, el día 4 de mayo, emprendimos la última etapa de este maravilloso periplo que nos llevó por paisajes contrastantes, desde montañas, quebradas y altiplanos a más de 4.500 msnm, hasta selvas tropicales de frondosa vegetación en La Región de las Yungas y El Chapare. Además de las fotografías, nos queda el recuerdo imborrable de diferentes pueblos y ciudades con idiosincrasia y colorido increíbles.

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