30 de marzo a 18 de abril 1976
AMÉRICA DEL NORTE
TRAMO SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS – GUADALAJARA (MÉXICO)

Continuamos relatando nuestra aventura sobre ruedas, ahora en territorio mexicano. El lunes a la noche comimos exquisito en la casita; estaba fresco y comenzó a llover. Dormimos bien abrigados y a la mañana siguiente seguimos la ruta. Janet pasó la noche en la casa de un amigo (Alfonso) que conoció en el viaje de ida y después nos avisó que él la iba a llevar hasta Oaxaca, para seguir luego en ómnibus hasta la capital mexicana, donde se embarcaría de regreso a su hogar. Nos despedimos y recién a las nueve y media, después de lidiar con el arranque de la pick up, partimos hacia Tuxtla Gutiérrez. Es evidente que la batería y los cables de bujías están sintiendo los 14.000 kilómetros recorridos. Paramos en Tuxtla a comprar pan, berenjenas y pomelo y un poco más adelante almorzamos en el medio de la montaña. Luego seguimos sin parar hasta “La Ventosa”, en donde nos volvimos a encontrar con Janet y Alfonso; charlamos un rato y nos dimos cuenta que entre ellos existía algo más que amistad. Seguimos en “tándem” hasta “Camarones” y resolvimos hacer noche a orillas del camino, cerca de una gasolinera. Comimos berenjenas fritas y una rica sopa de espárragos. Cuando quise rebobinar el rollo de fotos para poner uno nuevo, creyendo que estaba terminado, me di cuenta que se había desenganchado. No podía creer que me pudiera pasar esto con tantos años sacando fotos; me sentía un tonto, por haber perdido las tomas que supuestamente teníamos de Guatemala, pero no quedaba otra que resignarse, poner otro rollo y continuar. Aquí también es importante resaltar lo diferente que era en ese entonces tomar fotografías “químicas”, que no daban margen de error, y que se podían ver y constatar la calidad solamente después de un proceso de revelado bastante complejo, especialmente en el caso de las diapositivas.
Esa noche tuve un sueño complicado, bastante habitual por cierto, y arranqué una de las cortinas del dormitorio. La arreglamos, desayunamos y partimos solos, ya que la “pareja” acompañante había reanudado el viaje antes. Viajamos hasta Mitla por un hermoso camino con paisajes similares al noroeste argentino. Allí fuimos a conocer las ruinas de la cultura Zapoteca (900 años de nuestra era), muy bonitas y bien preservadas; compramos algo de comer en el mercado y seguimos hasta Oaxaca. Nos estacionamos en la entrada a las ruinas de “Monte Albán”, donde comimos tranquilamente antes de recorrerlas. Son realmente maravillosas, con edificios y plazas monumentales; sacamos varias fotos y luego fuimos a la Dirección de Turismo de la ciudad de Oaxaca.
Nos detuvimos frente a la catedral a esperar que abrieran, y mientras tanto intenté arreglar la palanca del guiño, pero tenía un tornillo roto y la única solución posible era soldándolo. Conseguimos algunos folletos y continuamos nuestra ruta; a la salida de la ciudad paramos a merendar y después avanzamos unos cien kilómetros más, hasta un pueblito, “Nochixtlán”, donde estacionamos en una gasolinera para pasar la noche. A esta altura del recorrido por rutas mexicanas, podemos decir que la gente es muy amable y nos atienden correctamente, incluyendo a la policía. Las carreteras son cada vez mejores, en la medida que nos vamos acercando a la zona central del país.
Hoy, 01 de abril, seguimos el periplo, compramos pan y fruta en Acatlán y llegamos a Puebla como a las cinco de la tarde, con la idea de conocer el zoológico “African”, que queda a unos 17 kilómetros de la ciudad. Nos sorprendió una fuerte tormenta de viento y tierra y cuando llegamos al lugar ya estaban cerrando. Lo mismo preguntamos el precio y nos resultaba caro para nuestro presupuesto, así que desistimos de la idea. Buscamos un lugar apto y tranquilo para estacionarnos, bañarnos y hacer noche. En un poblado pequeño, al lado de un lago, le pedí a un señor que cuidaba una casa de veraneo, si era posible ubicar el vehículo allí, a lo que accedió permitiéndonos también la carga de agua para el tanque de la casita. A la mañana fuimos a conocer la ciudad de Puebla, limpia y pintoresca, y a cambiar unos dólares. Al mediodía seguimos viaje, resolviendo ir primero a conocer Cuernavaca y las cuevas de Cacahuamilpa, antes de pasar por la capital mexicana. A eso de las seis de la tarde estuvimos en Cuernavaca y aparcamos en la plaza principal. Como era viernes, en un lugar eminentemente turístico, había mucho movimiento de gente, así que sólo caminamos un rato y volvimos a la ruta buscando una estación de servicios para pasar la noche. En Temixco, el encargado de una gasolinera nos permitió aparcar, ofreciéndonos los baños libremente. Algo que nos llamó la atención es el precio tan variado de la nafta en los distintos estados mexicanos. Nosotros estamos cada vez más unidos y felices de seguir avanzando en esta “locura” tan linda, aunque extrañamos un poco a la familia y amigos, a veces con enormes deseos de poder contarles y compartir un poco esta hermosa aventura.
Hoy, tres de abril, salimos de Temixco por la ruta a Taxco, para llegar a las famosas cuevas de Cacahuamilpa. En el sector de ingreso a este lugar turístico, vendían artesanía de la más variada y hermosa, que nos limitamos a apreciar y “comprar con los ojos”. Sacamos los boletos de ingreso (0,50 dólares c/u) y esperamos el turno correspondiente. Entra un contingente de personas cada hora, con un guía que explica los detalles da las figuras formadas en el interior de las cuevas. No alcanzan los adjetivos para describir semejante belleza; estalactitas y estalagmitas de distintos tamaños y colores, en un recorrido de varios kilómetros de grutas. Sencillamente, imperdible. Después de la dura caminata, estábamos realmente cansados y muertos de hambre, pero tuvimos que conformarnos sólo con unas galletas dulces, porque no nos habíamos reaprovisionado de comida. Ya eran las tres y media de la tarde y decidimos partir hacia México DF, por una magnífica autopista. Para evitar perdernos y demorarnos, preferimos tomar la avenida de los Insurgentes, que corta la enorme ciudad por la mitad, y dirigirnos directamente a la zona arqueológica de Teotihuacán. Antes cargamos combustible y entramos a un supermercado que nos parecía un lujo, en comparación a los que había en Córdoba. Se nos hacía “agua” la boca con tantas cosas ricas, pero sólo compramos un poco de pan, mantequilla, huevos y, como una excepción, unas fetas de “queso de chancho” para la merienda. Ya en el área de las pirámides, estacionamos en la playa y el cuidador nos indicó lo necesario para pasar la noche sin problemas. Además, nos informó muy amablemente las tarifas de ingreso a la zona arqueológica, que por suerte mañana domingo es el día más barato ( entre el auto y nosotros no llega a un dólar). Como “bonus” extra, nos dejó ver gratis, esa noche del sábado, el espectáculo de “luz y sonido” sobre las pirámides.
Esa noche volvimos a comer sándwiches de “queso de chancho”, pero esta vez con sopa y fruta de postre. Marta tiene unas “ronchas” en las piernas y el ojo izquierdo irritado, por lo que volvimos a recurrir a nuestro botiquín de primeros auxilios. El domingo nos levantamos temprano y después del desayuno entramos a conocer esta increíble ciudad azteca de Teotihuacán. Es inmensa y majestuosa, con muchísimos edificios entre los que sobresalen las pirámides “del sol” y “de la luna”. Caminamos como tres horas, conociendo y sacando fotos; entramos al museo y luego recorrimos uno por uno todos los negocios que venden cosas típicas. Realmente, hay que tener mucha voluntad y muy poca plata para no tentarse con tantas cosas lindas que hay allí. Para poder llevarnos algún recuerdo, hicimos trueque con un vendedor ambulante, que por un remera usada y una palita multiuso nos dio dos estatuillas hermosas, que aún conservamos. Como a las dos de la tarde partimos para la gran ciudad; paramos en el pueblo de San Juan de Teotihuacán y en el mercado compramos pan, fruta y verdura. Además, comimos unos ricos sándwiches de “pastel de pollo” (un fiambre parecido al jamón con aceitunas), con tomate y huevo. Entrando a la capital, en una de las avenidas principales, tuvimos un inconveniente con la policía caminera que nos detuvo a un costado, indicándonos que habíamos cometido una infracción por transitar en un carril equivocado. En realidad, al ver un vehículo turístico con patente extranjera, lo que estaban buscando era dinero; luego de un corto diálogo y al ver que no tenían fundamentos sólidos, nos dejaron seguir. Otro problema, no menor, fue llegar al “Bosque de Chapultepec”. Las autopistas urbanas eran impresionantes para nosotros; no estábamos acostumbrados a leer infinidad de carteles, con tantas indicaciones que nos mareaban. Con la ayuda de varias personas que nos fueron indicando, finalmente llegamos y estacionamos en la zona de los juegos mecánicos; eran más de las cinco de la tarde. Caminamos un largo rato, entre jardines, árboles, flores, fuentes y lagos; todo muy bonito e ideal para tomar fotografías. A la noche, uno de los policías nos dejó aparcar al lado de la Dirección del Bosque; ahí estábamos realmente seguros.
El lunes, cerca del mediodía y después de intentar estacionar en el centro de la ciudad, nos resignamos y seguimos viaje con la idea de llegar ese día hasta Morelia; pasamos por Toluca, sólo para cargar nafta y almorzar, y seguimos por un pintoresco camino llegando con las últimas luces a la ciudad capital del estado de Michoacán. Un dato de color fue que, en ese tramo de ruta, mientras escuchábamos la radio de la pick up y ante nuestro asombro, pudimos deleitarnos con una chacarera interpretada por “Los Peregrinos”, que nos “envolvió” en un halo de nostalgia infinita. Dormimos esa noche estacionados en una “Pemex” y el martes fuimos a la ciudad a despachar unas cartas para Argentina y a buscar folletos a Turismo. A esa altura ya comenzábamos a pensar cómo haríamos para volver al país con tantos afiches y folletería del viaje. Conocimos la catedral colonial de Morelia, que es un monumento histórico, y seguimos viaje hacia Guadalajara, sin sospechar siquiera que esta ciudad quedaría de por vida como un recuerdo imborrable para nosotros.
Llegamos alrededor de las cinco de la tarde y cuando íbamos por la avenida Independencia vimos un enorme cartel en un edificio que decía: “Diario El Occidental”; además, en el mismo se podían ver dos grandes antenas de radio. Estacionamos y bajamos a preguntar si no tenían interés en hacernos una nota con referencia a nuestro viaje sobre ruedas. Desde el primer momento fueron muy amables y demostraron especial interés por la aventura americana. Nos hicieron una larga entrevista, con fotografías y nos regalaron una hermosa colección de afiches de México. Ya de noche, salimos de la ciudad buscando un lugar donde dormir. Estacionamos cerca de una gasolinera y comimos frugalmente, antes de dormir. A la mañana siguiente, cambié el aceite de la pick up y una manguera del agua que estaba muy blanda. Más tarde volvimos al diario a preguntar por la nota; desde allí hablamos por teléfono con uno de los periodistas que nos había entrevistado, Rodolfo Gonzáles Reyes, quien nos invitó a cenar esa noche en su casa.
Todo salía bien y al mismo tiempo nos hacía cambiar el plan de viaje, ya que pensábamos seguir ese mismo día. Mientras esperábamos novedades de la nota, ojeando un ejemplar del diario “El Occidental”, nos enteramos de la presentación en Guadalajara del grupo “Les Luthiers” en el teatro “El Degollado”, y al comentarlo con otro de los periodistas, nos dijo que podía conseguirnos entradas para verlos. No salíamos de nuestro asombro, de tener el privilegio de poder verlos estando tan lejos de Argentina. Después de almorzar fuimos a conocer un poco la ciudad y a “rastrear” antenas de radioaficionados. Un rato más tarde llegamos hasta la radio “Variedades” a preguntar si ellos conocían alguno. Nos contactaron con un ingeniero que trabajaba ahí y que tenía equipos, pero no tuvimos suerte, aunque nos dio otros datos importantes de contacto. Marta siguió hablando y uno de ellos, Rafael Corcuera, le pasó el nombre de Rodolfo Enríquez. Allí empezó una nueva historia que nos cambió todo y que aún hoy, cuarenta y cinco años después, nos parece casi como un cuento de hadas. Marta habló por teléfono con Rodolfo que, aunque no tenía equipos en ese momento, le dijo que nos esperaba en su casa a las seis de la tarde, en la avenida Chapalita 1236, que él iba a conseguir alguno para ayudarnos. Allí estuvimos y nos recibió muy amablemente; después de “platicar” (hablar) un rato, fuimos a ver a un amigo suyo, el doctor Vázquez, para intentar alguna comunicación con Argentina. Lamentablemente estaban todavía prohibidas, a raíz del reciente golpe de estado. De todas maneras, a Rodolfo le había impactado el relato de nuestra aventura y nos preguntaba de todo para saber detalles de la misma.
Volvimos con él a su casa y, ante nuestra sorpresa nos ofreció una habitación para que nos quedáramos a pasar unos días de descanso con ellos. Desde ese momento nos sentimos realmente como en familia; con su señora, Berta; sus dos hijas casadas (Marcela y Bertita); sus tres hijos (Luis, Fernando y Achi); su hija adoptiva, Carmela; los dos yernos (Rafael y Sergio) y su nieto Rafaelito (hijo de Rafael y Marcela). Todos hicieron hasta lo imposible para hacernos pasar unos días maravillosos.
Además, Rodolfo nos fue presentando a varios amigos mexicanos y argentinos; estos últimos radicados en Guadalajara por razones laborales. Cada uno de ellos se brindó con absoluta solidaridad, para ayudarnos a seguir cumpliendo el sueño de nuestro viaje. Se podría decir que en esta “bendita” ciudad encontramos varios padres y hermanos “postizos”. Dormimos siempre en lo de Rodolfo y comimos en diferentes lugares, siempre invitados por algún amigo. Toqué la guitarra y canté prácticamente todos los días, inundando de nostalgia a los argentinos que vivían allí. Curiosamente a los “Ticos” (así le llaman a los oriundos de Guadalajara) les encantaba nuestro folclore, ya que lo conocían bien por la presencia en esos tiempos en la zona, de artistas famosos como Eduardo Falú, Los Fronterizos y José Larralde. Marta disfrutó con la compañía y el cariño de todas las mujeres, especialmente de Marcela. Pudo hablar del viaje y de su bebé y recibió diversos regalos para la “futura mamá”. Salió con las chicas a todas las tiendas y supermercados de Guadalajara. Yo, por mi parte, compartí cada momento con Rafael, el marido de Marcela. Pude jugar al fútbol y también fuimos a ver un partido clásico de la ciudad, en un hermoso estadio. Conocimos todos los lugares turísticos y anduvimos de guitarreada corrida durante nueve días. Recuerdo especialmente una de ellas, en la casa del ingeniero Lito Welcome, un argentino que trabajaba en una importante fábrica de amortiguadores (Aralmex), donde cantamos hasta las cuatro de la mañana los temas más tradicionales de nuestro folclore. Lo que más nos sorprendía era el llanto emocionado de todos ellos, al escuchar esa música que los llenaba de nostalgia. Grababan en cassettes todas las canciones posibles y me pedían que repitiera las zambas más emblemáticas.
Un día, un vecino de Rodolfo de apellido Del Castillo, nos invitó a almorzar con su señora y después fuimos a la casa donde nos sacó dos fotos con “Polaroid” para que mandáramos a Argentina; tenían hermosos recuerdos de un reciente viaje a nuestro país. Como dato anecdótico, la “Polaroid” era una cámara de fotos instantáneas que hacía furor en la década del setenta.
Como ven, sería repetitivo si siguiera contando cada una de las invitaciones y ayudas que recibimos de esta gente increíble; solamente resaltar que habíamos logrado esta enorme solidaridad y amistad, sin haber tenido ninguna referencia previa; todo se había iniciado con la búsqueda de antenas de radioaficionados.
Después de nueve días en esta ciudad, capital del estado de Jalisco, el jueves 15 de abril (Semana santa) nos fuimos en “patota” a una playa del pacífico, en el estado de Nayarit. Allí estaban, además de la familia Enríquez, Lito con su flia, Los ingenieros Cuevas y Walter y los suegros de Lito. El lugar se llamaba “La Peñita”, en la playa “Rincón de Guayabitos”. Un sitio sencillamente hermoso, con días de sol y mar. Estuvimos estacionados en un “Trailer park”, con agua caliente, luz y baños, y por supuesto sin pagar un centavo. La playa era de película y se prestaba a hermosas tomas fotográficas. Disfrutamos el mar como nunca en el viaje y encima me di el gusto de bucear con esnorkel en una zona de corales. El viernes 16, a la noche, organizamos una gran guitarreada y el sábado 17 fuimos con Rafael y Marcela, en el escarabajo volskwagen, a conocer el famoso balneario de Puerto Vallarta, lleno de lindas playas y enormes hoteles de turismo internacional. El domingo llegó la hora de la triste despedida. Estábamos muy emocionados (especialmente yo), porque en estos doce días habíamos logrado vibrar en la misma frecuencia, como si nos conociéramos de toda la vida; particularmente con Rafael, que me regaló un cassette del “Concierto de Aranjuez”, con una sentida dedicatoria. Rodolfo, Berta y todos los amigos argentinos se fueron antes. Nosotros nos quedamos un rato más, con Rafael, Marcela, Sergio y Bertita. Alrededor de las cinco de la tarde partimos los tres vehículos juntos hasta el cruce de caminos; allí, ellos siguieron para Guadalajara y nosotros para el rumbo opuesto, hacia el norte. Con el correr de los años, mantuvimos contacto con la familia Enríquez, y especialmente con Marcela y Rafael De Labra Vergara.
Como dato anecdótico y relevante, podemos contarles que veinticuatro años después de esta aventura, en el año 2.000, la “tercera pasajera”, es decir nuestra hija Belén, se casó y de luna de miel resolvieron con nuestro yerno Gabriel, tomar un vuelo hasta Miami y desde allí realizar un inmenso recorrido en automóvil por México, Estados Unidos y Canadá, con un total de 40.000 kilómetros. Durante ese raid, hicieron escala en Guadalajara y fueron recibidos por las familias De Labra Vergara y Enríquez con el mismo cariño, y Rafaelito (ya de 25 años de edad) fue algo así como el “cicerone” de nuestros hijos, acompañándolos a todas partes.
Escribe mi hija Belén: “Así, tal cual lo describe mi padre, fue lo que sentimos cuando nos recibieron Marcela y Rafael en su casa. Un cariño abrumador que surgía de manera espontánea. Nosotros íbamos solamente con la idea de conocerlos y conocer la ciudad de Guadalajara, ya que estaba en el recorrido que nos habíamos planteado. Pero la buena energía que hubo desde el comienzo, nos llevó a permanecer 19 días allí (desde el 14 de abril hasta el 3 de mayo de 2.000). Conocimos también a una buena parte de sus familias. Rodolfo, el papá de Marcela, siempre tan afectuoso y servicial, nos acompañó a recorrer casi toda la ciudad. Achi, el hermano de Marcela, nos recibió en su casa de León, como si fuéramos de la familia. Conocimos junto a ellos lugares hermosos de México, como la ciudad de Guanajuato. Y con Rafaelito, el hijo mayor de Marcela y Rafael, iniciamos una amistad que aún en la distancia y con la ayuda de internet, perdura y nos mantiene conectados. Él nos acompañó en un recorrido divino que hicimos a la isla de Janitzio, donde pudimos palpar la impresionante cultura mexicana, con sus comidas típicas, sus artesanías y su bella música. Nuestra visita a México nos dejó empapados de la cordialidad de su pueblo”.
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