RECORRIDO POR LA RUTA 40 SUR

Desde el 15 de octubre hasta el 03 de noviembre de 2022

De acuerdo con lo planificado oportunamente, nos dispusimos a realizar el periplo faltante de la ruta 40, es decir, el camino que inicia en el faro de Cabo Vírgenes, sobre la boca oriental del Estrecho de Magallanes, hasta la provincia de Mendoza. El cambio relevante con respecto a la idea original, es que se agregó uno de nuestros hijos, Santiago, con su señora carolina y sus cuatro “princesitas”, Amelia, Camila, Lucía y Emma. Ellos con su vehículo Chevrolet Lúmina, modelo 1992, y nosotros con nuestra Chery Tiggo, modelo 2.014.

          Con todo dispuesto, iniciamos la “Expedición Patagonia”, nombre más que oportuno, impuesto por Santiago para testimoniar esta aventura por los confines más australes de nuestra patria. Para llegar a ese punto de partida de la ruta nacional 40, teníamos que recorrer primero alrededor de tres mil kilómetros, pasando por las provincias de La Pampa, Río Negro, Chubut y Santa Cruz; bordeando el océano Atlántico y a través de interminables mesetas y cañadones de nuestra inmensa Patagonia.

        El día 15 de octubre, alrededor de las diez y media de la mañana, iniciamos la primera etapa que nos llevaría desde Unquillo hasta Santa Rosa de La Pampa. Almorzamos en una estación de servicio Shell, en Río Cuarto, y merendamos en otra estación de la localidad de Huinca Renancó, todavía en la provincia de Córdoba. Vale aclarar que dichas estaciones, especialmente las YPF y AXION, fueron verdaderos “oasis” durante todo el viaje, ya que tienen una gran variedad de comidas, bebidas y golosinas, además de buenos servicios sanitarios.

      Con las últimas luces del día arribamos a la capital de la provincia de La Pampa y nos dirigimos a los departamentos alquilados por Santiago, ubicados en la zona sur de la ciudad. Yo, como en todo el viaje, lo seguía a nuestro hijo que se guiaba siempre por GPS. Nos instalamos muy confortablemente en dos deptos., y fuimos a conocer y a cenar en pleno centro, en un restaurante llamado “La Recova”, frente a la plaza principal. Podemos decir, como conclusión de este primer tramo de 650 kilómetros, a través de las rutas nacionales 36 y 35, que el camino estaba en buenas condiciones y que pudimos hacer un buen promedio, salvo en la circunvalación de Río Cuarto, que inexplicablemente fue construida sin visión de futuro y sin tener en cuenta el enorme tránsito vehicular del lugar.

      Al día siguiente, después de un reparador descanso y de un buen desayuno en la YPF sur de Santa Rosa, comenzamos el segundo trayecto de alrededor de 750 kilómetros, con el objetivo de llegar a Puerto Madryn. Primero por las rutas 35 y 154, hasta llegar al portal de ingreso de la Patagonia, en La Adela; almorzamos en la estación YPF del Automóvil Club y, después de cargar combustible, cruzamos el Río Colorado para internarnos en la inmensidad patagónica. Al comienzo, hacia el oeste, por la nacional 22 y después hacia el sur, por la ruta nacional número 251, hasta montarnos definitivamente, en la localidad de San Antonio Oeste, sobre la ruta nacional número 3, que nos llevaría hasta los confines de la Patria. Amerita dejar aclarado que esta ruta, es la segunda en extensión de la República Argentina, y termina en el kilómetro 3.079, en la Bahía Lapataia, dentro del Parque Nacional Tierra del Fuego. Precisamente en San Antonio, merendamos frugalmente para poder avanzar hasta el próximo alojamiento.

      A estas alturas, ya se iba sintiendo el rigor de las interminables rectas y el paisaje estepario de las enormes mesetas. En Sierra grande, Río Negro, sólo hicimos una breve escala “técnica” y nos comunicamos con nuestro amigo Héctor Daniel Chaparro, que nos esperaba en su casa de Madryn. Allí estuvimos, cerca de las diecinueve horas. Con Marta, nos quedamos en una habitación de huéspedes de la casa de Héctor, y Santiago, Caro y princesitas partieron al confortable dúplex que habían alquilado al mismo Héctor.

      Era el domingo 16 de octubre, día de la madre, por lo que resolvimos festejar, invitando a Héctor y Silvina, en el recomendado Parador número 5, “Sara”, ubicado en la costanera de la ciudad. Ya habíamos recorrido más de 1.300 kilómetros y estábamos en territorio patagónico. Aquí nos quedaríamos dos noches, para pasear y descansar. Puerto Madryn es una ciudad turística costera del norte de la Patagonia, situada en la bahía del Golfo Nuevo. Es considerada la puerta de entrada a la Península Valdés, declarada en 1.999 como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Es, además, la capital nacional del buceo.

     Al día siguiente salimos temprano con la Chery, a buscar un lugar para desayunar; encontramos abierto el parador número 4, “Coral”, muy confortable y con vista al mar. Alrededor de las once de la mañana, nos pasaron a buscar Santi y Caro, y fue la primera vez que utilizamos la Lúmina con la configuración para ocho personas. Santiago había inventado el agregado de un pequeño “buster” para Lucía, que iba sentada en el último asiento, entre sus hermanas mayores. De esta manera pudimos hacer varias excursiones cortas, los ocho juntos.

      Con todo dispuesto, salimos a concretar los avistamientos prometidos a las “princesitas”; primero a la Reserva Natural de “Punta Loma”, en donde vimos de cerca una enorme colonia de lobos marinos y, de paso, gran cantidad de gaviotas y cormoranes. Después volvimos y atravesamos toda la extensa costanera de la ciudad, continuando a través de un camino de ripio por el circuito de playas. Con la marea alta, cerca de las dos de la tarde, pudimos avistar una gran cantidad de ballenas francas, muy cerca de la costa, en las playas de “Punta Flecha” y “La Cantera”. El tiempo nos acompañó durante todo el día, algo ventoso, pero con un sol radiante. El rico pic-nic en la playa fue coronado con un sabroso café y alfajores en el mismo parador 4 “Coral”.

    Después de un descanso, quedamos en encontrarnos en el centro de Madryn, para conocer y comprar algunas golosinas. A la noche, tempranito, estábamos invitados por Héctor y Silvina, en la casa, a comer empanadas y pizzas. Allí pasamos un momento agradable, comimos riquísimo y tocamos, por primera vez en el viaje, la guitarra, cantando algunos temas con Santiago. Terminamos temprano, porque al día siguiente teníamos que enfrentar una etapa larguísima, de casi 900 kilómetros, hasta Puerto San Julián.

    El día 18 de octubre, luego del desayuno en una YPF, salimos a la ruta 3 después de las diez de la mañana; hicimos una breve parada en la ciudad de Trelew, para sacarnos fotos con el inmenso dinosaurio instalado sobre un costado de la ruta, que anuncia el ingreso al patrimonio paleontológico de la Patagonia, expuesto especialmente en el museo Egidio Feruglio de esa ciudad, uno de los más importantes de América del sur. Enseguida continuamos viaje hasta la parada en la estación de Garayalde, en plena meseta patagónica, donde cargamos combustible y comimos unos ricos sándwiches; el viento ya se hacía sentir notoriamente, aunque todavía con temperatura bastante elevada. Justamente en Comodoro Rivadavia, 200 kilómetros más adelante, tuvimos que hacer una escala extra por el calor, de casi 28 grados, para refrescarnos.

    Algo atrasados con los tiempos, continuamos hasta la pequeña localidad de Tres Cerros. Un párrafo especial para el vergonzoso estado de mantenimiento de la ruta 3, en el tramo que une las ciudades de Rada Tilly en Chubut, con Caleta Olivia en Santa Cruz, de unos ochenta kilómetros de extensión. No sólo está demorada la construcción de la tan anunciada autovía, sino que el actual camino presenta enorme baches y desvíos, que dificulta enormemente la circulación del importante tránsito vehicular, en especial de grandes camiones.

      En la YPF de Tres Cerros, con mucho cansancio acumulado, tomamos una merienda liviana y seguimos avanzando por la nacional 3, en aceptable estado, pero peligrosa por la presencia de una gran cantidad de guanacos salvajes. Al principio parece un detalle curioso y pintoresco, para tomar algunas fotografías, pero luego se transforma en un potencial riesgo de accidente, ya que los mismos suelen cruzar la ruta intempestivamente y además se mimetizan con el color del paisaje.

     Finalmente, ya de noche, arribamos a Puerto San Julián y nos instalamos en la posada de Ketty, previamente reservada por Santi. Eran dos aparts muy cómodos, para cuatro personas cada uno. Fue la única noche del viaje que compartimos el alojamiento con dos nietas, Amelia y Camila. Dejamos todo el equipaje y nos fuimos a cenar a un restaurante sobre el puerto de la bahía, “Naos”. Allí pudimos apreciar la famosa réplica de la Nao Victoria, enclavada en la bahía y perfectamente iluminada para la fotografía nocturna.

    El programa para el día 19 ya estaba previsto, así que, después de un rico desayuno, abandonamos la posada y visitamos el museo de la “Nao Victoria”. Está muy bien diseñado, mostrando la nave en tamaño real, con un despliegue audiovisual muy didáctico y una presentación acorde con el tan importante hecho histórico acontecido en ese lugar, en el año 1.520, y llevado a cabo por la expedición del marino portugués Hernando de Magallanes.

    Vale destacar especialmente que la mencionada flota había partido desde Sanlúcar de Barrameda, con 250 hombres y cinco naos, el día 20 de septiembre de 1.519, buscando un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico. Después de la muerte de Magallanes, en 1.521, La expedición continuó su exploración y el día 8 de septiembre de 1.522, con la única nao (Victoria) a cargo de Juan Sebastián Elcano y con 18 hombres a bordo, llegó a Sevilla concretando la primera circunnavegación de la tierra.

     La segunda parte del plan era la búsqueda de caracoles; dimos la vuelta por la costanera, pasamos frente a la casa donde vivieron Gabriel y Belén, de 2.003 a 2.005, y continuamos hasta una playa cercana para llenar una bolsa con piedras y caracoles. Después, una breve etapa en una YPF, un cafecito, y partimos hasta la Isla Pavón, en la localidad de Comandante Piedrabuena, sobre el río Santa Cruz. Era día miércoles, así que estuvimos solos y pudimos elegir el mejor lugar para comer unos riquísimos sándwiches al lado del río. Había, además, juegos para niños e impecables baños públicos.

     Después del pic-nic y varias fotografías, nos dispusimos a completar los últimos 240 kilómetros hasta el destino del día (alrededor de dos horas y media). Con todo listo y no sé por qué motivo, se me ocurrió salir adelante y esperar que Santiago nos pasara en la ruta; fuimos avanzando, lentamente al principio, pero al cabo de varios kilómetros y sin novedad de la Lúmina, comenzamos a preocuparnos. Nos detuvimos intentando llamar por teléfono, pero no había señal alguna; así que decidimos volver inmediatamente, pensando que algo habría pasado con el vehículo. A mitad de camino de regreso, nos cruzamos, nos detuvimos y descubrimos el motivo de la demora. Ellos estaban buscando, muy preocupados, el teléfono celular de Carolina, por lo cual habían regresado al camping. Entonces apareció en el bolso de Marta, quien ordenando lo desplegado en la mesa por el pic-nic, lo había guardado pensando que era el suyo. Respiramos aliviados por el contratiempo que, aunque nos hizo perder cerca de 45 minutos, resultó solamente un leve incidente para la anécdota del viaje.

     Cerca de las siete de la tarde llegamos a Río Gallegos; en una YPF del ingreso, Santi tuvo que cargar nafta, ya que el fuerte viento en contra había provocado un considerable aumento en el consumo de combustible. Desde allí, GPS mediante, nos dirigimos al alojamiento contratado. El barrio dejaba mucho que desear, pero las dos casas que alquiló Santiago eran muy confortables y espaciosas, con todos los servicios necesarios. Allí estaba Mónica esperándonos con su marido, Mario, para entregarnos las llaves y ponerse a disposición por cualquier inconveniente. Ellos vivían al lado.

      Después de instalados cómodamente, ya cerca de las ocho y media de la noche, fuimos a cenar con la familia Williams – Borrelli (Marcos y Alejandra), grandes amigos, con quienes nos reencontraríamos después de 18 años. También estaban presentes Rufy, hermana de Ale, y su marido Ignacio, con quienes mantuvimos una linda relación desde esa época. Durante nuestra permanencia de nueve años en esta ciudad, y a raíz de la gran amistad que entablamos con “Tito”, el papá de Ale y Rufy, a través de la música, el reencuentro tenía una enorme carga de nostalgia. Nos esperaban con una cena de lujo, con un pisco casero exquisito, vinos selectos y unas papas fritas especiales que les hizo Ale a las “princesitas”. No podíamos pedir una mejor recepción en Gallegos, después de tantos años ausentes. Primero fueron las charlas ininterrumpidas para “ponernos al día” y luego llegó el momento más emotivo, cuando nos pusimos a cantar juntos los temas de “Tito”. Hasta llegamos a grabar en vivo la emblemática “Santacruceña”, como recuerdo imborrable de esa noche compartida entre amigos. El tiempo pasó “volando” y cerca de la una de la mañana decidimos concluir, teniendo en cuenta que al día siguiente, jueves, se trabajaba normalmente. Quedamos con Ale y Marcos, en vernos nuevamente el viernes a la tarde para despedirnos.

      El jueves 20 fue el segundo día que aprovechamos al máximo la configuración para ocho de la Lúmina; bien abrigados y con todos los víveres y bebidas necesarios, partimos hacia el tan ansiado kilómetro “0” de la famosa ruta 40. Estaba frío y muy ventoso, recordándonos que transitábamos verdaderamente por los confines del continente. Salimos de Gallegos por la 3 y pasando Chimen Aike, en el kilómetro 15, comienza el ripio de 125 kilómetros hasta el faro de Cabo Vírgenes. Primero fuimos a la Reserva Provincial, para poder observar la impresionante colonia de pingüinos magallánicos, que estaban en plena nidificación; con mucha dificultad por el tremendo viento helado, sacamos algunas fotos a los simpáticos habitantes del lugar y, haciendo “malabares”, pudimos comer algo con la Lúmina cortando el viento. Vale decir que, en la entrada a la reserva no había personal alguno y que el poco mantenimiento del lugar demuestra que esta maravilla natural no figura entre las prioridades del gobierno de Santa Cruz.

       Después nos acercamos al sector de la Armada Argentina y tomamos las fotos de rigor, con el cartel del kilómetro “0” de la Ruta Nacional 40 y el faro, como fiel testimonio de nuestra presencia en ese lugar, en un día tan patagónico. Las ráfagas de viento, de más de 100 kilómetros por hora, complicaban la corta subida hasta el faro; de todas maneras, fue una hermosa experiencia, especialmente para Carolina y las “princesitas”, que se prestaba para poder tomar algunas raras fotografías, con los pelos al viento.

     Después de pasar al único baño posible en el lugar, gracias a la amabilidad de los suboficiales de la Armada que custodian y aseguran el funcionamiento del faro, emprendimos el regreso. A los pocos kilómetros, pretendimos tomar la merienda en la tradicional estancia ovejera de “Monte Dinero”, pero sin suerte porque el salón de té estaba cerrado. Desandamos el camino de ripio patagónico y en Chimen Aike, una hora y media más tarde, decidimos entrar a conocer el edificio de la nueva Zona Franca de Río Gallegos. Nos sorprendió positivamente, superando las expectativas y pudiendo merendar cómodamente. Finalmente, regresamos a nuestro “hogar”. Santi y flía. Salieron esa noche a comer y pasear por la ciudad; allí descubrieron un sitio muy adecuado, el Restó-bar “Moma”, con buenas opciones de comida y oportunos jueguitos para niños. Nosotros, por otra parte, nos arrimamos a visitar a otros queridos amigos, Cacho y Patricia Enciso; brindamos con ellos y recordamos con canciones aquellas nostalgiosas noches que quedarán para siempre en nuestros recuerdos más preciados.

     El día viernes, a las diez de la mañana, fuimos con Santi al Registro Automotor número 1 de Rio Gallegos, para concretar el trámite de traslado de la carpeta y renovación de la tarjeta verde de la isuzu Trooper. Cerca de las once de la mañana, salimos nuevamente en excursión, todos en la Chevrolet Lúmina, aunque esta vez mucho más cerca. Fuimos a Punta Loyola, en la desembocadura de la ría del Río Gallegos. El viento frío seguía soplando intensamente, así que sólo tomamos algunas fotos del famoso barco noruego “Marjorie Glen”, encallado en la costa desde 1.911.

     Volvimos, pasé a buscar la Chery por el lavadero, y fuimos a almorzar a la “Moma”. Santi hizo lavar su auto en otro lavadero céntrico, mientras comíamos. A las seis de la tarde, tal como habíamos quedado, pasamos a tomar un café y a despedirnos de Ale y Marcos, con la esperanza de poder recibirlos algún día en Córdoba.

     A las ocho de la noche, teníamos la invitación a cenar de otro gran amigo y compañero de trabajo de los años patagónicos, Gustavo Díaz. Nos recibió en su nueva casa, con una exquisita comida; nos pusimos al día con las novedades familiares y también compartimos con dos de sus hijos, Tomás e Ignacio. Entre los temas de conversación, sobresalió el paseo que habían hecho poco tiempo atrás, a Punta Arenas, Chile; ciertamente relevante para nosotros, sobre todo por las dudas que teníamos, respecto a los requisitos sanitarios que pudieran exigir en la frontera. Nuestro plan era partir al día siguiente, con la intención de pasar dos noches allí, para después reingresar a nuestro país y empalmar la ruta 40 en Río Turbio para llegar hasta Calafate. Antes de la medianoche nos despedimos, con el compromiso de Gustavo de visitarnos el año próximo en Unquillo.

     El día sábado 22 de octubre marcó, sin dudas, un hito en esta aventura patagónica, iniciada una semana antes. Bien descansados y luego de un buen desayuno, emprendimos la etapa por la ruta 3 hacia la frontera de Monte Aymond; 5 kilómetros antes de llegar, nos desviamos brevemente para sacar unas fotografías en la “Laguna Azul”, un espejo de agua de origen freático, ubicado en el cráter de un volcán inactivo, perteneciente al campo volcánico de Pali Aike. Un detalle de color es que en los acantilados del cráter principal nidifican diferentes especies de aves, especialmente bandurrias, y en todo el terreno circundante se pueden apreciar las formaciones basálticas con rocas de origen volcánico.

     Continuamos hasta la frontera, dispuestos para cruzar a Chile; bajamos con todos los documentos necesarios para tramitar primero la salida del país con las autoridades argentinas. En Migraciones, Santiago presentó los DNI de la familia y enseguida surgió una novedad absolutamente inesperada; el DNI de Amelia, de ocho años, estaba vencido. La primera reacción fue de sorpresa, pero después, al constatar que era un impedimento determinante para poder cruzar, se transformó en una sensación de bronca e impotencia. Obviamente que esto cambiaba todos los planes, así que tuvimos que poner en marcha un plan “B”. Las cabañas de Calafate estaban disponibles, en principio, recién el día lunes 24; durante el regreso a Río Gallegos, Santiago se contactó con el dueño y logró cambiar el ingreso para el domingo, es decir un día antes; faltaba resolver el alojamiento de esa noche en Gallegos. Llegamos a la plaza de juegos de la ría y, mientras las “princesitas” disfrutaban jugando, fui personalmente a buscar algún apart donde quedarnos una noche. Finalmente, nos quedamos en el Apart Hotel Austral, en la zona céntrica de Río Gallegos. Almorzamos nuevamente en el restó “Moma” y, después de alojarnos, pasamos la tarde caminando y comprando algunos juguetes.

       La cena en un comedor cercano al apart nos deparó otra sorpresa, aunque esta vez con un final positivo. Entre otras cosas, pedimos los dos platos del día que quedaban, “matambre a la pizza”, para Amelia y Camila; después de que ellas manifestaran que tenía mal sabor, Santiago comprobó que la carne estaba en mal estado y se lo informó a la encargada del lugar, para que lo consideraran y no lo volvieran a servir. Finalmente, al momento de pedir la cuenta, no nos cobraron y nos pidieron disculpas por el incidente.

     El domingo, luego del desayuno en el hotel, salimos sin apuro hacia Calafate; a mitad de camino, en La Esperanza, almorzamos livianamente, y después continuamos, ascendiendo hasta los mil metros en la famosa cuesta de Miguens. En el mirador, tomamos fotografías del Lago Argentino y los cerros nevados de fondo. Como a las cuatro de la tarde, llegamos a las cabañas “Marías del Sur”, en la parte alta de la ciudad; tanto el dúplex, como nuestro estudio eran muy confortables. Bajamos todo el equipaje y fuimos a visitar el museo del hielo patagónico, “Glaciarium”, ubicado a unos 10 kilómetros, en el camino al parque nacional. La presentación audiovisual es buena, pero nos resultó algo caro y demasiado técnico para las nietas. Compramos unos souvenirs y tomamos una rica merienda en la confitería del lugar, con una majestuosa vista del Lago Argentino, que en cierta forma compensó lo gastado en el museo. Para la noche, Santi compró todo lo necesario, con vino incluido, para armar una picada de lujo en el dúplex.

    El día 24, por cierto, nuestro 47 aniversario de casados, fue muy completo. Primero la visita al emblemático Parque Nacional “Los Glaciares”, donde ingresamos al mediodía; allí nos encontramos con una gran cantidad de turistas, de diversas nacionalidades, y con una infraestructura muy diferente a la que conocimos veinte años atrás; en el estacionamiento general comimos primero el pic-nic de rigor y, después de pasar por los impecables baños públicos, tomamos el micro que nos llevó hasta las flamantes pasarelas del inmenso glaciar.

    Para Carolina y las “princesitas” era todo novedoso e impactante por su grandiosidad, pero, aunque nosotros lo habíamos visitado varias veces, no deja de sorprender y estremecer la inmensidad de ese gigante blanco, enmarcado entre cerros nevados y cubiertos de forestación autóctona. El agregado, casi inesperado, que tuvimos la suerte de apreciar, fue la presencia de tres cóndores andinos volando a baja altura, sobre nosotros.

     Después de la contemplación de esta maravilla y la toma de algunas fotos para el recuerdo, subimos hasta el elegante restó-bar construido en ese sector; allí tomamos un rico café, gaseosas y unas deliciosas tartas dulces. Con el micro volvimos al estacionamiento y abandonamos el parque alrededor de las cuatro de la tarde, con rumbo a nuestro “hogar” en Calafate.

     A la nochecita, caminamos un rato por la ciudad y después buscamos un lugar adecuado para cenar y festejar nuestro aniversario. Después de muchas vueltas y dudas, encontramos el lugar ideal; “La Lechucita”, un restaurante familiar, con buena comida y juegos para niños. Comimos muy rico y pudimos brindar con un buen vino.

     El martes a la mañana continuaba el viento intenso y frío; no obstante, luego de dejar las cabañas, fuimos a recorrer el sendero completo que circunda la Laguna Nimez (alrededor de tres kilómetros); allí se puede apreciar una gran variedad de flora y fauna de la zona y sacar buenas fotos. El pic-nic en la nueva e inmensa costanera, con juegos incluidos, fue la despedida de Calafate, e iniciamos el paulatino regreso hacia el norte. La escala prevista para esa noche era la ciudad de Gobernador Gregores, en plena meseta santacruceña y sin reserva previa de alojamiento.

     Después de bordear el extremo oriental de los lagos Argentino y Viedma, hicimos la única parada para merendar en una solitaria estación de servicios, en Tres Lagos, en medio de la inmensidad patagónica. Continuando por la 40, a pocos kilómetros, cruzamos los famosos “malditos 74”; un tramo de típico ripio de la estepa. El estado general es aceptable, aunque hay que andar con mucho cuidado por las piedras sueltas.

       Un párrafo especial para un hecho anecdótico; en ese tramo, Santiago pudo observar a un guanaco que había quedado atrapado en un alambrado lateral de la ruta y, literalmente, lo salvó empujándolo por sus patas traseras, logrando liberarlo de esa trampa mortal (de hecho, ya habíamos visto varios animales muertos, enganchados en los alambres).

       Después de rodear el lago Cardiel, muy reconocido por la intensa pesca de salmónidos, retomamos el asfalto y descendimos hasta la ciudad de Gobernador Gregores; allí nos reabastecimos de combustible y merendamos cómodamente en la YPF full.

     Al lado de la estación, nos terminamos alojando en un amplio apart, con estacionamiento privado y desayuno incluido, “Parador Ruta 40”. Más tarde, fuimos a cenar al restó que nos recomendaron, en el centro del pueblo, y esa noche descansamos con el “arrullo” interminable del viento patagónico.

    El día 26, luego de un completo desayuno, emprendimos otra etapa; al comienzo por un asfalto normal, pero desde el cruce de la ruta provincial 37, que lleva al Parque Nacional Perito Moreno, hasta la localidad de Bajo Caracoles, en muy mal estado de mantenimiento, con innumerables baches en la carpeta asfáltica. Justamente en este último lugar, por el tremendo viento que soplaba, tuvimos que “refugiarnos” (literalmente) en un sencillo bar-almacén, en donde la dueña nos dejó armar nuestro refrigerio, a cambio del consumo de bebidas y golosinas para las “princesitas”.

    A partir de ese lugar, empezamos a transitar por la enorme región que comprende el Parque Binacional Patagonia, creado en el año 2.015 por un acuerdo entre Chile y Argentina, con la idea de integrar distintas iniciativas de conservación y desarrollo, a través del turismo de naturaleza. Pocos kilómetros más adelante ingresamos al Portal Cañadón Pinturas, uno de los tantos del proyecto, recorrimos “Tierra de Colores” y pudimos avistar y fotografiar guanacos, zorros y ñandúes. Además, nos obsequiaron un valioso libro, con todas las explicaciones referentes a este territorio de 12.000 kilómetros cuadrados, que nos permite conocer procesos geológicos, ecológicos, históricos y culturales del sector noroeste de la provincia de Santa cruz y su región homóloga en Chile. Este circuito binacional, poco conocido todavía, invita a explorar paisajes imponentes, modelados por glaciares y volcanes, recorriendo cordilleras cubiertas de bosques, la mítica meseta del lago Buenos Aires y los profundos cañadones que confluyen en el Río Pinturas.

    Merendamos en una estación Axion de Perito Moreno y, después de algunas compras en el supermercado “La Anónima”, seguimos viaje hasta la localidad de Los Antiguos por un camino realmente escénico, bordeando el lago Buenos Aires. Allí, Santiago había alquilado dos simpáticas cabañas (La Rebeca), ubicadas en el medio de una plantación de cerezas y cerquita del hermoso lago. A la noche cenamos en la casa de los “vecinos”, un exquisito arroz y empanadas de queso.

    El día siguiente nos recibió con mal tiempo, con viento y una tenue llovizna. Ellos prepararon lo necesario para hacer una excursión por la ruta escénica provincial número 41, que forma parte del proyecto binacional Parque Patagonia. Este camino de ripio de 170 kilómetros, nace en Los Antiguos, pasa por Lago Posadas y, a través del último tramo inaugurado (41 sur), desemboca en el Parque Perito Moreno. Por la época, todavía con nieve en algunos sectores, lograron recorrer solamente unos treinta kilómetros, como para tomar fotografías de curiosas formaciones geológicas y grandes cañadones.

     Por otra parte, nosotros pretendíamos cruzar a conocer Chile Chico, localidad chilena de frontera, ubicada a sólo 5 kilómetros de distancia de Los Antiguos; no fue posible porque las autoridades chilenas todavía exigen, aleatoriamente, el certificado de vacuna del Covid 19. Por ese motivo tuvimos que cambiar nuestros planes y nos dedicamos a explorar todos los miradores de este hermoso pueblo, que tiene hasta el arbolado urbano con plantas de cerezo y que, por cierto, está declarado “Capital Nacional de la Cereza”, con la realización de un festival anual en el mes de enero.

     Literalmente, “contra viento y marea”, tomamos unas cuantas fotos, fuimos a la oficina de turismo y visitamos la chacra “El Neno”, en donde compramos dulces y licores caseros. Al mediodía almorzamos un rico guiso de lentejas, en el restaurante “Viva el Viento”.

     Después de almuerzo nos reencontramos y tuvimos que refugiarnos en las cabañas, debido a la intensa lluvia. No obstante, ellos fueron hasta el mirador del lago y pudieron sacar la típica foto del otro emblema del lugar, que es el monumento a la trucha. Esa noche volvimos a cenar en la cabaña, con una variada picada y sándwiches de pollo.

    Alrededor de las diez y media del día 28, arrancamos el nuevo tramo del periplo, que nos llevaría hasta la ciudad de Esquel, en el norte de la provincia de Chubut, con una distancia de 600 kilómetros. Tras una breve parada en La Anónima de Perito Moreno, continuamos por la 40 hasta la localidad de Rio Mayo, Chubut, por un paisaje típicamente estepario, con mesetas que llegan a los 900 metros de altitud y con viento intenso, que nos “pegaba” casi de frente. Es importante aclarar que el factor viento, en las rutas patagónicas, debe ser tenido en cuenta siempre para el cálculo de consumo de combustible. Yo pude comprobar fehacientemente, a través del medidor de consumo de la Chery, que en algunos tramos con viento en contra, el vehículo consumía casi un 50 % más de nafta. En el valle del Río Mayo justamente, tuvimos que recargar el tanque y comimos un refrigerio en la YPF del pueblo. La cría de ovinos aquí, es parte integral de la economía de la zona, y es donde se realiza la Fiesta Nacional de la Esquila.

     Desde Río Mayo hasta cruzar el puente sobre el Río Senguer e interceptar  la ruta nacional 26 (55 kms.), que viene de Comodoro Rivadavia, el estado del asfalto es bueno. A partir de allí, el nuevo trazado de la 40 que se superpone con la 26, presenta un pésimo estado de conservación, hasta el parador “Los Tamariscos”. Luego mejora sustancialmente y, a partir de Nueva Lubecka, el camino sigue la antigua rastrillada india, recorriendo el fértil valle del arroyo Genoa. Cerca de las cuatro y media de la tarde llegamos a Gobernador Costa, una zona netamente ganadera. Amerita destacar que, todas las localidades de Chubut situadas entre la ruta 40 y la cordillera, están integradas en un circuito turístico denominado “Huellas de Pioneros”.

     Después de la merienda, reiniciamos la marcha; el camino asciende hasta los 950 metros de altitud y luego desciende hasta Tecka. A partir de allí, el trazado es entre enormes vegas y bordeando el río homónimo, acercándose a la cordillera y presentando hermosos paisajes. En el camino de ingreso a Esquel se puede apreciar una abundante forestación de pinos “ponderosa”, mezclada con bosques autóctonos. Finalmente y con algo de lluvia, llegamos al alojamiento reservado por Santi, cerca de las siete de la tarde; era una cómoda casa, ubicada en Villa Ayelén, en la salida hacia Trevelin. Justamente, luego de acomodarnos convenientemente, hacia allá partimos para cenar con Pablo Borrelli y su señora Alejandra. Estando en Gallegos, le había pedido a Ale el teléfono de Pablito, su hermano mayor, para poder juntarnos y recordar viejas épocas. Obviamente que habíamos acordado previamente este encuentro y estaban esperándonos con una fenomenal picada. Aunque ya de noche, pudimos apreciar el pintoresco camino de 27 kilómetros, que une Esquel con la colonia de origen galés de Trevelin; y también el impresionante crecimiento que se ha producido en toda esta zona, especialmente en la ciudad de Trevelin, ubicada en la llamada cordillera de los Patagónides, en una zona de transición entre las praderas del este, un parque intermedio con el maitén como árbol principal y el oeste andino, con bosques de raulíes, lengas, ñires y coihues.

    Por su parte, la ciudad de Esquel está ubicada en un anfiteatro natural, formado por los cerros La Zeta, La Cruz y Nahuel Pan. Es el centro de servicios más importante de la cordillera chubutense, siendo sus recursos económicos más destacados la ganadería, la silvicultura y el turismo.

    La cena con Pablo y Alejandra terminó con algunas nostalgiosas canciones de “Tito” y lindos recuerdos de momentos compartidos años atrás, en Río Gallegos. La despedida fue con promesas de vernos alguna vez en las sierras de Córdoba y el agradecimiento por tanto afecto recibido.

    El día 29 de octubre amaneció conforme con el pronóstico: frío, ventoso y lluvioso. Cargamos combustible y emprendimos esta corta etapa de unos 280 kilómetros hasta San Carlos de Bariloche. El camino, totalmente pavimentado, recorre la estepa patagónica hasta Epuyén y luego ingresa en el bosque andino, con abundantes cipreses, pasando por los pintorescos poblados de la Comarca Andina del Paralelo 42. A partir del lago Gulielmo, se ingresa en el bosque de coihues. Es, junto al camino de los siete lagos, uno de los únicos tramos con bosques naturales de la ruta 40.

    A media mañana hicimos una parada “técnica” en Epuyén y poco después la ruta ingresa a un valle encajonado por altos cerros, tapizados de cipreses. Pasamos por Lago Puelo e ingresamos a la provincia de Río Negro. Almorzamos en una completa estación YPF de la localidad de El Bolsón.

    En el tramo final a Bariloche, el camino asciende a casi 1.100 metros, en el cañadón de la mosca, y en la parte final de la quebrada comienza a descender, pasando por los lagos Mascardi y Gutiérrez, ambos de origen glaciario. Al ingresar por el sector sur de la ciudad en medio de una tenue nevada, quedamos sorprendidos por el enorme crecimiento poblacional, pero, fundamentalmente, por la ausencia total de planificación urbana y de infraestructura vial.

    Llegamos al alojamiento alquilado por Santiago, una casa sobre el kilómetro cinco del camino que lleva al Llao Llao, alrededor de las cuatro y media de la tarde. Supuestamente tenía comodidades para ocho personas, pero enseguida pudimos comprobar que no era así, por lo que decidimos buscar para nosotros una habitación doble en algún hotel o apart de los alrededores. Lo que no sabíamos era que estábamos transcurriendo un fin de semana extra largo para los vecinos chilenos, con feriados de lunes y martes, y que la ciudad estaba literalmente tomada por ellos. Por ende, nos costó encontrar algún lugar y, gracias a la gestión telefónica de Santiago, terminamos ubicados en un departamento céntrico, muy cercano al famoso Centro Cívico de la ciudad. A la nochecita nos encontramos allí, caminamos un rato y buscamos un Mac Donald en la calle Mitre para cenar.

    Pasamos una noche complicada, con variados ruidos provenientes de “picadas” de motos, sumado a gritos y música de un boliche del lugar, hasta la madrugada. Conclusión, dormimos poco. Salimos a caminar y sacar fotos por el centro y la costanera, pudiendo comprobar nuevamente la falta de mantenimiento vial y conservación general que padece la ciudad. Un párrafo aparte para la paupérrima presentación del Centro Cívico, un verdadero ícono de esta ciudad turística. Su plaza, intervenida discrecionalmente por especulaciones ideológicas y el monumento del General Julio Argentino Roca, pintarrajeado irrespetuosamente, demostrando un enorme desconocimiento de los hechos históricos que coadyuvaron al mantenimiento de nuestra independencia territorial en la Patagonia Argentina.

     Por otro lado, Santi y Caro comenzaron tarde el día, con el objetivo principal de llevar a las “princesitas” a tocar nieve. Para eso fueron al famoso cerro Catedral que, a pesar de haber concluido la temporada de esquí, permanecía parcialmente abierto al público. Allí se dieron el gusto de alquilar trajes especiales para hacer “culipatín” en los bolsones de nieve que quedaban en la parte baja del cerro.

     Nos llamaron por teléfono para que fuéramos a conocer y compartir con ellos. La “Villa Cerro Catedral” está ubicada a 17 kilómetros de la ciudad, en la base del cerro homónimo, en medio de un idílico paisaje boscoso. Tiene una gran actividad entre los meses de junio y septiembre, durante los cuales recibe a miles de turistas y esquiadores, nacionales y extranjeros. A raíz de la presencia de nieve tardía y del fin de semana largo para los vecinos chilenos, todavía permanecían abiertos algunos restaurantes; aprovechamos para invitarlos a comer unas ricas hamburguesas con papas fritas. Después de conocer el lugar y tomar las fotografías de rigor, volvimos a nuestro departamento, dispuestos a recuperar un poco del sueño perdido.

    Cansados de tanto bullicio, queríamos buscar un lugar más tranquilo para la cena; Santiago encontró el lugar adecuado, reservando una mesa en el tradicional Club Náutico de Bariloche, ubicado en la tradicional avenida Bustillo, sobre el lago Nahuel Huapi. Resultó perfecto, por el ambiente tranquilo y la exquisita comida; sin dudas, el mejor recuerdo de la estadía en esta emblemática y anárquica ciudad turística.

   Quedamos en encontrarnos al día siguiente en la estación YPF “Las Victorias”, sobre la avenida Comandante Piedrabuena, para cargar nafta y continuar nuestro viaje. Retomamos la ruta 40 y bordeamos el inmenso lago Nahuel Huapi hasta llegar a Villa La Angostura; compramos algunas cosas ricas y nos detuvimos en uno de los miradores a disfrutar de un refrigerio, rodeados de bosques naturales de coihues.

     La siguiente etapa nos llevó por el famoso camino de los siete lagos, donde se pueden contemplar paisajes imponentes de bosques cerrados, cascadas y lagos, llegando en el paso “Pil Pil” a una altitud de 1.280 metros. Cerca de las cuatro de la tarde llegamos a San Martín de los Andes, otra ciudad turística muy reconocida y ubicada en un lugar de privilegio, a orillas del lago Lácar. Es además, la puerta de ingreso al Parque Nacional Lanín, de más de cuatrocientas mil hectáreas de extensión, especialmente conocido por el cónico y nevado volcán Lanín y sus legendarios pehuenes o araucarias.

    Tomamos un café y seguimos hacia Junín de los Andes, siempre acompañados a los lejos por la icónica figura del volcán. La ruta 40 se va alejando de la zona boscosa y vuelve a un paisaje estepario, aunque con extensas forestaciones de pinos. Saliendo de Junín está el cruce con la RP 61, que lleva al volcán Lanín y al lago Huechulafquen. Unos kilómetros más adelante se cruza el río Collón Curá por un puente angosto (de una sola mano), hoy declarado Monumento Histórico Nacional. A continuación, la ruta asciende a la meseta y los faldeos de las sierras Patagónides, que corren paralelas a la Cordillera de los Andes. A las siete de la tarde llegamos a Zapala, una ciudad minera del centro de la provincia de Neuquén, ubicada en plena meseta, a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar; por su ubicación, se destaca también por ser un centro distribuidor por donde pasan miles de personas, en camino a los grandes centros turísticos provinciales, tanto del sur como del oeste y el norte. Después de una breve parada en la estación Axion, buscamos un lugar donde dormir y conseguimos un cómodo apart, “Portal de Piedra”, con todos los servicios, barato y con estacionamiento cubierto. Amelia, Camila, Lucía y Emma, se disfrazaron de ocasión, para el festejo de Halloween. Esa noche comimos unas ricas pizzas y nos acostamos temprano, porque al día siguiente nos esperaba una etapa más complicada.

    Estábamos transcurriendo los últimos tramos del viaje; el primer día del mes de noviembre, emprendimos a media mañana la etapa hasta Malargue, ya en la provincia de Mendoza. Este camino, totalmente asfaltado, recorre la agreste zona serrana del centro y norte neuquino, dominada por volcanes, con altitudes cercanas siempre a los 1.000 m.s.n.m. Pasa por Las Lajas, sobre la margen sur del Río Agrio y continua con un paisaje estepario. Después de unos 200 kilómetros, atraviesa el valle del Río Neuquén, segundo en importancia de la provincia, y luego cruza el puente en las afueras de la localidad de Chos Malal. Justamente allí nos detuvimos a tomar fotografías del hito que señala el punto medio de esta emblemática ruta 40. El monumento fue diseñado por el escultor Alejandro Santana; tiene un mástil curvo que mide 25 metros y en la base, imágenes de las Islas Malvinas y estrofas del Himno Nacional.

    Entramos a Chos Malal, a buscar una estación YPF; cargamos combustible y nos demoramos cerca de una hora, esperando la comida, a cargo de personal nuevo que estaba aprendiendo el oficio, ya que habían abierto este servicio pocos días atrás. Continuamos el periplo por un camino que rodea el volcán Tromen (3.978 m) y asciende hasta Buta Ranquil, con bellos y raros paisajes y su punto más elevado a casi 1.600 metros de altitud. Otro de los volcanes más emblemáticos de la zona es el “Domuyo”, el más elevado de la provincia de Neuquén, con 4.709 metros de altitud.

   Cuando llevábamos recorridos 335 kilómetros en el día, hicimos una breve parada en el pueblo de Barrancas, ubicado en un fértil valle, poco antes del puente de acceso a la provincia de Mendoza, y luego abandonamos la región patagónica para ingresar a una impresionante zona volcánica en Cuyo. Avanzamos por asfalto y en ascenso, pasando por Ranquil del Norte, durante 42 kilómetros, hasta la “Laguna de Coipo Lauquen”, en donde nos detuvimos a contemplar y fotografiar un enorme rebaño de cabritos, con una cantidad de crías pequeñas. Poco más adelante, en la intersección con la ruta provincial número 221, comenzó un tramo de ripio bastante complicado, con algunos sectores de abundantes piedras sueltas, que nos “acompañó” por más de noventa kilómetros, hasta la localidad de “Bardas Blancas”. A mitad de camino, en “La Pasarela”, se cruza el puente sobre el Río Grande, cuyo cauce es de origen volcánico y donde se pueden apreciar los profundos y llamativos paredones de roca basáltica. El mencionado Río Grande es el más caudaloso de la provincia y confluye con el Río Barrancas para formar el famoso Río Colorado, límite natural de la Patagonia. Hacia el este se divisa la Sierra de los volcanes y detrás, solitario, el Payén Matrú, con 3.680 metros de altura. Toda esta zona con escoriales y campos de lava, muestran el vulcanismo milenario que sufrió la región.

     Desde Bardas Blancas, el camino comienza a trepar por la Cuesta del Chihuido, hasta llegar a casi 2.000 metros, pasa por Manqui Malal y luego por el empalme de la RP 186, que lleva a la Reserva Provincial de La Payunia.

     Cansados, después de casi 600 kilómetros recorridos (casi 100 de ripio), llegamos a Malargue y nos detuvimos en una moderna estación Axion, en el sector norte de la ciudad. Allí nos indicaron sobre diferentes complejos de cabañas que estaban al frente de la ruta y finalmente nos alojamos en uno de ellos, “Su Ángel”, en medio de una frondosa alameda. También nos asesoraron acerca de un cómodo restaurante familiar, “La Faustina”, en donde cenamos muy rico y brindamos con un malbec. Después de pasar por los jueguitos de la plaza principal, volvimos a las confortables cabañas.

    El día 2 de noviembre teníamos una corta etapa, de poco más de 250 kilómetros, así que primero hicimos lavar los vehículos para sacarle el polvo del último ripio del sur de Mendoza; luego tomamos algunas fotos del parque de los dinosaurios, al lado de la oficina de turismo y, cerca del mediodía, salimos hacia la capital de la provincia. Pasamos por El Sosneado, ubicado en la ribera del Río Atuel y luego continuamos por el bellísimo tramo de la ruta 40, cuya pavimentación fue inaugurada en el año 2.019, que comprende unos 140 kilómetros, terminando en el extremo sur del Valle de Uco, en Pareditas. La traza de este escénico camino, cruza por el cañadón del Río Diamante y en la recta de Pampa Amarilla se puede apreciar el esplendoroso volcán Maipo, hacia el oeste, sobre la frontera con Chile. En San Carlos hicimos la única parada para almorzar, en una completa estación YPF full. Unos 20 kilómetros más adelante, saliendo de Tunuyán, comienza la “Autovía 40” que lleva a Mendoza.

    Nuestro destino del día era la casa del amigo Carlos Penacchio, ubicada en un barrio cerrado de las afueras de Luján de Cuyo. Allí estuvimos alrededor de las cuatro y media de la tarde, para reencontrarnos con “Carlitos” después de varios años sin vernos. Coincidentemente, nuestra amistad también nació en la Patagonia, cuando estuvimos destinados juntos en la Base Aérea Militar de Río Gallegos. Nos recibió con todos los “honores” y después de saludar a Santiago y conocer a Carolina y las princesitas, ellos se fueron a pasar la noche con Daniel, un hermano de Caro que vive también en esa zona de mendoza. Nosotros ocupamos una cómoda habitación en la casa de Carlos.

     Luego de merendar y ponernos al día con todas las novedades familiares, Carlitos nos llevó a conocer el centro de Luján de Cuyo, por cierto, muy prolijo y con mucha actividad comercial; Marta aprovechó para comprar algunos “regalitos”, especialmente los alfajores “Entre Dos”, muy recomendados por nuestro anfitrión. Para la cena, Carlos cocinó un exquisito mondongo, y pudimos conocer y compartir con su novia, Liliana. Pasamos una hermosa velada, con guitarra y canciones para matizar el recuerdo y la nostalgia. Era la última noche de nuestro maravilloso viaje, la “frutilla del postre”, así que no podía faltar el brindis con champagne.

     Muy agradecidos por tanta hospitalidad y después de un desayuno con dulce casero de alcayota incluido, nos despedimos del gran amigo cuyano, y partimos hasta el punto de encuentro en la ruta 7; en la estación de Desaguadero, ya en jurisdicción de la provincia de San Luis, nos reunimos nuevamente con Santi y Caro para el refrigerio. Ahora soplaba un fuerte viento, pero del norte. La siguiente parada técnica fue en Villa Mercedes, en donde dejamos la autovía para montarnos sobre la ruta nacional 8 y volver al tránsito complicado por la presencia de camiones de carga. Desde allí hicimos alrededor de 140 kilómetros hasta Río Cuarto, nuestra última etapa. Después de una completa merienda, cerca de las seis de la tarde, tomamos la autovía “Gobernador Bustos” y comenzamos el tramo final de nuestra odisea. Llegamos a nuestra casa en Unquillo, a las 20:30 horas, sanos y salvos, y ampliamente satisfechos por haber completado esta especie de “Road Trip” por las carreteras más emblemáticas de nuestro inmenso país.

Breve resumen de nuestra aventura sureña   

  1. Recorrido: 7.300 kilómetros (básicos). A esto hay que agregarle 700 kilómetros más, que hicimos con la Chevrolet Lúmina, con la configuración de ocho personas, en las excursiones cortas de Puerto Madryn, Río Gallegos y Calafate. Lo que hace un total de 8.000 kilómetros.
  2. Camino de ripio recorrido: 410 kilómetros, en las provincias de Santa Cruz y Mendoza.
  3. Etapa más larga: desde Puerto Madryn hasta Puerto San Julián, 870 kilómetros.
  4. Etapa más corta: Desde Malargue hasta Luján de Cuyo, 260 kilómetros.
  5. Tiempo total del viaje: 20 días y 19 noches.
  6. Elevación máxima: 1.970 m.s.n.m, en la cuesta del Chihuido, al sur de la provincia de Mendoza.
  7. Paradas en etapas intermedias: Estaciones de servicios YPF, Shell y Axion.
  8. Latitud más extrema: Cabo Vírgenes, Santa Cruz, con 52 grados, 20 minutos sur.
  9. Alojamiento en trece lugares distintos, a saber: Santa Rosa de La Pampa, Puerto Madryn, San Julián, Río Gallegos (2), Calafate, Gobernador Gregores, Los Antiguos, Esquel, Bariloche, Zapala, Malargue y Mendoza.

      Un reconocimiento muy especial para nuestras “princesitas”, Amelia de ocho años, Camila de siete, Lucía de cuatro y Emma de dos añitos, por haber superado estoicamente todos los desafíos ruteros, incluidas algunas etapas del viaje demasiado largas y cansadoras.

     Por otra parte, hay que resaltar el óptimo rendimiento de los vehículos y la buena salud de los ocho “expedicionarios”. Sólo resta decir:

MISIÓN CUMPLIDA